EL VASO QUE DERRAMÓ LA GOTA, NOVELA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL VASO

QUE DERRAMÓ

LA GOTA

 

 

 

 

SEGUNDO ANGEL TITUAÑA CRIOLLO

 

 

 

 

 

2023


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EL VASO QUE DERRAMÓ LA GOTA:

El Macondeño

Segundo Ángel Tituaña Criollo Derechos reservados conforme a ley

 

Cubierta:

Diagramación:

Inscripción: Direción Nacional de Derecho de Autor y Derechos conexos: No. QUI-063174

ISBN

 

 

Primera Edición 1000 ejemplares

 

 

Este libro se acabó de imprimir en ……………

Quito-Ecuador 2023.


ÁNGEL TITUAÑA CRIOLLO FICHA BIBLIOGRÁFICA

Nació en Tungurahua, Ecuador, en 1975. Realizó sus estudios primarios en la Escuela José Elías Vasco Moya. Los estudios secundarios los hizo en el Colegio Particular “Franciscano” de la provincia del Cañar, en su capital: Azogues, obtuvo el Bachillerato en Ciencias Sociales. Tiene una Licenciatura en Comunicación y Literatura: Mención Literatura, en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador de la ciudad de Quito. Tuvo la oportunidad de estudiar en la Universidad Central de Ecuador, un año de Ciencias de la Educación, en Lenguaje y Literatura, estuvo como maestrante en la Universidad Andina Simón Bolívar y por cuestiones de horarios tuvo que abandonar. Ha sido docente en muchos colegios particulares en el Área de Lengua y Literatura: Colegio San Andrés, donde dirigió con sus alumnos: Declamación, Oratoria y Concurso de Libro Leído. Colegio: Centro del Muchacho Trabajador, Colegio San José, Colegio San Fernando del Centro Histórico de Quito, Colegio San Pedro Pascual, Colegio Santo Tomás de Aquino, Pitágoras Hall School, Humanístico Quito y Colegio Gran Bretaña, Jefferson School, Colegio Particular Pedro Vicente Maldonado.

 

Además, trabajó en la Radio Francisco Estéreo y Radio Municipal como locutor del Programa Radial. “San Andrés al Aire” con el Dr. Washington Patarón y la Lic. Rocío Báez cuando era profesor de Lengua y Literatura en la Unidad Educativa Franciscana San Andrés.

 

Ha publicado:

 

2021    Cascada de letras (Relatos y Ensayos) Voces Literarias (Poemario)

El Virus de la Nostalgia (Poemario)


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Esta novela es en honor a:

 

 

John Solís Rodríguez en Canoa. Indira Córdoba, que regresó desde Argentina. David Guzmán por el impulso y ánimo para escribir.

Santiago Vizcaíno por el apoyo desde su escritura de sus obras.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"La soledad le había seleccionado los recuerdos, y había incinerado los entorpecedores montones de basura nostálgica que la vida había acumulado en su corazón, y había purificado, magnificado y eternizado los otros, los más amargos".

 

Gabriel García Márquez


 

PRÓLOGO

 

 

 

El vaso que derramó la gota es una novela corta en la que el narrador cuenta sobre el “macondeño” quien es uno de los personajes principales que se muestra tal como es, porque es tan humano, que se le ve expresar los pensamientos, sentimientos y emociones como el agua del río que se subordina a su curso y caudal natural que recorre sin parar hasta su final.

Es impresionante recorrer el mundo de ilusión y creatividad emocional del autor porque sus historias mágicas y reales se originan desde una experiencia no solo desde la perspectiva crítica de la sociedad de estos tiempos, (donde quizá la lectura se ha vuelto no tan comprometida con el espíritu esencial de cada referente literario), sino que originó desde la vena testimonial y recorrerá por el camino de la narración contemporánea.

Al “macondeño le encontraremos como un hombre que está en la flor de su adultez, cerca del medio siglo de vida, que va reflexionando no solo sobre su pasado, sino que realiza un pare en el presente para que con eso pueda proyectarse hacia el futuro imprescindible de nuevas experiencias fantásticas y vivenciales.


Es digno de mencionar que la imaginación y aventuras narradas y descritas con maestría harán de este espacio imaginario un paraíso de letras en el momento de la aventura humana de leer y entender sus oportunos significados e inofensivas interpretaciones del lector que tome en sus manos con diferentes matices de interpretación.

Además, durante la narración, el escritor se ha preocupado de entrelazar contextos de tiempos, espacios y personajes de la historia contada no solo en libros de la Historia del Ecuador sino de memorias colectivas de muchos que han antecedido a la existencia del autor, de esta nueva narrativa que diferencia lo antiguo y lo moderno de la sociedad. Por ejemplo, en esta novela se describe el tren como reliquia traída hasta estas tierras ecuatorianas y quien empezó su construcción férrea fue Gabriel García Moreno y lo concluyó Eloy Alfaro para permitir el intercambio y cercanía entre la sierra y la costa del Ecuador.

Es trascendental informar que esta novela encierra o nombra muchas leyendas o mundos mágicos y localismos de Quito, por ejemplo: la leyenda de Cantuña como un ser mítico y de grandes hitos de la cultura mágica e historia de esta plaza y convento de San Francisco.

Hay también referentes de la literatura europea y nacional. Precisamente, esta obra literaria constituye una mirada y tendencia desde el pensamiento del macondeño a lo ecuatoriano para dejar plasmado en estas páginas noveladas.


El macondeño se ha convertido en el signo de las letras que se vuelcan a un buscar un significado, desde el lado humano y desde la fantasía o invención de quien en tardes llenas de lluvia y de mucho sol se ha ido entretejiendo los lamentos y los aciertos de este simbolismo de persona. Y según John Solís Rodríguez, escritor quiteño, afirma que: “la idea de un macondeño en Quito me parece una obra genial”. Y con esta frase motivante del amigo escritor se imprime mi primera novela corta hecha con toda la fuerza y creatividad narrativa.

 

 

 

El Autor


 

 

ÍNDICE

 

 

 

 

CAPÍTULO 1

 

Amaneció otro día

 

CAPÍTULO 2

 

Realidad que ya pasó

 

CAPÍTULO 3

 

Estepas del páramo

 

 

 

CAPÍTULO 4

 

Enredado entre sus problemas

 

 

CAPÍTULO 5

 

El ruido del rondador


 

 

CAPÍTULO 6

 

El último individuo del horizonte

 

 

CAPÍTULO 7

 

Un caudal demasiado incrementado

 

 

CAPÍTULO 8

 

Aceptar el destino seguro

 

 

CAPÍTULO 9

 

La tarde veraniega

 

CAPÍTULO 10

 

Con virtudes y defectos


1

 

 

 

 

 

 

 

Amaneció otro día

 

Despertó con la sensación de que su pasado lo arrastraba a lo más tenaz de su existencia, a no ser más un macondeño perdido en el país de la canela y del petróleo; un dependiente del café de Pacto o de Loja. Ambos deliciosos pretextos para endulzar la vida y además de reflexionar en lo que sucedía. Esta vez había un motivo especial: “Las movilizaciones indígenas habían concluido”, escribió. Y _él expresaba hacia sus adentros_ es una preocupación constante y voraz, que sucedieran estos acontecimientos envueltos en manipulaciones del mundo político y la corrupción de esta.

El ciudadano es un tanto culto y otro tanto vulgar. Porque a pesar de haber sido formado se iba imaginándose sobre el futuro impredecible, pero este se iba enterando de la realidad nacional con cierto esmero e interés. Se disponía a iniciar una larga travesía por el mundo y sus alrededores menos indicados del momento acuciante y bochornoso del país en materia de tendencias políticas y obsoletas.


 

 

 

El hombre vestía con traje negro, botas y correa de cuero legítimo. Era alto y simpático. Olía a colonia inglesa en su cuello ennegrecido por el sol de medio día. Le gustaba alimentarse con churos serranos y ceviches costeños. Siempre estaba puntual en sus citas con algún amigo que lo esperaba. Es alguien que viajó desde Macondo, el lugar imaginado por García Márquez, en un tren que ya no existe, viajaba junto a la ventana, para ir contemplando la construcción férrea iniciada por Gabriel García Moreno y concluidos por el legendario Eloy Alfaro, el viejo luchador.

El hombre, el macondeño, era taciturno y le gustaba beber cerveza artesanal envasada en algún monasterio colonial. El fantasmagórico viajó desde las tierras de Pedro Páramo, lugar mítico y llegó a la ciudad que tiene un clima frío, (un tiempo que prefiere volverse de inmediato a las sábanas térmicas que le da descanso y paz), pero no deja de ser mágico el rincón colonial porque muy en la mañana tenía que salir a la calle con una bufanda y observaba a personajes que vienen de otra dimensión, donde no hay control del tiempo y del espacio, sino que el hombre siente


 

 

 

el viento que silva y se esfuma por el tejado envejecido.

 

 

Siempre que él pasaba por la plazoleta de piedra pensaba sobre la leyenda de Cantuña. Cantuña se idea que para construir de manera rápida y de terminar la construcción del atrio de San Francisco debía de hacer un pacto con el diablo. Y el contrato con el diablo fue de la siguiente manera: Que unos instantes antes que se escuche el primer canto del gallo, ya debían haber concluido la edificación, pero los diablitos colaboradores se olvidaron de ubicar la última piedra traída desde las faldas del majestuoso volcán Ruco Pichincha. Pero la versión original consistió que Cantuña había extraído la piedra y lo escondió para que no fuese llevado su alma por el diablo.

El hombre se dirigió reflexionando en su destino e iba llegando hacia el corazón del escritor que se trasnochaba por avanzar en la escritura de su historia construida con amor y pasión.

Lo primero que hizo es sentarse en la tercera grada de aquella plaza y empezaba a entonar el canto: ¡El pueblo unido, jamás será vencido!

¡El pueblo unido, jamás será vencido! Mientras la señora que vende la


espumilla hecha a mano _gritaba con voz potente_  ¡espumilla!,

 

¡espumilla!. Después, el macondeño también escuchó y vio a los poncheros que bajaban con su carrito adecuado para ofrecer esta delicia del ponche, que contiene huevo, mezclado con malta y azúcar que, si se sirve al borde de una de las plazas de Quito, es bastante placentero y de degustación. En este momento, el macondeño se encontraba en una de las esquinas de la Plaza Grande y analizaba que si lo mece el ponche lo pierde todo porque se reduce a dos gotas de líquido, por eso es importante se decía a sí mismo que hay que servirse esta delicia sin mecer y directamente lo llevas la cucharada de ponche hacia la boca y ahí ya lo disfrutas como un amante de este tipo de majares. Las preguntas surgen:

¿Quiénes son los poncheros? ¿Por qué se dedican a esta actividad? ¿De dónde han venido, hasta aquí?

El cielo empezaba a dar señales que iba a llover y hay que guardar la ropa del colgadero de su terraza amplia y de cemento armado pensaba el aventurero de Macondo, porque no había quien haga esta actividad doméstica, ya que el tiempo no le alcanzaba para hacer todo eso y además


le queda contados minutos para tomar el bus y evitar llegar atrasado a su puesto de trabajo. Era profe.

No quiso creer que el macondeño pudo vender hasta las plantas que habían crecido de unas semillas de pepitas de mandarina de Patate o de algún otro lugar de la Costa.

El macondeño pensaba en aquellas señoras que lo habían comprado unas plantas de limón o de mandarina (Birmania y Rosa estaban paradas, allí esperando que pase el tiempo. Una corpulenta afro esmeraldeña y la otra que usaba lentes como de botella de vidrio) Eran ocho plantas de mandarinas que fueron puestas en recipientes de plásticos grises. Y todas las vendió a escasos dólares.

