RECUERDOS DEL CAMPO

HERMANOS Y RECUERDOS DEL CAMPO Por: Segundo Ángel Tituaña Criollo La historia que relato se basa en la vida real de dos hermanos que tuvieron distintos destinos. Todo surge en Huaynacurí, un barrio de la Parroquia de San Miguelito. Ahí, nacimos, crecimos. Mariana de Jesús, una niña hermosa de tez trigueña. Ella corría por el bosque a recoger leña, hojarasca de eucalipto, para que la abuelita encienda el fogón. Yo en cambio fui el “angelito”. Yo también realizaba lo mismo, pero cuando regresaba cansado de la escuela, me dormía en aquel espacio, en vez de almacenar leña al igual que mi hermana y con el ruido de los pájaros que posaban en las copas de los eucaliptos me despertaba un poco asustado. Ya reanimado del cansancio corría a alcanzarle a Marianita, pues, ella ya había llegado con la leña al patio principal de la casa de mi abuelita. La casa de mi abuelita tenía paredes de adobe mezclado con estiércol de ganado o de caballo, para que dure mucho tiempo. La vivienda era de teja y conformaba tres cuartos, el primer cuarto se usaba para la cocina, pero como era el campo, en la misma cocina se criaban cuyes, los cuyes eran blancos, colorados, negros. Había por el suelo bancos pequeños de madera. En el segundo cuarto estaba la cama de mi abuela que era cama dura, no tenía colchón, sino que simplemente era tendida con una estera seca. El tercer cuarto era la conocida como faldiquera, recuerdo que ese cuarto utilizaba la tía que se fue hacerse monja, allí recuerdo que planchaba con esas planchas que funcionaba a carbón encendido. Según me contaba mi abuelita ella se había casado muy joven, era una doncella y el esposo ya tenía su edad, es decir, que le llevaba con 10 años de diferencia. Mi hermana iba a la escuela Gertrudis Esparza, y en el momento del recreo me invitaban a las gradas que quedaban junto a la cancha de básquet, donde se compartía la colación que llevaban las amigas de mi hermanita. A la hora de salida de la escuela, sobre todo el día viernes ayudábamos a una tía que ya falleció, ella vendía mote con picadillo. La tía vendía el mote con un exquisito ají. Le ayudábamos a mi tía a llevar su petaca vacía, caminábamos junto a ella, ya que ella tenía inconvenientes para caminar, sus pies eran inmóviles, sin embargo, desarrolló una manera de movilizarse, al inicio gateaba, luego, su hermano le hizo unos palos de eucaliptos y se los lisaba con un pedazo de vidrio y con esto caminaba un poco rápido pero cada cincuenta o cien pasos descansaba unos tres a cuatro minutos. Mariana de Jesús y Yo, después de la escuela, almorzábamos mazamorra de maíz, que era una crema como se dice ahora, pero siempre mi abuelita le daba sabor con hueso blanco. Empezábamos a caminar por la vía de San Jacinto, por donde había una mina de piedra, luego, se caminaba por un sendero que había plantado la gente del lugar, cebolla blanca, coles, nabos. Más arriba se recorría los linderos llenos de flor de “gallo”, después ya se empezaba a caminar por el sendero que era a su alrededor de potreros tan verdes como aceitunas. Se llegaba a la acequia de Callejas, que venía por este canal agua que surge desde Cerro Hermoso, que es una montaña que embellece el paisaje, el inicio de la selva de Los Llaganates, un lugar mágico, donde se cuenta que Rumiñahui escondió el oro cuando llegaron los españoles. Después ascendíamos por el chaquiñán que conectaba a Cuchauco, que además de poseer los silvestres mortiños, de ahí explotaba el ripio y la montaña era invadida. En ese espacio se comía moras silvestres, también se observaba guicundos que eran una flor silvestre, esta flor o planta es utilizada para realizar el pesebre a lo antigüito. Posteriormente, subía una colina y el camino que seguía era como las curvas de una