Perdón
PERDÓN
Autor: Ángel Tituaña,
Universidad Central de
Ecuador, 2011.
Van a ser 11 años que
me alejé de ella. Únicamente por mi total egoísmo me fui, sin embargo, una
actitud de perdón contrito por tanto desamor, abunda en mi alma.
Muchas personas me dan
un consejo: que la piense y no. Muchas anécdotas de contar sin parar tengo
guardado en el interior y en el recuerdo.
Lo único que pienso es
que pasó el tiempo y volver a ver su carita y sus ojos que no son suyos, sino
el reflejo del ser, mío.
Más se asemeja a mi
carácter alegre, cuando sonríe.
Cuando le pienso y le extraño,
me invade la melancolía y las ganas de llorar, pero me deprimo.
Los hombres no deben inundarse
en abundantes lágrimas, sino en pocas trasparentes rocíos del amanecer. Después
de todo hay que tener fortaleza en el corazón y tratar de evadir la indescriptible
tristeza por la ausencia de adorada niña.
Me invade cierta luz
de esperanza de volver a encontrarla y expresar realmente lo que siento por
ella.
Otros me aconsejan que
deba ignorarla porque más daño me causa esta situación.
Pero, no, eso no es lo
correcto.
Lo que hay que hacer
es revestirme de duradera esperanza.
Cuánto ansío la fecha
de su cumpleaños, en ese momento le siento más cerca del corazón.
Cuando le regalo
flores blancas o rojas siento mejor.
Cuando comparto
chocolates y dulces, nuevamente, contemplo el rostro de alegría de la niña como
la sonrisa del gran Dios.
A veces, dudo de todo accionar,
siento que ya no me quiere, que me reclama, que desdice, que me regaña, que no
hay puro amor. Mi vida es incompleta sin su presencia. Mi existencia es vana al
no encontrarla.
La gente habla lo que
quiere. Puede ser para bondad o maldad.
Sí hay que escuchar,
pero hay que reflexionar, sobre frases que afirman. Las palabras o consejos son como un
baño en agua cristalina y algunas gotas penetran en su cabeza o en su ser.
El agua es la nueva
actitud frente a la niña. Tal vez no me querrá el cien por ciento. Tal vez me
amará cuando ya no esté.
La vida es laberíntica.
Hay que buscar como tesoro, la salida y huir del minotauro, que simboliza los
peligros y los alarmantes problemas del pasado de la vida.
Ya no más duda, no más
pena, no más ilusión de permanecer con su presencia física. Se vive un ambiente
de seguridad y mucha paz.
Después de todo, la
vida sigue su marcha. La vida se encargará de afirmar, ponderar, corregir y
exclamar desde la interna alma: Perdón, adolescente mía.
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