Aquel hombre contemplaba a las mujeres que cruzaban no solo por las calles, sino en todos los espacios que visitaba en la metrópoli y disfrutaba de los movimientos de las sombras de cada mujer, de cada mirada que penetra en el alma más dulce del ser. Inmediatamente, el hombre siguió la calzada e iba a prisa porque tenía que ingresar en el lugar de su trabajo al mediodía y caminaba más rápido, mientras pensaba en su deuda pendiente con un banco privado y con cierta incertidumbre


 

 

 

especulaba qué pasaría en el futuro, si ya no tenía dinero y, _se preguntaba_ ¿Con qué pagaría el puta arriendo? porque todo estaba caro y solo _se ideaba en cómo buscar más dinero_, porque ya no le alcanzaba para comprar panes hecho con maestría en los marginales de la urbe.

Las iglesias iluminadas de tal forma en la noche apacible y fraterna daban un aspecto conventual y noctámbulo, donde el olor a canelazo con dual (puntas den trago, traído de Mindo o de Tulipe) era penetrante a las fosas nasales. “Quien no haya probado las puntas de estos lugares, es porque no mismo conoce los rincones donde se destila éste “licor bendito, que calma las cuitas de la existencia como dice la canción.

De pronto, el macondeño, se detenía en el chaquiñán y miraba a tres señoritas sospechosas y se fijaba que la una era samba, la otra tenía cabello lacio, la que sigue era una joven que aparenta ocultar su tristeza porque ya se había quedado a exámenes de supletorio del colegio público. Sus dedos temblorosos de una de las chicas eran signo de sentirse nerviosa, con recelo y, _dijo que gracias por la fotografía hecha_ El mancondeño, quien tenía un temperamento fuerte, nunca perdía la


 

 

 

oportunidad de hacer una imagen, lo importante era llevar recuerdos no solo en su cámara de su Tecno Pova, sino que lo hacía en la memoria para nunca olvidar el instante de contemplación de las jóvenes que fueron sorprendidas en su último día de colegio. La nostalgia se había convertido en alegría momentánea con un tanto de cerveza y con otro tanto de gaseosa comprado en tiendas barriales.

Nuevamente, regresaba su recuerdo a Macondo y pensaba en sus personajes mágicos e invisibles que mordían pedazos de oro macizo que han abandonado en los límites del desierto del pueblo mesoamericano, donde habían llegado los españoles y las desposaron a las indígenas. Las desfloraron sin piedad y compasión. Los españoles cambiaban por pedazos de espejos fundidos en algún sitio europeo. El oro brillaba en las montañas del interior de la selva, mientras tanto, el macondeño se consideraba discípulo más querido del hombre que había redimido a millones de humanos desde el año uno en el que empezaba la era después de Cristo.


 

 

 

En aquel tiempo, el macondeño empezó a dar clases por zoom y por teams. Cumplía cierto horario de clases y si no cumplía mencionado contacto era sancionado o al menos amonestado por autoridades del establecimiento público y todo quedaba archivado en la carpeta del que “aquí puse y no aparece”. Y por no estar atento a llamadas de padres de familia impertinentes se perdía una plaza de trabajo en el establecimiento particular. El macondeño también vivía en las márgenes del perfil costeño donde solo se respiraba a marisco podrido cuando amanecía y cuando anochecía a cerveza que habían regado los amantes de esta bebida.

Las olas sonaban acompasadas a un solo golpe. Además, él contemplaba el horizonte del mar, la arena caliente que quemaba la planta de los pies. Y solo pensaba en el pasado, en las consecuencias del pecado carnal. Seguidamente, el macondeño observaba una película en Netflix titulada “En Alta Mar”, una cinta cinematográfica de misterio y reflexionaba en el asesinato de las personas que mueren sin saber por qué y se adelantaban al destino más evidente de “La muerte”. Estaba cansado de tipiar en su computadora Gateway. Estaba cansado de beber el mismo café


 

 

 

en la misma taza, el ver el rostro enojado de la dama que iba presurosa a comprar en la tienda más cercana y cuando no tenía dinero, arriesgadamente fiaba. Aquella señora _Buenas tardes vecina, decía _ si le puede fiarle papas, frutas y frutos secos, porque necesitaba llevar para mis hijos, ya que nunca ellos dejan de desayunar, almorzar y cenar_ y otras comidas complementarias que se servían, siempre, ya que los adolescentes estaban creciendo no solo en alma, sino en lo corporal. Los adolescentes debían de apreciar sus existencias desde pequeños y de pronto aparecía un muchacho que relataba haber viajado en barco hasta las costas de Miami.

El macondeño _recordaba sus experiencias dolorosas_ de su niñez sentado en las gradas de un mercado donde ofrecía un plato de plástico con zanahorias amarillas, también verde o maduro. Estos productos les vendían a siete sucres y sino realizaba esta acción, la baldadano le daba el almuerzo y si lograba vender no solo le daba el almuerzo sino también le brindaba un helado de mora y leche. El niño saboreaba el “aice cream”, luego seguía su explotación infantil por su


 

 

 

familiar que vendía en la calle Colón de Ambato City. Recordaba que el niño estaba sediento y no solo se quemaba la coronilla de su cabeza, sino que se quemaba la espalda. El clima era cálido seco y hasta cierto punto inaguantable.

El desierto de la existencia era alejarse de los demás para examinar de los pecados que cometía a diario, no solo de pensamiento sino de obra, meditaba el macondeño, cara de cerdo y de caballo. El hombre se sentaba en una silla negra. El escuchaba la triste historia de que su amada había tenido un aborto y el muchacho pensaba tenerlo, pero hoy en día ha dejado de participar el hombre en esas decisiones que la mujer puede decidir sobre su cuerpo, la palabra del hombre ya no vale en las decisiones de la mujer y con esto se ha puesto fin al machismo latinoamericano de paísuchos como me dijo un amigo que se gradúo en Boston en Teología, que allá actúan libremente en su inclinación afectiva y sentimental y estos nos han catalogado a las sociedades del primer mundo, donde todo marchaba las cosas de buen estilo y excelente economía, los entendidos afirmaban que la cuestión financiera en USA es diez veces


mejor y excelente que el resto del mundo, por eso hay trabajo para millones de migrantes de todo el globo terráqueo.

Eran las veinte y tres horas con diecisiete minutos de la noche y ya pensaba en dormir pero en este tiempo le venía la inspiración para relatar la historia que le nacía desde su creatividad para imponer sobre la destreza de entonar su guitarra al son del tambor que interpretaba un folklor musical expresaba el caretuco, alias el “macondeño”: /“De las peñas corre el agua/ de los árboles el viento/ de tu corazón ingrata/ el mal agradecimiento”/, _alguien decía que_, en vez de interpretar las melodías de los Jarckas era preferible valorar el folclor ecuatoriano y seguía cantando el yucholomo: /“tienes que volar paloma en tu propio cielo/ hay un palomo esperando en tu propio cielo”/ Su mente mente estaba loca como su corazón, que el macondeño iba recordando sus amores del pasado y todo lo que pudo experimentar con cada una de ellas, no solo pasaba la palma de su mano por las frondosas cabelleras, además pensaba en su estatura, en la forma de sus labios, carnudos y gruesos, pero también finos y azucarados; unas eran del Norte, otras, del Sur; algunas eran de la Costa, otras, de la Sierra y Amazonía. La alegría y


 

 

 

ocurrencia por sentirse todo un “donjuán” o un J.J. Su imaginación corría como un vehículo que solo se dirige al choque, hacia la muerte del corazón y su razonamiento lo llevaba a las verdades filosóficas aristotélicas y platónicas cuando reaccionaba hacia la existencia cuerda y normal.

El macondeño se había enterado sobre el escritor del Ángel de la Peste que revelaba que su primer interlocutor era su bella esposa que compartía su lecho veraniego y solo se sentía observado y confesaba que los hechos reales llevados a la literatura o narrativa eran ya ficcionales. (el espacio que existía entre ficción y realidad era tan corto o era tan largo porque podía estar pensado en la realidad que no existe o podía pensar en la narración que era cierta) y que alguna ocasión existía el conflicto entre la realidad y ficción.

Ahora, lo importante pensaba que había que seguir cruzando la calle de la Amargura, contemplando a monjes que se habían consagrado a la vida, oración, ayuno y penitencia. Los franciscanos habían hecho un altar de la virgen donde las devotas iban dejando sus centavos como limosna, contribución económica que no solo era para el cura sino para los


 

 

 

niños que están en el albergue. Alguien pregunta _ ¿los curas y las mojas tienen su sueldo? _ La respuesta que consiguió el macondeño era que no tenían algunos religiosos, pero muchos que trabajan en colegios y universidades tenían, sino que era como no tener porque debían de dar a un fondo común, (el hermano ecónomo era quien tenía en una cuenta bancaria) porque eso lo dictaminaba el reglamento de la comunidad franciscana u otra afín)

_Alguien decía_: ¡queremos la libertad!, ¡deseamos la verdad! y el hombre de Macondo se puso a reflexionar sobre estas dos palabras que tal vez eran simples, pero tenían mucho significado que se imprimía en la memoria de los pueblos que solo guardaba de cómo llegaron a fundarse, como la de Roma, con Rómulo y Remo, dos hermanos que fueron amamantados por una loba que se afanaba no solo por el criar con de leche que se conservaba en refrigeradores que quepan en un cuarto oscuro de la casa colonial y que permanecen frescas para saciar la sed de estos dos niños, nacidos con sus destinos encaminados para fundar el pupo del mundo, el centro de los montes de la fantasía y sensibilidades del corazón.


 

 

 

Las venas estaban llenas de soledad y amargura del crepúsculo de todos los días.

Mientras el hombrecillo de Macondo, alias el pateplayo, que parecía ser un duende que posa en las montañas de Quillanpata y las riberas del río manso “guayas que contemplaba los muertos de la peste y de los moribundos que yacían después de las protestas por la carestía de víveres y demás cosas necesarias para sobrevivir en este espacio lleno de penumbra; porque el cura de Ascázubi se olvidaba de dar la misa en latín en un lenguaje culto y vulgar.

Los domingos y los jueves eran las ferias de la mayoría de los pueblos de la sierra donde sacaban a vender sus productos y animales a precios baratos para luego, comprar ricos panes de Ambato en el mercado “Primero de Mayo que no solo abastecía a los habitantes de la ciudad de los “Tres Juanes”, sino que llevaban a todas partes. El macondeño en ese instante se acordaba que en la calle Sucre y la calle Flores en un zaguán colonial, aún venden las variedades del pan ambateño: sabrosos y


mantecosos. Y muchos prefieren comer este pan con dulce de higos y queso sin sal.

 

 

 

Escuchaba el piar de las aves del campo, contemplaba toda la selva, lo lineal del curso del río amazonas, donde escuchaba gracias a la memoria colectiva de los habitantes de la selva, la leyenda del Dorado que sus diosas amazonas se bañaban no solo en sus aguas puras sino en oro derretido que escondieron en tinajas de plata en “Los Llanganatesy de Cerro Hermosodonde se veía volar el cóndor, señor de los páramos y pajonales de más arriba de Tolóntag y Píntag. El macondeño bien lejos del poblado, en el páramo apreciaba que a lo lejos se veían lobos que corrían y se perdían monte adentro. El frío del páramo fue intenso, que no se lograba identificar el sendero para bajar hasta el caserío. El recuerdo es uno de los hechos complementarios de su fantasía y su verdad de acontecimientos sucedidos en el eterno pasado. Se sentó una vez en aquella piedra que no se rompía ni con dinamita que habían puesto los militares y policías del lugar para dar paso al túnel que había construido el concejo provincial. Observaba los ríos del oriente y de la sierra como el


 

 

 

recordar el paraíso de Adán y Eva, antes que cayeran en el pecado habían sentido vergüenza delante de la mirada del Ser Supremo.