serpiente alargada. Se llegaba sudando porque la cuesta era empinada. Y en la mitad de esta montaña este lugar que se conocía como el poggio, es decir un manantial que salía agua tan natural como la vida del hombre. Esa agua calmaba la sed, calmaba el cansancio. Mariana tenía sus ojos color cafés y se llevaba más con mi abuelita y una que es mayor con 10 años para mi es decir ahora tiene 54 años. Ella (Tía Luz) se gradúo en el colegio de Corte y Confección” (El colegio se llamaba Lola Garcedes), con 10 sobre 10. Pero no ejerció la profesión porque más se dedicó a cuidar y acompañar a mi abuelita, pues en mi caso ya cuando terminé la escuela me enviaron a estudiar en Azogues. Mi abuelita tiene un carácter duro y fuerte, siempre controlaba de un solo grito, por ejemplo, -decía ¡Juaaaan! ¡Juaaan!, ¡Lucitaaaa! ¡Lucitaaaa!, llamaba de esta manera en cualquier momento del día, de la noche o de la madrugada, pero más a las 3 de la mañana cuando la gente, los comuneros se disponían a subir al Páramo, porque había un solo camión que nos trasladaba hasta el lugar donde dormían las bestias del campo: vacas, terneros, toros, vacas recién paridas. El agua de la acequia de Chaupe fría como mis orejas al viento. Los comuneros se vestían con ropa gruesa y los que tenían pochos para cubrirse del gélido frío también los utilizaban. Una tarde, como siempre íbamos a mudar o dar agua a las vacas y demás acémilas del campo. También dentro de ese grupo de ganado estaba la yunta, que eran dos toros que uncidos servían para trabajar en el campo. Esto de labrar la tierra con la yunta tenía su arte como tal, por ejemplo, se araba, se cruzaba, se recruzaba, también se rastraba. Este proceso que se realizaba era cansado y agotador. Porque dependía mucho del tipo de tierra para trabajar los terrenos de mi abuelita. Mi abuelita contenta al saber que estoy trabajando sus propiedades me traía el almuerzo. Y siempre estaba preocupada que sus terrenos estén trabajados y que sean producidos, ya sea con maíz, papa, yerba. En los terrenos donde no se podía introducir a la yunta, simplemente se trabajaba con azadón, pico, zapapico, pala, barra, sobre todo, cuando se desfondaba, que era escavar la tierra al menos un metro de hondo, por esos terrenos eran de cangagua pura. No se utilizaba la yunta en las huertas de peras, manzanas y claudias porque era incómodo pasar por aquel espacio. Yo tenía pereza para realizar la huacha que consistía guiar a los toros por donde el campesino arador necesitaba trabajar. Para arar se necesitaba las armas que consiste en un palo de eucalipto fuerte y alargado, se le denominaba timón, en la parte inferior del timón estaba una reja empotrada al timón, se le ajustaba con pedazo de madera en el centro para que quedara acorde y lista la reja para hundir en la tierra dura o media dura o relativamente suave, ya depende del tipo de suelo. La reja se alineaba o se ajustaba a la charrilla que era también un pedazo de madera de eucalipto, de donde conducía el timón que colgaba desde el Yugo, todos estos objetos eran ajustados con cabestros de cuero de ganado. Mientras se trabajaba, los toros sudaban porque el esfuerzo era grande. Mi hermana ya era de 17 años, pues yo tenía 14 años, y era fuerte y obedecía a mi abuelita, porque era la costumbre de servir y apoyar con los terrenos de mi abuelita. Yo ya me había acostumbrado a este tipo de actividad para no ser hablado por la abuelita o mi padre que en ese tiempo ya vivía en Quito. Me dedicaba ayudar a mi abuelita en tiempo de vacaciones. Antes las vacaciones del colegio duraban tres meses, (junio, julio y agosto) y era suficiente para ayudar, después de apoyar a mi abuelita, nuevamente, me iba al colegio, a seguir estudiando.

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