El macondeño se autoflagelaba con recuerdos un tanto borrosos y divagaba de las siguiente manera: -Yo pensaba sobre la escritura que piensa en el atardecer de un viernes después de exámenes, era un tanto ecologista, que tenía que clasificar la basura en muchos recipientes para dejar de contaminar el ambiente y por la culpa del ser humano el mundo que se estaba contaminando más y más_ y ya no había rastro del último venado que corría tan rápido como la corriente eléctrica, eso se imaginaba el macondeño al estilo de Nahún Briones en las inmediaciones del Cañar y de la travesía del Tambo hasta llegar a Naranjito. Solo pensaba que sean las diecisiete y treinta de la tarde para dar el primer paso por la puerta principal del colegio fiscal, porque ya no aguantaba más el ambiente hostil de compañeros o enemigos del escritor, que había empezado hacer sus construcciones literarias que iban narrando historia un tanto borrosa o apegada en verdaderas reflexiones de la caridad y del amor al prójimo que nunca había visto el dolor ajeno como ver la corrida de toros de Alangasí,


refundido en una hacienda del lugar que iba cayendo las gotas de la última lluvia del atardecer, de la existencia del maestro de corbata y maleta negra y zapatos charolados para no gastar los cincuenta centavos, cuando había estado sentado en las sillas de los lustrabotas de la plaza antigua.

El hombre de macondo alias el cachuley no solo había venido a tomar café en la esquina de San Diego sino había venido a tomarse un traguito con canela y ponche que iba regándolo y desperdiciando en toda la plazoleta y también regaba esta bebida por las gradas de la catedral metropolitana para decir que se ha roto el tanque del ponchero, o las mojas del Carmen Alto han obsequiado un exquisito vino de frutas, de primera. El ambiente del centro se ha inundado de ponche y mantequilla.

La música que escuchaba era la de los Panchos y era la música de Julio Jaramillo que estas melodías perforaban el recuerdo del dolor y la travesía de los grandes puentes colgantes del Pangui. Alguien que no oía pasillos de J.J. es como que no se identificara con lo de ser ecuatoriano que había salido por desiertos mexicanos y ríos caudalosos que arrastran los muertos de migrantes, que durmieron profundamente en el sueño


americano, que nunca les fue posible cumplir y solo arriesgaron su integridad y su existencia misma.

No era posible pensar en las deudas que contrajeron por el sueño que jamás llegaron a ser realidad, lo verdadero y real era que por el paro y las movilizaciones de este año se había comprado cebollas y huevos a precios que ya no rinde el bolsillo de los moradores del Castillo de Ingapirca, del Santuario de la Virgen de la Nube y de Nuestra Señora del Rocío. A mi oído suena el soplo de los orificios de la zampoña y la quena. El arpegio de la guitarra va como los dedos que siente en las costillas del hombre, que va muriendo cada día con cáncer a la piel y con la condenación para toda la existencia en el más allá, donde el rechinar de dientes era alarmante como gritos de media noche cuando iban llevando todo el dinero y las pertenencias de un hombre que se había quedado del bus, que lo transportaba desde el norte de la ciudad o desde los valles que anochecen con sus lánguidas luces que insertaban más miedo en la conciencia de los filósofos que siguen pensando en la no existencia del poderío de alguien superior.


 

 

 

Nunca quería desaprovechar el tiempo en conversaciones que nunca alimentaban el alma, sino que perjudicaban la conciencia limpia del ser humano.

El tambor sonaba como bulla exorbitante cuando el macondeño, alías el vaguito, descansaba después de largas horas de trabajo dentro de una biblioteca centenaria, donde el polvo había sido capa del olvido de los lectores, que ya han fallecido y simplemente mediante estos espejos mágicos veían cómo se habían envejecido el papel de los periódicos del tiempo de Eugenio Espejo cuando denunciaba a los corruptos de entonces. Quería gemir como estremece la noche frente al día de la matanza de los adolescentes de tantas periferias de las ciudades del cacao y del banano. Se sumergen sus caras como ramas secas que vuelan por el viento de julio y de agosto. El macondeño solo pensaba en buscar hilo chillo para hacer muchas cometas y ofrecía a los niños que iban al Panecillo a matar el aburrimiento de las vacaciones que mal o bien pasaron el año después de las clases cibernéticas. Las clases presenciales que igual eran tediosas por la precaria metodología utilizada por el profesor que sus años han caído en


 

 

 

su existencia y denotaban la sabiduría para los alumnos reacios a los hábitos de estudio y conduta indeseable. Ya no quería tocar la guitarra porque le traía recuerdos de las andanzas con su instrumento al hombro por ciudades y pueblos de la Amazonía y de la Costa, donde tranquilamente tomaba café con azúcar y empanadas de viento y las papas fritas con sal y mayonesa al gusto y le llamaban comensal de buen paladar, porque degustaba, no solo eso sino la chicha de chonta. El vaso de plástico estaba mezclado de mayonesa y ají y cuando se coloca en unas cuantas papas crocantes. Los ojos del macondeño eran rojos por haberse bañado con mucho jabón de tocador, cuando se dirigía al trabajo y después, al retorno de su jornada laboral. No era muy largo el tiempo de trabajo, pero era tedioso porque tenía que sentarse horas y horas frente a los computadores para registrar todas las obligaciones como profesional.

El macondeño, quien estaba bastante pensativo y preocupado porque la dueña de casa que exigía el pago puntual del arriendo, el pago de la luz, el agua y el internet, se iba de mañana con su hijo a una cancha de básquet cercana porque ya al medio día debía de irse a su trabajo.


Ahora, lo esencial era fomentar la cultura y la historia del deporte que queda guardada en la repisa y las paredes de la casa amplia y con mucho amor y dulzura.

Mientras estaba acostado en la recamara, mirando con los ojos fijos al techo recordaba cuando se cayó de espalda a gran velocidad en la escasa agua del Tobogán de la Chorrera.

El macondeño salió a buscar al hombre del coche que vino desde la Martha Bucarám a pararse en la Iglesia de la calle Chimborazo porque ahí le contratan para tomarse un cafecito y su paga lo valoraba con alegría porque el dinero que se tenía no era cosa que dure para siempre sino era algo que te servía para tu vida personal. Después, se sentó en una silla cómoda y escuchó el pasillo: El Ángel de Luz que era una canción con muchas metáforas que le hacía sentir la nostalgia y del amor que cada ser humano sentiría, (si es que el amor ha visitado la puerta de su corazón y si no le ha llegado este sentimiento tan humano e inspirador) al que escucha esta melodía que el amor era como fuente cristalina que emanaba de la tierra y se relacionaba el pensamiento de este amor tierno y sincero con la fertilidad de la mujer comparada con la fertilidad de la tierra, la


Pachamama. Buenas noches le dijo al fantasma de la media noche de la calle Rocafuerte y García Moreno. El fantasma que estaba arrinconado en la bodega polvorienta con trajes de matón y con trajes de obispo que había salido de su obispado para visitar a los más pobres de lugar, el obispo les ha llevado grandes trozos de pan y vino y en sus dos manos iban transportando hasta llegar a visitar aquella familia que nadie tiene un trabajo duradero, ya que tenían que salir a las calles a ofrecer medias y relojes esperando que alguien los compre para con ese dinero (cushqui, money, platita, popularmente utilizando el lenguaje castellano ecuatoriano popular) Se pudiera comprar mucho fideo y un pedazo de queso para dar sabor a la sopa de medio día. Escogió mi corazón este amor equivocado se decía por dentro de su más íntimo del pensamiento. Su sentir iba al ritmo de este sanjuanito que ha durado por mucho tiempo en las radios y ahora en YouTube como música nacional.

Nunca pensó amanecer cerca del Ilaló donde aún se puede escuchar el canto del mirlo y del ruiseñor. Las mariposas de todos los colores van de flor en flor, de yerba en yerba. Las abejas que absorben el néctar del polen de cada flor dulce y bella. ¡Qué bellas son tus obras! son


del arquitecto del universo y las huellas del amor quedaban como pisadas en la arena que con el paso del tiempo desaparecerán, pero perdurará en la memoria de quien lo recordará por siempre.

El macondeño como jesuita que medita en la quinta semana de los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, el santo por excelencia, iba pisando las piedras del sendero e iban percibiendo el aroma de mujer. La textura y el color de las moras silvestres y olor a eucalipto eran penetrante a su nariz y se relajaba su mirada del estrés de la ciudad que observaba la matanza de Eloy Alfaro o del Indio Daquilema, de las ofensas a Tránsito Amaguaña, el progreso de Matilde Hidalgo, entre otras damas que han cambiado este sitial, en materia de derechos y ventajas del ser más sublime: La mujer.

Había llegado el momento de proclamar y le entregaba sus brazos para el mundo abrazaba también pensaba en sus adentros como pompas de jabón que desvirtúa su personalidad y carácter colérico de la existencia del Hades, esto era como un sueño que tuvo el macondeño, hombre diestro para declamar y orar con temas que reivindique la dignidad del indio, la belleza de la mujer: talento y revolución.


Te hablo desde la prisión era una salsa que también le iba y venía en su oído acústico de artista y disfrutaba con ritmo y sabor mientras tomaba un vino añejado español y su boca era tan amarga y causaba el tufo de la desgracia de haber empezado a tomar la primera copa que terminaría generando en maltrato verbal y psicológico a quienes rodeaban su celda de la existencia, que toda la noche pensaba en sus andanzas y matanzas de tanta gente que hizo desaparecer como furia de viento o de agua. Nunca dejaría de escribir la única historia que tal vez se publicaría antes de morir, antes de dar su último suspiro en este mundo injusto, porque por sus asesinados le dieron condena de treinta años para reflexionar y cambiar de una vez por todo, porque la existencia solo le da una oportunidad más para ser mejor, el arrepentimiento sincero del macondeño no bastara para la paz de los familiares, ya que por más dinero que reciban sus familiares como indemnización del estado, nunca regresarán a tantos jóvenes y señoritas secuestrados, violentados por todas partes del globo terráqueo.

Cuando te hayas ido me envolverán las sombras y los cristales humanos llorarían sin cesar hasta la parusía del Señor que trasciende


noches más oscuras del destino que gritará en la soledad de la noche, que era la luz del mundo para quienes no lo conocen y siempre su luz lo llevará hacia el más allá de la existencia porque no haya tanta dicha sentir la presencia de un Señor de señores, maestro de maestros. Quería gritar justicia para vivir, quería gritar: extradición”, “extradición” esas fueron palabras de los más rebeldes de las sociedades no solo ecuatorianas y peruanas sino de toda Latinoamérica, siempre hay que hablar de la verdad frente a los poderosos del de las sociedades neoliberalistas y que el pueblo realiza grandes filas para conseguir un trabajo en el sector de la limpieza de las céntricas y periféricas calzadas de la ciudad. “Todo trabajo es digno, el problema es que no hay trabajo, digno y esperanzador.

Píllaro viejo tierra querida donde mi vida he dejar también pensaba en sus remotos pensamientos de cantautor de la tierra de las flores y de las frutas. Después de haber estado pensando en tantas canciones amaneció otro día para seguir imaginando la historia comprometida con el público lector interesado en sus obras primigenias de su escopeta inspiradora de los sonidos acompasados de muchos géneros musicales que ya no quería elegir una más.


 


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Realidad que ya pasó

 

El mancodeño siempre se levantaba temprano para observar después de abrir la puerta si es que va a llover o no. El clima gélido le acompañaba en la meditación de las mañanas y las tardes. Siempre él tomaba un vaso de vino por las noches y sentía en su paladar el sabor y el placer de la misma existencia.

¿Qué te pasa? - Le preguntó aquella dama.

 

 

El macondeño le contestaba -No me pasa nada, solo que estos días me ha sucedido muchas cosas que tienen que ver con mi brazo y mi mano. Me duele y eso es todo lo que me sucede.

La mujer le seguía interrogando y le decía ¿Por qué te suceden estas cosas?


 

 

 

El hombre le decía que tal vez sea por poca concentración en la utilización del sartén en el momento que lo freía el pescado, porque hay que saber poner el aceite en la paila, ya que si se utiliza mucho y si lo manipula la espumadera con fuerza y con despiste podrías causar un accidente, parecido al que ocasionó. El quemazón del antebrazo derecho será la consecuencia dolorosa. El aceite caliente saltó al brazo izquierdo y le produjo una quemazón de primer grado. El macondeño sigue reflexionando sobre cada situación dolorosa o de alivio que le pasa en esta existencia don cada ser humano aprende a valor cada instante de su vivencia ya sea solo y también frente a los demás, cuando los escucha y los comprende y jamás lo juzga, jamás lo discrimina.

El sol cae sobre el piso mojado porque toda la noche ha llovido. Y el pensamiento del hombre se concentra en el dolor de su brazo izquierdo porque fue intenso. Los pensamientos y sentimientos fluyen como el agua del manantial más cristalino y sus aguas toma un matiz diferente por innumerables guañas. Las guañas son una especie de peces que sino sabes comer te lastimaría la lengua y el paladar, ya que tienen muchas


 

 

 

espinas de hueso. Para servirse este tipo de comida hay que tener maestría o tal vez cierto cuidado para disfrutar este sabroso plato. Una maestría que solo sabe el habitante de la zona donde se cultiva la canela y el verde. Y de estos amigos que se topa tal vez una vez en la existencia hay que aprender de su sabiduría gastronómica y su legado desde sus ancestros del lugar.

El macondeño morador de un pueblo, alias el palomo, que nunca existió en el mundo sino solo existe en la mente de miles de lectores que lo han leído y experimentado las vivencias del escritor que se acercó a prepararse en la principal ciudad de aquel país cafetero y por motivos de los medios periodísticos no alcanzaban más que a inventarse pueblos que nunca existieron sino solo en la mente del hombre de letras mecanografiadas o solo plasmado en taquigrafías que existían en aquel, entonces.

El macondeño quiere pensar en las más angostas calles de Grecia y Roma, porque según Miguel Ágreda: los romanos se habían aprovechado de la sabiduría y mitología de los griegos. El escritor macondeño seguía


pensando en el mito del Cíclope que de alguna manera le impresionó observar un gigante con su ojo en la mitad de su frente y los amigos de Ulises, no el Ulises Estrella, sino quien navegó por el Mar Mediterráneo. Para escaparse del poderío de su cueva, al Cíclope lo embriagaron con mucho vino para que los soldados pudiesen escapar puestos en sus espaldas el pelaje de ovejas y el Cíclope mareado no solo de tanto vino sino de la angustia y la soledad de la cueva, se confundió y no se dio cuenta de que los compañeros de Ulises se escapen de mencionado escondite. Y cuando ya se habían escapado del gigante del pensamiento de Homero, alguien le había preguntado _ ¿Quién te ha estacado en el ojo? y le respondía: _Nadie_, entonces, el hombrecillo de Macondo se quedaba impresionado por semejante hecho, que no era más el recuerdo de sus clases que había recibido hace más de 20 años atrás y lo había leído en uno de los tomas de la gran Odisea de Homero, cuando el macondeño se consagraba a leer en mesas tan límpidas y tan conservadas en un ambiente de investigadores de aquella época de los 90.

Alguien que pueda escarbar el pensamiento con silogismos filosóficos, el juego de los contrarios o también analizar desde el


psicoanálisis la existencia de cada ser humano que desde su violencia o desde sus traumas y pretende ser liberados y curados con plantas y flores, hasta con bastante hoja de coca y marihuana, expresaba aquel hombre de los misterios de Latinoamérica, alias el cabeza de toro cebado.

El hombre macondeño se trasladó en Flota Imbabura hacia la ciudad de Azogues donde pudo contemplar una fortaleza incaica que fue construida desde tiempos inmemoriales, disfrutaba de un baño en yerbas frescas junto a las vírgenes del sol, en la piscina del Inca, que hoy amenaza ruinas y solo queda la huella de este spa del Inca del pasado, solo a lo lejos de la piscina del inca se contempla la cara del inca que quedó plasmada de manera natural en una punta de una montaña del Ingapirca.

Luego de visitar esta construcción viajó en un bus que le llevó hasta el Santuario del Rocío donde hay una imagen de la Virgen María y desde ahí pudo contemplar la belleza de Biblián, la tierra de los jaboneros.

Después de ingresar a un bar que hay en la calle principal del cantón disfrutaba de un hervido de mora, que fue una mezcla de esta fruta con trago puro de caña. El hombre macondeño subió rápidamente las escalinatas desde la avenida de la Virgen de la Nube e ingresó a este


 

 

 

templo misterioso de gente campesina de San Marcos, Bayas y muchos otros pueblos que rodean la ciudad de Peleusí, donde como hasta ahora cuando llovía los zapatos se llenaban de tierra arcillosa por las mañanas y por las tardes, después de jugar un partido de fútbol en el estadio de la ciudad. La catedral construida en la antigüedad fue testiga de la presencia del seminarista de los ojos negros, con olor a romero e incienso bendito y las voces de los más de 30 seminaristas de cantaban acompasados himnos y salmos de la Biblia y sobre todo los cantos portentosos en honor a la patrona de esta población. Y los frailes franciscanos se han reunido con el representante del Padre de General de la Orden al capítulo de las esteras para elegir al Nuevo Padre Provincial que dará su guía y mandato con su báculo de poder de hermano menor. Y entre recuerdos y ruidos de los sonidos de los cantos gregorianos en capilla espiritual de oración para que a través de los votos se elegía al nuevo provincial que por más de dos ocasiones aplicaba, contribuía y expulsaba a frailes enredados en el pecado de la carne y del adulterio fruto del pecado de Adán y de Eva que los llevó a pecar como insensatos.


 

 

 

Mientras se acordaba de estos recuerdos dolorosos y bochornosos meditaba sobre la muerte del padre castrense y primer subteniente de la policía que lo encontraron muerto en su parroquia, luego de haber pasado sus últimos instantes con un amigo en una piscina y todo quedó en silencio así como cuando murió Eloy Alfaro que lo habían quemado en el parque del El Ejido, porque no era de los nuestros, muchos fueron cómplices del uso del poder clerical y conservador de la época dorada en que la educación religiosa era la que encaminaba a la sociedad de entonces.

Las montañas se tornaban más verdes y también amarillas por la sequía que se extendían desde los pueblos abandonados de Loja. Nunca puedo olvidar de la gente que cruzaba de un lugar a otro por querer observar la diablada pillareña, tanto en las fiestas de su fundación en Julio y de las fiestas de año nuevo donde desfilaban entre guarichas y parejas de bailarinas. Los capariches simulaban estar barriendo las calles céntricas de los antiguos pobladores denominados atipillaguazos. Todo esto iba recordando en sus momentos de ocio el macondeño, alias el nacido de la dinastía de Titicaca y Mamaoccllo. Reflexionaba porque todos los seres


humanos habíamos tenido una ascendencia desde dos, tres, cuatro y cinco generaciones a la actual, como en el relato del libro de las crónicas, donde se va detallando nombres de habitantes del pueblo Israel, hasta llegar a David y luego de Jesús, a quién le condenó, por blasfemo y declararse hijo del Altísimo y el se declaró quien venía a instaurar la nueva alianza, que el secularismo posmodernista lo opaca con valores más materialistas y el idealismo de los hombres ya no cuenta y solo es algo que pasó dentro de la historia de esta Humanidad.

Los Llanganates eran conocidos como el lugar concreto donde habían dejado el tesoro escondido en la selva, por las tierras de los toros bravos que bajaban a pasearse en su corrida de las Fiesta Taurina de la Virgen de la Merced.

El mancondeño se quedaba admirado de tanto híbrido de cultura que existe en el país que la línea equinoccial atravesaba.

Todo esto que contemplaba solo había sido una pesadilla piadosa y desenfrenada de su mente tan confundida y hedonista del pasado que bordeaba el presente que invitaba a la santidad de la existencia. Mientras el mancondeño hacía reflexiones de esta experiencia de pensar en el


mundo y realidad que ya pasó y se proyectaba a internarse en el túnel más oscuro donde se experimentaba el mundo de los ciegos de Saramago que contemplaba la perspicacia de este mundo como un mar de leche que se imaginaba la textura de un árbol de pino o de un eucalipto sembrado en la sierra central o en las laderas de la Hacienda de Catchuqui.


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Estepas del páramo

Sentado estaba en su cama con muchas almohadas pensando en el autor Gabriel García Márquez, meditando por mucho tiempo en la abundante capacidad de escribir y de pregonar a diestra y siniestra su identidad con relación a su pueblo de Macondo. Pensaba en los Buendía sobre todo en Melquíades. Macondo era como un lugar sagrado en el tiempo de los israelitas que vagaban desde Egipto por el desierto más largo antes de llegar al monte Sinaí. Macondo no era un destino solo para los Buendía, tal vez era destino para todo hombre de buena voluntad, un sitio misterioso y lleno de oscurantismo de las letras. Macondo era la historia de miles de generaciones, generaciones de zapateros, de artesanos, no tanto de artistitas del repujado, sino del arte de talabartería.

Macondo era un lugar misterioso, era como hablar de la Huasangó, con cola de cerdo, que aparece a los hombres enamorados. En Limones,


una población de esmeraldas, los moradores relataban que le habían visto a la Huasangó no solo en la película ecuatoriana: Sueños en la Mitad del Mundo, sino en los manglares de éste primer puerto del Pacífico. La Huasangó la arrastraba hasta la mitad de la selva y lo hacía desaparecer al hombre que había estado de turista en este lugar.

Macondo más que ubicarse en un mapa real existe en el espíritu de cada hombre que se santigua cada cuarto de hora al pasar por muchas iglesias que adornan el centro colonial y el centro moderno de la carita Dios. Al igual que la Huasangó también los limoneños sentiían la presencia de la Tunda, quien va a llevar para siempre a esconderse en el lodasal del manglar costero. La tunda se los lleva a los niños quienes aún no han sido bautizado.

Nuevamente, el macondeño lleno de expectativa de un nuevo día de aventura salió con su mochila, llevaba 28 canicas chinas, un yoyo tomate con verde eléctrico y una piola café que por el uso y el contacto con la tierra ha quedado así. Cargaba también una pelota de tenis, un balón desinflado de fútbol, una pelota saltarina con puntos verdes. Se olvidaba de contar que llevaba un trompo de madera con punta metálica y con sus


dos metros de piola que lo había recomendado la señora de la ferretería. Algunas mañanas antes de las ocho ya debía de estar saliendo a tomar el bus, el trole y cuando había disposición de dólares utilizaba el taxi que cobraban lo que marcaba el taxímetro. En esta ocasión el taxista que se dirigía por la Avenida Naciones Unidas, le decía el Mancodeño al taxista que si es que tenía vuelto de veinte dólares, porque muchos de los transportistas no tenían sueltos para dar un cambio, por eso es que lo había preguntado y el chofer con curiosidad le dijo ¿A dónde se va el macondeño? le contestaba que al parque “Metropolitano”, pero no le había entendido porque se había estado dirigiendo su nave hacia el Hospital Metropolitano, _le dije_, ¿A dónde va? y _me respondió_ al Hospital Metropolitano, entonces, le dije debía llevarme al parque metropolitano, pero que se debía pararse para comprar algo y cambiar el billete, entonces, así fue se dirigió hacia una tienda de la entrada del “parque metropolitano”, porque en la existencia y viajes en taxi habría que ser claros para dejar de pagar más por el uso de este tipo de transporte y además dejar de perderse en el trayecto laberíntico del norte de la ciudad. El niño que iba con el macondeño estaba renegado porque no quería caminar porque decía:


¿Dónde se ubicaba el parque? El parque metropolitano era un bosque anterior del antiguo Batán, donde prácticamente era un bosque abandonado y desolado. Muchos que subían a es este sitio llevaban sus macotas, es decir, perros de distintas razas, el macondeño distinguió a los que canes que deambulaban por ahí: pastores alemanes, salchipapas, runas y cruzados.

El macondeño se disponía a seguir por el camino del Inca porque por ahí puede ir contemplando todo tipo de árboles, romerillo, estepas del páramo. Puede ir no solo pensando en lo que tiene que decir o comer, sino va interiorizando su existencia, sus actos que le permitieron arrepentirse de toda su existencia. Iba por el camino del Inca meditando y contemplando todo tipo de flores y mariposas de todos los colores. No solamente ve mariposas, sino pajaritos.


 

 

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Enredado entre sus problemas

 

 

El macondeño no dejaba de pensar en sus antiguos grandes maestros de la Universidad, que por cierto ya había pasado mucho tiempo, porque empezó en la Facultad de Ciencias Filosóficas, pero como había tenido un excelente maestro de Filosofía en la ciudad de Peleusí cuando estuvo en la secundaria porque se acordaba del mundo de las ideas, del mundo del conocimiento, de la razón y del ser que debía reflexionar sobre la verdad de los entes. El Raciocinio, el juicio, los silogismos que concebía en su mente no tanto teóricos sino como premisas constantes de la reflexión y el pensamiento filosófico, como una ciencia que iba a


 

 

 

desaparecer y que el estudiante de colegio que seguía ciencias sociales no iba a progresar económicamente. El mancondeño contemplaba en sus sueños muchos maestros como por ejemplo se acordaba de la profe que daba Gramática Normativa, que muchas de las veces no estaban familiarizadas de los distintos sintagmas, el nominal, el preposicional, el sintagma verbal, la maestra les indicaba con cierta destreza magistral el poder reconocer estos distintos sintagmas dentro del contexto de la oración gramatical. El recuerdo del maestro que daba literatura hispanoamericana que aparte de la panorámica impartida sobre todo el Modernismo, de sus características nutridas en significados de la literatura, sobre todo de la imagen literaria que se tenía del representante del Modernismo como es de conocimiento universal la existencia de Rubén Darío.

Recordó como un recuerdo no deseado lo de la docente que le tiró la puerta en la cara porque había llegado atrasado unos minutos tarde a sus clases magistrales de literatura precolombina, el tema de la literatura indígena, pero con una panorámica desde la literatura desde los aztecas, desde los mixtecas, desde la literatura de los incas, del poema de


 

 

 

Atahualpa Huañui, que relataba la agonía del último inca inofensivo pero que fue condenado por los colonizadores de la vieja España.

Seguía pensando en la docente de literatura clásica se aferrada al Oráculo de Delfos, o a la Historia de Medea o la trágica historia de Edipo Rey. Al macondeño le impresionaba tal sabiduría ya que era una maestra que daba clases en el Juniorado Jesuita y también en la Universidad, pero eran muchas las lecturas, pero muchas de las veces por cansancio o pereza no alcazaba a leer, magistrales historias del teatro griego entre otros géneros. El Macondeño y su amigo leyeron el Fantasma de Canterville y el producto final constituyó componer un canto porque íbamos caracterizando al personaje principal, este fantasma iba arrastrando cadenas por el pasadizo que al pisar fuerte crujía las tablas del piso.

El Ecce Homo fue una obra que interpretaba el profe que se sacó un doctorado en Paris, la ciudad de las letras y significados hondos.

De esta forma llegaba a soñar en el maestro de maestros, quien era experto en crítica literaria de la obra Huasipungo, quienes le conocían más a este experto de la Lingüística y la disciplina conocida como


 

 

 

Sociolingüística, porque consistía en considerar la manera propia de cada uno cómo se expresaba.

Estuvo dormido porque había viajado desde lejos desde de una casa descuidada por la pandemia tan larga de los últimos años, solo acariciaba a los perros sobrevivientes de que habían resistido a esta enfermedad. Y de pronto el fraile le comenzó a contar que amigos de ataño les ayudaron a sobrevivir en esta ciudad llena de incertidumbre y mucha lamentación porque sus familiares ya no están en esta tierra cruel y llena de infección a causa de la peste. El macondeño le dijo _qué pasó en aquel tiempo de contagio_ el hermano le respondió al hombre de cicatriz en su cuerpo que él supone que se contagió en la radio porque, ahí, manipulaban el periódico para leer las noticias diarias.

Mientras tomaba nuevamente el desayuno comenzó a conversar con el sacerdotico sobre experiencias del pasado, cómo le habían botado del sendero franciscano por mujeriego que no eran amistades maliciosas porque eran, realmente, ingenuas, llenas de novedosas curiosidades del auténtico sentido del amor, era solo de juego que le costó reorientar su


 

 

 

sendero al macondeño que se había leído veinte mil libros en Arequipa Mario Vargas Llosa. También el macondeño en ese instante que se le cayó la taza de cerámica al suelo por poca destreza que tenía en sus manos recordó en una parte de Rayuela de Julio Cortázar hace alusión a la sexualidad. El macondeño solo se puso a pensar en estas realidades de temas literarios de referentes de la literatura latinoamericana como pretexto de deleite y placer estético que en las materias de las letras mientras pueda imaginarse.

Además, pensó en las nuevas tendencias de las letras latinoamericanas como pensar en el contenido de las peticiones del padrenuestro. El discurso que dominan en esta época es el retórico frente la ciencia y a la parte ficcional.

Muchas de las veces hay que respirar y seguir y no llegar a la nueva navidad enojado o peleado, pero el macondeño se puso a lamentarse con una exageración pasajera. Le hablaba de silencio y de hipocresía frente a los compañeros de trabajo. Me quedaba claro que los demás hablaban porque no le alcanzaban a lo que la otra persona había


 

 

 

alcanzado con su esfuerzo o constancia en la misma existencia y profesión. Era preferible afirmar y aceptar que uno también tenía equivocaciones humanas y lo que quedaba era apreciar los caracteres de los demás: unos son fuertes, otros, débiles.

Los jóvenes de esta época fueron frágiles o como cristales que puedan romperse con la mirada o una palabra de ofensa, _reflexionaba el macondeño_ El macondeño hurgaba en el Matarata y avanzaba a leer una remembranza de César Chávez, de estudios de abogado, pero tenía el oficio de escritor y bibliotecario. César era Tulcán y había escrito algunos libros y en uno de estos libros el mismo predecía sobre su muerte de la manera de ya no soportarla, la existencia misma, porque las enfermedades están llenas de padecimientos y de muchos medicamentos que calman por un momento, ahora, lo importante es que el destino más seguro es la muerte, como concebían, los griegos. El acabose de una vez por todas, el viaje sin retorno. Hay dos caminos: el paraíso o el hades, ya dependerá de nuestra existencia y comportamientos. Los espíritus llegarán y contemplarán para siempre la luz de la eternidad, solo quedarán las obras


escritas, las letras que trascienden en el tiempo, no obstante, un libro puede deteriorarse con el tiempo y finalmente desaparecerse para siempre. La esperanza de todo ser humano era que al menos permanecía en el recuerdo. El macondeño iba bajando por las escalinatas de la imaginación al fondo del Hades y lo buscaba por si acaso y de pronto lo encontraba a César sentado y pensando en la biblioteca que lo cuidaba como su casa y se solo quedó cerrada la puerta para siempre.

_No puedo de dejar imaginar_ se dijo el macondeño, tal César no tomaba la cruel decisión de que finalmente se quitara la existencia, a lo mejor ya no quiso estar en este mundo soportando la apariencia incierta de tanto encuentro incierto de escritores y camaradas de las letras revolucionarias y constantes.

Alguien le hablaba al macondeño de que no hay que estar resentido o enredado en sus problemas íntimos y psicológicos. Se pregunta a sus adentros o es verdad que tengo un excelente carácter o tengo un suave carácter que nadie lo respeta. Esto de sopesar el desorden de la existencia es algo que no me cuadra porque tienes que firmar un acta compromiso por dejar de respetar a una mujer que también a irrespetado


la voluntad del varón y cómo puede hablar de equidad de género cuando el irrespeto está por delante.


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El ruido del rondador

 

 

El macondeño cuando se le fue el sueño empezó a compartir los enlaces por medio del WhatsApp y dejó de seguir en las sábanas calientes. Se levantó y se sentó al borde de la cama hecha de eucalipto que ya le ha durado veinte años. Por dos ocasiones se fue a buscar al carpintero para que le compusiera el larguero de la cama, porque por más de dos ocasiones se rompió. En esa cama, él pudo haber compartido como dice alguien que la cama no solo es para sentir el amor y la dulzura de una mujer sino sirve para pensar en lo que hay que hacer durante la temporalidad de la existencia. Era el primer día de trabajo que se fue con alegría, se arriesgó a salir con su computadora hacia el sitio de una unidad fiscal de educación, donde se encontró con un amigo que le iba relatando la historia Pedro Carbo que es una localidad alejada, donde se cree que muchos que utilizan las motos por esta carretera, según testimonio de sus


moradores que son robadas, pero los montubios se arriesgan a utilizar ya que no hay mucho control policial.

El caballero no había estado presente en sus casas y todos tenían caras de malos y tenían machete en mano, porque salían así para vigilar sus propiedades y sus animales para impedir a los cuatreros que llegaban de otras localidades. Pero, había sido época de misiones, semana santa, habían ido profesores y alumnos de un colegio particular religioso a pregonar la Palabra de Dios. Pero toda esta comitiva de misioneros tenía la indicación que no podían comunicarse con las mujeres con dudosas intenciones, sin embargo, debían relacionarse a pesar de las indicaciones de quienes guiaban el tiempo de las misiones.

Además, el amigo que le contaba esta anécdota al Macondeño que se apresuraba a seguir escribiendo su novela que pude ser que tenga un tinte ficcional o realista. El macondeño se había quedado dormido y soñaba en que las mujeres que vivían con estos vaqueros eran jóvenes y bellas, de veinte y dos años afirmaba el amigo del macondeño, porque precisamente, él había estado presente con la cantidad de profesores y


alumnos, que iban con la ilusión y la expectativa de realizar unas buenas misiones por este lugar pintoresco de la costa.

El Macondeño era el más arriesgado porque no le importaba lo trascendental consta en disfrutar de la naturaleza desde su paisaje hasta el baño en sus aguas cristalinas de los vados del lugar, donde el silencio y la distancia de kilómetros y kilómetros del pueblo más cercano. No le pasaba nada si se bañaba en trajes menores, esto es, porque disfrutaba de sus aguas tranquilamente mientras su amiga le esperaba. El ruido del rondador y de la zampoña, el bombo, el charango y de la guitarra le zumbaba a su oído que ha descansado del ruido de un aula de clases y del tumulto de la gente que va en bus por los túneles de San Juan.


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El último individuo del horizonte

 

 

La existencia del macondeño era incierta porque tenía que realizar varios viajes a distintos lugares del centro del país por medio de sus conexiones fluviales hacia el río Amazonas como la aspiración de todo escritor comprender, descifrar y volver a relatar la leyenda del Dorado. El arriesgarse e irse a otros lugares le abría nuevos horizontes de comercialización de sus primeros escritos que de alguna manera le han financiado para solventar ciertos gastos personales _ pensaba hacia sus adentros_

Nunca dejó de pensar en su ciudad donde nació y le acompañó en su infancia y que en sus recuerdos está que viajaba más dormido que despierto ya que eran, momentos que ni siquiera alcanzaba para para


 

 

 

pagar doble pasaje y durante el viaje le tocaba colocarse junto a la señora de chalina y tejida con agujeta.

Más recuerdos que abundaban en su subconsciente. Esta vez se fue su imaginación se fue a Mira que es una población que es encantada por la creencia de las brujas, historias narradas por sus inventores y sus paisajes eran tan descritos como historias verdaderas de la existencia de sus habitantes.

La historia que me cuentan consistía en que, a la media noche, la mujer y el esposo habían estado descansando y a las altas horas de la noche, cuando los gallos empiezan con su kokorico que dan señal que la existencia sigue después de un sueño profundo. El marido se da cuenta que su esposa se levantaba ya por más de dos ocasiones estaba a la expectativa de qué mismo pasaba con las levantadas a cada rato. Se preguntaba a sí mismo ¿A dónde mismo se va mi esposa? Una de esas noches cuando se le levantó sigilosamente y salió de su vivienda para poder descubrir o acercarse a la realidad, tuvo que salir descalzo y pisaba la tierra fría de la noche y sentía el frío en la planta de sus pies, pero lo que


 

 

 

le importaba en aquella noche era salir y adentrar en esos mundos mágicos y de pronto entró por una cueva y a lo lejos se veía un ambiente de brujas en aquel espacio. Su esposa ha sido un personaje importante en ese concejo de brujas. El esposo se quedó contemplando este congreso de brujas y se quedó anonadado y de la emoción de apreciar este acto mágico, pero a la vez real.

Luego de recordar estas historias se fue de viaje el macondeño a la sultana de los Andes y se fue en bus desde las ocho de la mañana, recuerden que promocionaba su literatura, entonces, se subió al automotor con cierta duda de que apenas se había enterado de que el hospedaje en el San Felipe Neri había sido reservado por otra persona. Bueno, el macondeño respiró profundamente y en vista de esto, la decisión del hombre de las dos mochilas en la una llevaba sus obras literarias y en la otra se lleva unos cuantos calzoncillos para bañarse y seguir en su experiencia de escritor y vendedor de libros, tipo mochilero.

Se había acordado de que había conversado antes por WhatsApp con el superior de los franciscanos, pero el fray le pidió al macondeño que


 

 

 

se regresará a las seis de la tarde porque, le prometía darle posada, pero solo la noche y de esa manera pueda hacer la promoción de sus obras durante todas las misas del domingo, antes de la bendición. Así fue, pero hasta que sea las seis tuvo que regresar por la calle Argentinos donde queda el Monasterio de la Concepción y así avanzó hasta la calle Juan de Velasco por donde es la entrada del colegio jesuita, ahí pasó en la esquina ofreciendo sus obras y tal vez le escuchaban o se hacían que le escuchaban algunos moradores del sector, pero eran gente campesina, con sus atuendos de indígenas, tal vez el macondeño tenía tintes de rechazo a los indígenas como seres que no entienden mucho de letras, peor aún de obras literarias con tinte testimonial. Ahora ya se cansó de estar de vocero de sus propias obras. _Llévese la promoción de libros inéditos, del escritor de la tierra del General Rumiñahui, pero nadie le decía una jota por que ciertamente, no les interesa la literatura, mientras tanto, ya era hora que se vaya de esa esquina porque nunca vendió nada.

Estas tardes estaban frías y le afectaba la salud del macondeño, tanta historia fantasmal, tantos inventos del Quijote moderno de la historia,


 

 

 

ya no es el que piensa que está luchando contra soldados sino contra molinos de viento, ahora el Quijote había estado contemplando el mundo robótico. Los hombres de esta modernidad solo pensaban en las redes sociales en la que hay demasiada información y desinformación. La existencia del macondeño continuaba paso a paso, iba de experiencia a otra experiencia.

Los hombres sedientos de la literatura, siempre irán por el destino a buscar nuevos temas, seudos temas de civismo y de la peculiar existencia de personas que vivieron en los años 1700 y 1800, donde todo era más definido los estatus sociales, de los que tienen más dinero y reputación y de los que menos poseían, la diferencia entre los hacendados o terratenientes y a los indígenas se les consideraba como incapaces de emprender, aprender, se les reconocía como incultos e ignorantes y hacer nuevas actividades sin perder la esencia de ellos mismos. Nunca había que desesperarse por ser el letrado, el intelectual, el psicólogo para comenzar a comprenderles a los seres humanos que van cometiendo no solo los errores de la existencia sino van escarbando por los caminos de


 

 

 

piedra y de cemento descubriendo las ideas existencialistas, las sabidurías populares, la defensa por el protagonismo y el papel revolucionario de la mujer, la mujer de estos tiempos va saliendo del hueco, del fango del machismo exagerado que imperaba en la sociedad. Todas estas ideas que había pensado estaba en la mente y recuerdo del hombre solitario que va camino por las ruinas poco vistas desde las rieles del tren que por el tiempo se ha oxidado, se ha desaparecido el sendero del destino y se ha dejado invadir por la tristeza, pero a la vez, se ha llenado de mucha alegría porque sabe que hay cierta esperanza en la existencia, porque al menos saborea un come y bebe lleno de vitaminas para el cuerpo que necesita y nunca hay que debilitarlo, nunca hay que dejar de apreciar las ilusiones que están en lo más adentro del interior de los hombres que se sientan junto al volcán del existir, del río que se había inundado no solo del agua cristalina sino de las penas que persiste en holocausto del devenir del tiempo exacto del Ser Supremo.

Saborear el vino que había puesto como una bebida que le enciende el pretexto para compartir lo que se está realizando en este


 

 

 

tiempo postpandémico, tiempo de calmar la ansiedad y el menosprecio de la gente que nunca deja de llenarse de panes que contienen el polvo del placer, el polvo que le cubría la desdicha del pecado más negro, pero también el pecado blanco que percibe por la necrópolis de la urbe del Hades (sitio esperado de los hombres que jamás se dieron por vencido y disfrutan del néctar del placer, el líquido bendito de la mirada tan primigenia, tan límpida de intenciones clandestinas que perdurarán hasta cuando se acabe el último individuo del horizonte).


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Un caudal demasiado incrementado

 

 

Nuevamente, me pongo a seguir pensando _afirmaba el macondeño_ reflexionando no solo en los pasajes de la biblia, sobre todo del pasaje que le observaba en la personalidad del nazareno que les corrige a quienes se habían reunido en la puerta del templo para convertir la casa del Señor, en cueva de ladrones y comerciantes.

Se encontraba con una amiga que se había forjado de escritora en otro país y escribió Hecatombes donde aborda sobre el respeto a la mujer y otras experiencias que le habían marcado como ser humano en un ambiente rico en letras, con significado durante el trayecto de sus viviendas que les reúne para pensar cómo escribir la siguiente novela que le influenció durante su permanencia por catorce años fuera de la tierra de la


máchica y de las totoras. Crecer y educarse bajo un sistema establecido de valores que le llevaba por un sendero de realización.

Un nuevo encuentro con la misma pista de trote que se había convertido en testigo de su porvenir en la fuerza y ritmo del trote que no solo le producía en el sudor de su masa corporal, sino que lo renueva de sus malas inclinaciones del pecado masturbatorio no solo del desenfreno sexual, sino del desenfreno mental que es lo más peligroso para el ser humano.

Seguía escuchando la melodía de los Visconti que decía: “Yo me conformo señora por no decir lo que siento” era una tonada que delataba que está eternamente enamorado de la existencia que trasciende por los rincones de los canales que a traviesa la sangre que quema e iba y venía esquivando la grasa que se había acumulado en años de nostalgia y alegría de la existencia y el amor que nunca jamás podría olvidar en el recuerdo de los vivos a que se habían despertado para servirse en vasos de barro colada morada que por tradición habían dejado sobre pedazos de cemento maltratados por el paso del tiempo que transcurre como el curso del río más grande y más largo de la América de los sueños. Los pueblos


 

 

 

de aquella comarca que contempla casas de guadúa y esteros con gran contaminación y pestilencia a mariscos.

La mente se llenaba de muchas inclinaciones o si bien te declaraban idealista que se contraponía al evolucionismo. Ser idealista se confundía con el rezo y el que recibe la correcta y santa evangelización pasaba escuchando y creyendo. Y el evolucionismo te conviertía en percibir la realidad que existía desde el materialismo, desde la perspectiva científica. Todo esto que se contrastaba entre la fantasía y la realidad lo encamina al macondeño con sus dudas que eran producto de una profunda reflexión no solo de la existencia sino del fenómeno religioso, que percibe cuando baja aquellas mil escalinatas del destino de los hombres que pasan meditando en las cuitas que aparecen al amanecer y se esfuman como humo del fuego en el rancho solitario del páramo donde se escucha el silbido del viento que aviva el fuego del pensamiento y la inspiración del poeta que ansía escribir un verso perfecto al estilo de los poetas del siglo de Oro.


Mientras el macondeño iba desilusionando por la concepción pragmática de la vida, introducía la mano derecha en su prenda gruesa que se puso para combatir el frío que a traviesa el hueso descalsificado.

La angustia de saber que la vida consumiendo en la humildad de un colegio periférico es lo que le atormenta, pero más es la motivación que le mantiene que hay que sobrevivir tomando el café de la tarde un pan de huevo o poco de arroz que calma el hambre momentánea. Se queda observando la punta del lápiz que da forma a una letra capital del escrito que empieza a dar su significado que se impregna en la hoja blanca del libro que anhela publicar algún momento. La luz del foco cae tan directo a sus ojos cansados de observar el horizonte del paisaje de invierno, en el que las nubes han descargo la furia de su corazón adolorido por la partida de su niña que le busca porque su progenitor le apoye sin miedo hasta el fondo del Hades o en el altar del paraíso donde se encuentra su amada bella y esbelta. La lluvia ha humedecido las zuelas de su zapato porque por la oscuridad del camino tuvo que pisar en cochas de agua y con pocas esperanzas de que calme la lluvia.


El macondeño sigue pensando en las guitarras que le hicieron hace años y se vaya consumiendo su habilidad de entonar este instrumento y ya dejar de cantar porque la perspectiva de la existencia ha cambiado a raíz de pensar en la fantasía y no combinar con la realidad de ver las cosas en la descarga de las emociones en la travesía humana de cada quien. Nunca dejamos de saber sobre los rincones de los barrios populares de la gran ciudad. Mientras escucha la radio se imagina las historia de cada persona que se esfuerza por llevar la manutención a la familia a como lugar, contempla al arquitecto que cada vez desafía a la física y le resulta una construcción de verdad, una construcción de los valores que mínimo los aprendió a practicar desde el seno de la familia de la cual proviene o de profesores que le introducían estos principios para llegar a culminar etapas precisas del clímax de la pasión por la lectura de libros usados o nuevos. El macondeño soñaba con una sociedad más digna y más justa.

El mancodeño que quiere seguir por el sendero del Inca que como quien dice baja desde Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Chile. El hombre se iba caminando apresuradamente, iba pateando piedrecillas y


también iba jugando con las piedras labradas por el golpe de los ríos que a traviesa la serranía tan verde como aceitunas y potreros vírgenes que aún no han sido pisoteadas por alguna vaca o toro de la hacienda de los antiguos pobladores de Sevilla, radicados cerca de la tierra de Rumiñahui.

Mientras recorría como un canillita y como atleta del Incario. La vida de estos pobladores era precaria porque en esa época imposible las comunicaciones, siempre andaban sudando la gota gorda y sus cuerpos quemaban como sol de medio día que devoraban las aguas cristalinas de distintas cascadas de la zona amazónica y costera de lo que hoy es el paisaje que inspira a miles de artistas que dejan impregnado sus huellas de predilectos de la existencia.

La vida es una etapa que los seres humanos desarrollan todas sus capacidades que el ser supremo les ha dado_ se decía hacia sus adentros el macondeño_ precisamente por estas circunstancias, se puso a seguir reflexionando en un pasaje de la biblia sonde se relataba que la viuda dio sus dos únicas monedas como contribución y qué increíble es dar todo lo que uno es y realiza, es decir, dar al máximo en el cargo que uno tenga en la sociedad que nos permita la existencia. Nunca debes decir a nadie que


la existencia es una náusea, sino una oportunidad para ser feliz realizando lo que a uno le agrada, es decir, desarrollar el arte que lo facilita para expresar lo que uno piensa, siente y se emociona.

El hecho de andar con mascarillas desde hace muchos años atrás ya uno se acostumbró a soportar este objeto en cada rostro que evitaba el polvo, las pelusas que estaban a la intemperie. El sol de medio día estaba sofocante y hubo que pasar la calle concentradamente, porque el semáforo cambió rápido y los transeúntes aventuraban de llegar al otro costado de la calle. Los vendedores ambulantes de aquella travesía le susurraban al oído “tabacos” “tabacos”, para qué voy a comprarlo se respondía él mismo, si hace años dejó el hábito de fumar, no obstante, los policías municipales controlaban diariamente con barras y la presencia de ellos mismos para que dejen de producir un caos más. Y cerca de la avenida principal se encontraba un mendigo que siempre se acostaba y muchos les regalaban: jugo, pan, comida y comía acostado como que la piedra se había convertido en un colchón cómodo. Y el sol cada vez se impregna en el rostro del macondeño que se apresura para subir el bus que pertenece al urbano San Carlos que lo trasladaba hacia su trabajo de docente y pasaba


apresurado las calles que denotan peligrosidad por la delincuencia que se ha desatado en estos márgenes de la ciudad grande.

Mientras esperaba el cambio de la tercera hora de clases, pensaba en las reacciones frente a los resultados del partido de fútbol de la Selección Ecuatoriana versus Arabia Saudita.

La existencia pasaba esperando que hay que vivirla, disfrutarla, antes de que sea demasiado tarde, porque el presente está, pero el futuro era incierto. El río tenía un caudal demasiado incrementado, llevaba troncos, hojas que caían de los árboles que adornaban el paisaje de lo que el macondeño observaba mientras recordaba que antes de este tiempo del encierro le acontecía o experimentaba, corriendo por caminos donde aún hubo polvo y lodo arcilloso que se pegaban a las zapatos que lo prestó el campesino que existió desde hace mucho tiempo atrás.


8

 

 

 

 

 

Aceptar el destino seguro

 

 

En este lugar colonial y ecuatoriano, no hay una actividad que se valore, pero el hecho que a esta dama le gustaba el café, que se prepara como en la Amazonía y en Loja, el café mientras más caliente y concentrado lo contempla con maestría de un dependiente, pero con elegancia es este café que hasta en las canciones se ha escuchado que para aplacar la tristeza o el duro vivir de ésta existencia es preferible tomarse una taza de café y si es a partir de las cuatro de la tarde, hay muchas maneras que la dama que lo acompaña al macondeño disfruta del mejor café. El café lo mezclaba con leche perjudicando al calcio del lácteo. El café mientras cuidaba la oficina del teniente coronel lo preparaba de manera al estilo colombiano, “el tintico”. El tintico es una clase de café enteramente concentrado y lo disfruta en un vaso tan diminuto de cerámica. Los especialistas del café lojano según se cuentan que posee una combinación del café con el haba y sabe espectacular para el paladar que degusta y no tanto por dependencia o por tradición de la familia lojana. Desde que se recuerda el macondeño se tomaba una taza de café para empezar el día porque si no descansó bien el día anterior, automáticamente, se servía un café bien caliente y era con una funda de


bizcocho y con queso de hoja, que es un producto lácteo de leche de chiva. El macondeño disfrutaba cada vez que puede su café y cuando ya se acaba el café en la repisa de su cocina sufre porque se ha terminado el café y tiene que irse a la puerta de la iglesia de los jesuitas porque aparte de vender el periódico como canillita, era infaltable el café en recipiente de vidrio con tapa roja de plástico. Y el macondeño promocionaba sus primeras obras y con ese dinero compraba este café colombiano. El café brillaba con color café brillante y era bastante tentador. El café sabe a descanso, el café sabe a placer de pueblo antiguo y que reúne a un amigo de hace tiempo, alguna vez me serví se decía el mancodeño que se sirvió un “ruso negro”, que no era una mezcla de café con licor bendito de los dioses y héroes del antiguo imperio de los incas. La pregunta que se hizo el macondeño al contemplar a la dama que no solo era adicta al café sino disfrutaba como reina de un palacio lejano de la América: ¿Qué sería si en el mundo y la dama no bebiese café del más puro y bien hecho? Muchos de los amigos de la dama disfrutaban de manera aniñada, “un americano” o un capuchino. Los hombres que nunca hayan probado café sería que les faltó de este sabor tan fragante y penetrante a las fosas nasales de cada hombre con espíritu cafeíno.

El macondeño se ha empapado por tan tremenda lluvia y se ha olvidado de que estaba con su gripe que no le deja respirar normalmente sobre todo en la noche, pero es más el cansancio de duro trajinar. Le ha podido doblegar el carácter de un adolescente mal educado con la


indiferencia, haciéndole caer en la cuenta que no es que el profesor es malo, sino que los valores siempre han dicho que viene desde el seno familiar. El profesor debe poner orden y manejo de grupo en el momento que ingresa al salón de clases, como si fuera la primera clase, esa es la definitiva, sino estará esperando que se termine el año, para que desde el inicio se pueda poner aquella disciplina no tanto el conductismo sino el hecho de que el profesor debe ser un guía, un padre como se reconocía en loa antigüedad, hoy en día al estudiante hay que tratarle como un hijo que ha salido desde sus mismas entrañas, las entrañas que le da un sentido de valores y caminos que llevan hacia la buena convivencia armónica y llena de paz como para retirarse de aquel lugar como un Edén donde ya no hay malicia. La malicia muchas de las veces se originan de las mismas conciencias de quienes lo rodean, lo perforan con falsas esperanzas o de inquietudes que lo llevan a mal pensar de los demás. No está demás de causar una reflexión, porque la existencia tiene límites y una disculpa y volver a empezar es la consigna del macondeño que ya se está acostumbrando a nuevas aventuras y experiencias que le ponen activo lleno de fortaleza y entusiasmo de ver las estrellas del firmamento y de que toma conciencia de que ha dejado de llover y solo quedan las calles húmedas y listas para ser pisadas nuevamente por los transeúntes y personas que acaban sus calzados.

El macondeño se quedó contemplando el atardecer y el clima que era más frío que calor. El frío que hiela los huesos y produce una


carraspera en la garganta, le impulsó hacerse vacunarse contra la influenza. Él se miraba al espejo y observaba que sus ojos eran rojos como el ají rocoto que daba una picadura penetrante de este elemento y natural. Caminaba y descansaba, caminaba y llegaba a observar hacia el horizonte, distinguía con su mirada el horizonte que delinea el paisaje andino y cálido seco. No pudo dejar de pensar en que la joven se iba dejando a su padre tan viejito, tan decrépito, sino que se iba a encontrarse con su querido amigo, que el macondeño quería saber qué mismo pasaba con esta quinceañera que prefiere como ella decía, sino me dejan salir a conocer la ciudad, las personas, ¿Qué será de mi existencia? Hoy los padres de familia se han modernizado y ya nadie les controla, que hagan lo que ellos crean conveniente.

Se quedó pensando en este hecho, en esta ocurrencia de la

 

juventud. Dice el adagio “Dios averigua menos y perdona más”

 

La juventud es el camino nuevo que la sociedad anhela, afirmó el macondeño. Un camino donde la esperanza es el último mal que se esfuma en el tiempo de la nostalgia y la incertidumbre del ser que ha intentado amar a todas las que el ser supremo le ha permito, seguía manifestando el ensoñador hombre. El hombre sigue hojeando los últimos libros que ha llegado a sus manos, uno de esos es Taco Bajo del autor Vizcaíno, un ecuatoriano que, según los entendidos de la personalidad de esta magnitud, pensar en el villar, en el juego del villar, que alguna vez también


fui por las cinco esquinas de esta ciudad, no solo era de insertar las bolas de villar sino de tomar cerveza en vasos de cristales hasta perder el conocimiento y la cordura de la existencia misma.

El macondeño ardía en fiebre y la incomodidad de estar acostado en su cama de madera era más de un acontecimiento vivo de sentir el dolor más agudo de la cabeza, un dolor como se revienta, un mal estar que invade todo el cuerpo del ser humano que casi en mucho tiempo le cogía las consecuencias de un gran resfrío por el clima tan hecho pedazos.

Dura es la existencia decía el macondeño porque por más que se afanaba en escribir y en inventarse una de las historias que cautive al lector, se frustraba porque no encontraba la historia ideal, la historia que le haga pensar en un final trágico o un final feliz.

Ya al atardecer el macondeño se sentó en aquella que quiere quebrarse por el mal uso y abuso del tiempo, y solo disfrutaba de la música de un dúo de saxos ¡Qué espectacular! ¡Qué armonía de escuchar a estos músicos que por su arte han logrado viajar por los países europeos!

Sigue el concierto de saxo, pero más romántico, que la música le permite inspirarse más y más en su vida, en su conjunto de reflexiones del porvenir y el macondeño se expresó con alguien malcriado quién se expresó con una de las hijas que en sus escritos de alguna materia lo había puesto como pie de página, que la información de mencionado deber había sido tomado desde sus mismos apuntes de colegio, que al ver eso escrito,


al macondeño como padre que se muere por el amor de sus hijos es capaz de violentar porque sin tintes machistas, que le venga a faltar el respeto a una de sus hijas, la hija es lo más sagrado que nadie puede violentar su nombre o no interesarse en el hecho que daba sobre la importancia de realizar un mapa de ideas que por cierto se diferencia de un mapa conceptual , en que entre los recuadros o maneras de presentarse en relación al tema de mapa de ideas que es una técnica que le puede ser útil para explicar algún tema que concierne a aplicar este tipo de organizador gráfico.

Entonces, así como exageras al reclamar de una actitud insolente por parte de un maleducado, sale provechosa la reflexión, ya que estos guambras desconocen de la existencia y a las malas deben de aprender, ya que enseñar dista mucho aprender. El macondeño después de haber causado temor por el grito ruidoso como que le causó miedo al ofensor de mi hija, ya los ánimos volvieron a su propio cause.

Las tardes, ya después del trabajo, son frías. La soledad de la noche llega instantáneamente y permanecerá durante la noche mientras el espíritu se renueve ya con el alba del siguiente día. El pensar y el sentir del macondeño es internarse en la conciencia de todas las personas malas, necesita describir la maldad del corazón y de los ánimos de la conciencia.

La noche que viene con su sombra negra y se inserta en el interior del macondeño que busca la razón de su tristeza y su preocupación por


andar soñando en un ambiente favorable, en un ambiente donde no se desvirtúe lo propio y sencillo de cada hombre, el ambiente que redescubre su yo interior, el del alma. La existencia que vive el macondeño es como de pánico por sus actos, por sus atrasos a las responsabilidades de su profesión por disfrutar los penales del mundial que son atractivos y novedosos. El pánico se desprende desde las autoridades, desde sus informes chuecos y corruptos. El demonio te sigue inundando de muchas preocupaciones, de temores porque de pronto te crearán dificultades para el futuro. El macondeño recuerda no haber sido cumplido en la hora de iniciar la clase magistral o la clase invertida.

Nunca hay que decir, de esta agua no he de beber afirmó el macondeño preocupado por tanta novedad y momentos que se pueda reflexionar, hondamente. El macondeño se encuentra con una patucha y le entabla la conversación a cerca de la apreciación del arte y de la existencia misma de su autor. Le dice la patucha, qué piensas del arte en la actualidad, el arte es una expresión estética. El macondeño le responde: “el arte no más que un pretexto para tallar la madera y la piedra”, plasmar motivos de grandeza y belleza. Patucha le insta con más interrogantes:

¿Acaso, macondeño, puedes vivir del arte? No le dice el macondeño, en otras partes he escuchado que sí se puede. Patucha siguió haciendo su comentario: El arte no es más que una distracción al pintar, al bailar, al esculpir, al escribir un poema de amor, al sentir una música que le haga volar hacia el infinito o tal vez al hacer una fotografía artísticamente bien


tomada en primer plano, en segundo plano o desde arriba o desde hacia abajo, ya depende mucho de la creación y aptitud de cada artista. El cine ya la sucesión de fotografías artísticamente realizadas.

El macondeño impresionado de su sabiduría y conocimiento de las artes decide practicar uno de ellos, empieza primero a bailar muchos ritmos andinos: Otavalo manta cuna, chimborazo, bomba, danza amazónica, folclore cañarejo, chola cuencana.

El macondeño se presentaba con energía y caballerosidad en distintos lugares de la ciudad, plazas, plazoletas, barrios, ciudadelas, Iglesias, centros militares y policiales, en ferias y acontecimientos importantes de cada persona que necesita o le urge rescatar el arte del baile, de la armonía en su ritmo y musicalidad. El macondeño recordaba al profesor Rodrigo Sánchez, oriundo de Pujilí, quien llevaba en sus adentros el ritmo acompasado “Cayambe”. El ritmo Cayambe representa la cultura de las localidades del norte de la provincia de Pichincha.

A estas horas el clima en estos lugares bastante sol que quema y produce paspa en la piel del rostro de los moradores que siguen sobreviviendo en el sector rural, que no es más que viven en las huellas de antiguas y modernas haciendas, donde el heno se confunde con el olor de estiércol de las vacas lecheras. El macondeño no solo contempla el paisaje, sino que indaga se va hasta la última casa de estos sitios donde se escucha el canto de los pájaros, donde aún el agua es tan cristalina y


no contaminada que baja desde el “taita” Cayambe. El macondeño ingresa solo percibiendo el olor a mantequilla y exquisitos bizcochos, queso de hoja, que al paladar satisface con su sabor y cocción de su masa en horno a leña, que aún hay en casas de adobe o de ladrillo que perdurarán por siempre.

El macondeño aún tiene tiempo para visitar las ruinas de Cochasquí y cómo no saborear el chocolate espeso con queso salado cayambeño. Después llegó a la laguna de San Pablo donde la brisa del ambiente se siente como tan natural que da la impresión de estar en alguna playa del pacífico.

Nunca puedo dejar de recordar las calles de Otavalo, aún empedradas, aún polvorientas en verano dijo el macondeño. La Patucha de aparece de sopetón y le dice, ¿Qué te acontece sinvergüenza, qué andas haciendo sin permiso alguno para que visites estos espacios llenos de cultura, lleno de folclore? Los atuendos de las longas otavaleñas siempre desplacerán como banderas blancas y de azul marino. Sus huashcas son abultadas de color rojo o atomatado. Sus bayetas que aún no se han envejecido por el tiempo. Sus alpargatas tan límpidas como calzado de monja que vive en el convento alfombrado. El cura franciscano da su homilía convenciendo a indígenas y mestizos que han aprendido a convivir de acuerdo a su clase social. El sacristán se afana en su contexto para dar atención adecuada al fraile porque dice que el orden debe ser


como el franciscano lo requiera, albo. Los varones se visten de camisas y pantalones blancos. El poncho azul marino es más elegante de esta cultura. La patucha de pronto se asoma y comienza a relatar sobre los “Saraguro”, “chaupi punchapi, tuta yaku” (anocheció en la mitad del medio día).

La cultura de los saraguros tiene sus orígenes desde muchos años antes que lleguen los españoles.

Lo característico de este grupo representativo del Ecuador guardan el luto a uno de los últimos incas “Atahualpa”. La Patucha solo de escucharse sobre el inca alto y de cuerpo esbeltico se quedaba anonadada no solo las virtudes de su cuerpo sino la inteligencia de velar por su capacidad de dominio y de conducción de un pueblo que agoniza por la presencia de una nueva civilización. El mestizaje que se ha escuchado en distintos artículos que proporcionan una nueva generación de personas con costumbres disímiles.

El macondeño después de chupar una bizcotela que era un caramelo de menta lo adormece en el cansancio de la jornada de trabajo.

Patucha que está sentada al filo de un precipicio pensando en las demás personas que estaban al borde de la muerte, pensando no en alarga la existencia sino en acortarla por el drama de su ser. Ella afirmaba que el profesor de urbanidad recordaba a los cien alumnos de las provincias que al menos en la hora del almuerzo o de la cena no se debe hablar de la


muerte porque como que está demás hablar de este tema de crisis existencial, de la no existencia del ser como un ente positivo y que aspira a una perfección de la sociedad, de la familia, de la política.

Macondeño le pregunta a Patucha: ¿Por qué en vez de aceptar la realidad de la muerte no se habla del ambiente de desolación y consolación de que si hay o no manera de controlar el desánimo o la parte emocional del ser humano? Patucha agrega que la realidad de la muerte es incierta en alguna parte escuché que la muerte es como el nacer, por el hecho de sentir la omnipotencia del hombre que se ha dejado llevar de la presencia salvífica del Señor.

Macondeño le pide a Patucha que describa que piensa sobre el fenómeno o destino que es la muerte. Patucha le contesta de esta manera: La muerte es una realidad que sucederá en el largo o corto plazo, ya depende de cómo venga el sino de la existencia. Cada día que amanece es un continuo despedir de esta existencia porque hay dos corrientes, la idealista que el alma trasciende hacia la eternidad, en cambio, lo de la corriente evolucionista que se percibe en el sentido de cumplir un ciclo como las plantas, los animalitos, es decir, de nacer, crecer y morir. Y se acaba definitivamente para siempre. No hay otra dimensión que hay que aceptar el destino seguro que es la muerte.


 

 

9

 

 

 

 

La tarde veraniega

 

En la espalda del macondeño se produce un estrés tan grande, puede ser consecuencia que la Patucha se ha refugiado en su trabajo y no tiene tiempo o para estar un poco más cerca de su amado. La Patucha está cada vez más preocupada porque el macondeño se está envejeciendo, ya en su cabeza se ven como rayos blancos que necesitan una mano de tinte para disimular la edad que la misma naturaleza le da.

El macondeño se pregunta que por qué la edad ha pasado y la Patucha cada vez se siente decepcionada de que su amado tiene canas que hasta le caen en el plato de la sopa y más en la leche que ha puesto a hervir para servirse como desayuno con dos huevos cocinados a fuego lento.

¿Qué te pasa? Le dice la patucha. ¿Por qué andas cabizbajo en este tiempo? De inmediato le contesta, lo que pasa que empensado ha reflexionar en que nuestro amor ya no puede continuar porque nuestro amor ha sido un engaño, una falsedad. El macondeño le escucha con atención y mucha preocupación y le dice: “Han pasado más de veinte años” y recién vienes a confesar la verdad de que todo ha sido un engaño. Los


que se amaban se van camino al odio. Hay un dicho que dice: “del amor al odio hay un pequeño estrecho”. Y puede ser al revés “del odio al amor hay un corto espacio de su existencia misma”. Nunca hay que dejarse arrastrar por sentimientos infundados, hay que resistir hasta más no poder. Pero si hay una increíble inclinación a la violencia del hombre hacia la mujer es preferible que ya basta de contemplar un cuadro de crónica roja, porque, los femicidios están invadiendo los hogares de cada latino americano. El femicidio, muchas de las veces, nace en la maldad misma de cada ser humano, de la envidia, de la mala fe de cada ser humano que dice amar, pero en realidad lo que tiene en el fondo su corazón es lo que le emana como surge del manantial agua diáfana, acá desde el interior del que aparente ama, hay desolación, violencia, celos, machismo mal infundado por sus propios progenitores. El macondeño frente a esta reflexión se queda sorprendido, por qué hay tanta maldad, pero a la vez mucha bondad, pero muchas de las veces la maldad quiere imponer en la bondad que sí lo existe en cada hombre del mundo que contempla este duro trajinar de la existencia misma del ser que ama, pero a la vez que odia.

Mientras Patucha prepara la comida y se mezcla el perfume comprado en Yanbal y otras marcas con el olor de ajo y de cebolla perla piensa que la cotidianidad de las mujeres cada vez en incierto porque tiene que seguir en muchos de los casos sumisas a los hombres, por el pánico o la ideología del sistema establecido, este sistema que opaca la verdadera intención de la conformación de la familia. Muchos dicen que la familia es


la célula de la familia y del progreso de los pueblos, porque desde las familias provienen desde su seno, los valores y virtudes de cada individuo. Patucha sigue recordando sus momentos que sufrió en la costa, sierra y oriente porque había tenido tres compromisos y cada hijo tenía una genética diferente, cada habitante, de cada espacio se presentaba como tal, el serrano cada vez acomplejado de su desdicha o maravillosa existencia, el costeño con sus alegría y que directamente se expresa y manifiesta lo que siente, lo que perdura es su don de gentes y también ha existido un prejuicio del costeño que con su machete o revolver se ha hecho respetar.

El macondeño mientras la Patucha iba reclamando de sus tantas infidelidades, de su existir del pasado, de sus complejos y traumas del internado y abadía del pasado. El abrazo que viene del nazareno se iba confundiendo entre lo pederasta de los más grandes consagrados que por mantener su castidad, pecaban cada noche, cada instante de su vivir aquellos carismas que era como ilusión pasajera y se volvía monótona con el paso del tiempo.

 

 

 

El macondeño ha hecho una pausa en su imaginación inquietante y peligrosa, se ha confundido entre lo que es mágico y lo que es real, solo algunos escritores que profundizaron entre lo uno y lo otro, para comprender y entender lo que se pueda concebir estas dos dimensiones


de las letras que se ahogan en un vaso de cerveza artesanal que te marea y en vez de pensar en convertirte a la existencia abstemio, se ha internado en la Ronda de los recuerdos y de las velas encendidas, donde se vuelve al pasado a arrepentirse de sus locuras y sus desenfrenos que su cuerpo le gobierna al espíritu, porque estaba al servicio del dios del placer y del vino, Baco.

Entre juegos y otros juegos se va contemplando en un espejo su pasado y su porvenir, porque entre los sueños y sus realidades no puede estancarse sus experiencias de la maldad y bondad de las actitudes humanas resumidas en un rincón de la cabaña más fresca al borde las playas más silenciosas solo donde se escucha el golpe de las olas que trasciende al hombre que ha pisado la arena más caliente como el hecho de pisar en el cemento a medio día, donde el calor lo lastima la piel de la frente del macondeño.

El macondeño piensa que no va a llegar a la meta de escribir minuto, tras minuto, no quiere perder de cada instante de la descripción y narración que le da desde su inconsciente que es como un cuarto abandonado en pleno calor de valle, donde el esfuerzo es menor en el proceso de sentir el clima cálido y hasta húmedo que lo entusiasma a despojarse de su camiseta que le resulta un horno dentro de un espacio tan reducido donde se siente el olor a carne ahumada, a la paciencia de la braza que cueza la carne y pollo que han decido comprar para festejar el


pretexto de la navidad que se ha tornado consumista y vanidosa y que se pierde en centros comerciales donde se busca un estilo del vestir y que los vendedores deben ser cautos y no perder las etiquetas porque eso le da valor a las prendas seleccionadas para obsequiar a quienes han realizado un favor de acompañar en este tiempo de peligrosidad a estudiantes que reciben la instrucción en la tarde veraniega.


10

 

 

 

 

 

 

Con tus virtudes y defectos

 

Es la copa que derramó la gota, en todo lo que haces con tus virtudes y defectos mi estimado macondeño, afirmó y finalizó la Patucha. Dijo eso y se marchó para siempre donde hay un sitio lejos.

La copa que derramó la gota simbolizan nuestras emociones que son inaguantables, que son poco comunicadas hacia los demás, y mas bien, el macondeño lo guardaba hacia sus adentros, que nunca dejaba sus expresiones sobre la mesa sino que guardaba debajo de la almohada.

La copa que derramó sobre la existencia misma simbolizan los sentimientos que expresan la mentira y la traición de los amigos, y quienes lo traicionaron, ellos, los otros se alejan porque ya no tiene sentido la amistad que supuestamente era profunda y bella.


 

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