EL VASO QUE DERRAMÓ LA GOTA, NOVELA
“EL VASO
QUE DERRAMÓ
LA GOTA”
SEGUNDO ANGEL TITUAÑA
CRIOLLO
2023
EL VASO QUE DERRAMÓ
LA GOTA:
“El Macondeño”
Segundo
Ángel Tituaña Criollo Derechos reservados conforme
a ley
Cubierta:
Diagramación:
Inscripción:
Direción Nacional de Derecho de Autor
y Derechos conexos: No. QUI-063174
ISBN
Primera Edición
1000 ejemplares
Este libro se acabó de imprimir en ……………
Quito-Ecuador 2023.
ÁNGEL TITUAÑA
CRIOLLO FICHA BIBLIOGRÁFICA
Nació
en Tungurahua, Ecuador, en 1975. Realizó sus estudios primarios en la Escuela
José Elías Vasco Moya. Los estudios secundarios los hizo en el Colegio
Particular “Franciscano” de la provincia
del Cañar, en su capital: Azogues, obtuvo el Bachillerato en Ciencias Sociales.
Tiene una Licenciatura en Comunicación y Literatura: Mención Literatura, en la
Pontificia Universidad Católica del Ecuador de la ciudad de Quito. Tuvo la oportunidad de estudiar en la Universidad Central de Ecuador,
un año de Ciencias de la Educación, en Lenguaje y Literatura, estuvo
como maestrante en la Universidad Andina Simón Bolívar y por cuestiones de horarios tuvo
que abandonar. Ha sido docente en muchos colegios particulares en el Área de
Lengua y Literatura: Colegio San Andrés, donde dirigió con sus alumnos:
Declamación, Oratoria y Concurso de Libro Leído. Colegio: Centro del Muchacho
Trabajador, Colegio San José, Colegio San Fernando del Centro Histórico de
Quito, Colegio San Pedro Pascual, Colegio Santo Tomás de Aquino, Pitágoras Hall
School, Humanístico Quito y Colegio Gran Bretaña, Jefferson School, Colegio
Particular Pedro Vicente Maldonado.
Además, trabajó en la Radio Francisco Estéreo y Radio Municipal como locutor del Programa Radial. “San Andrés al Aire” con el Dr. Washington Patarón y la Lic. Rocío Báez cuando era profesor de Lengua
y Literatura en la Unidad Educativa Franciscana San Andrés.
Ha publicado:
2021 Cascada de letras (Relatos y Ensayos) Voces
Literarias (Poemario)
El Virus de la Nostalgia (Poemario)
Esta novela es
en honor a:
John Solís Rodríguez en Canoa. Indira Córdoba, que regresó
desde Argentina. David Guzmán
por el impulso y ánimo para escribir.
Santiago Vizcaíno por el apoyo
desde su escritura de sus obras.
"La soledad
le había seleccionado los recuerdos, y había incinerado los entorpecedores montones de basura nostálgica que la vida
había acumulado en su corazón, y había purificado, magnificado y eternizado
los otros, los más amargos".
Gabriel García Márquez
PRÓLOGO
El vaso que derramó la gota es una
novela corta en la que el narrador cuenta sobre el “macondeño” quien es uno de los
personajes principales que se muestra tal
como es, porque es tan humano, que se le ve
expresar los pensamientos, sentimientos y emociones como el agua del
río que se subordina a su curso y caudal
natural que recorre
sin parar hasta su final.
Es impresionante recorrer el mundo de
ilusión y creatividad emocional del autor porque sus historias mágicas y reales
se originan desde una experiencia no solo desde la perspectiva crítica de la
sociedad de estos tiempos,
(donde quizá la lectura se ha vuelto
no tan comprometida con el espíritu
esencial de cada referente
literario), sino que originó
desde la vena testimonial y recorrerá por el camino de la narración contemporánea.
Al “macondeño” le encontraremos como un hombre
que está en la
flor de su adultez, cerca del medio siglo de vida, que va reflexionando no solo sobre su pasado,
sino que realiza
un pare en el presente
para que con eso pueda proyectarse hacia el futuro
imprescindible de nuevas experiencias fantásticas y vivenciales.
Es digno de mencionar que la imaginación y aventuras narradas
y descritas con maestría harán de este espacio imaginario un paraíso de
letras en el momento de la aventura humana de leer y entender sus oportunos
significados e inofensivas interpretaciones del lector que tome en sus manos
con diferentes matices de interpretación.
Además, durante la narración, el
escritor se ha preocupado de entrelazar contextos de tiempos, espacios y
personajes de la historia contada no solo en libros de la Historia del Ecuador
sino de memorias colectivas de muchos
que han antecedido a la existencia del autor, de esta
nueva narrativa que diferencia lo antiguo y lo moderno
de la sociedad. Por
ejemplo, en esta novela se describe el tren como reliquia traída
hasta estas tierras
ecuatorianas y quien empezó su construcción férrea fue Gabriel García Moreno y
lo concluyó Eloy Alfaro para permitir el intercambio y cercanía entre la sierra
y la costa del Ecuador.
Es trascendental informar que esta
novela encierra o nombra muchas leyendas o mundos mágicos y localismos de
Quito, por ejemplo: la leyenda de Cantuña como un ser mítico y de grandes
hitos de la cultura
mágica e historia de esta plaza y convento de San Francisco.
Hay también referentes de la literatura
europea y nacional. Precisamente, esta obra literaria constituye una mirada y tendencia
desde el pensamiento del macondeño a lo ecuatoriano para dejar plasmado
en estas páginas noveladas.
El macondeño se ha convertido en el
signo de las letras que se vuelcan a un buscar un significado, desde el lado
humano y desde la fantasía o invención de quien en tardes llenas de lluvia y de
mucho sol se ha ido entretejiendo los lamentos y los aciertos de este
simbolismo de persona. Y según John
Solís Rodríguez, escritor quiteño, afirma que: “la idea de un macondeño en Quito me parece una obra
genial”. Y con esta frase motivante del amigo
escritor se imprime mi primera novela corta hecha con toda la fuerza y
creatividad narrativa.
El Autor
ÍNDICE
CAPÍTULO 1
Amaneció otro día
CAPÍTULO 2
Realidad que ya pasó
CAPÍTULO 3
Estepas del páramo
CAPÍTULO 4
Enredado entre sus problemas
CAPÍTULO 5
El ruido del rondador
CAPÍTULO 6
El último individuo
del horizonte
CAPÍTULO 7
Un caudal demasiado
incrementado
CAPÍTULO 8
Aceptar el destino
seguro
CAPÍTULO 9
La tarde veraniega
CAPÍTULO 10
Con virtudes
y defectos
1
Amaneció otro día
Despertó con la sensación de que su pasado lo arrastraba a lo
más tenaz de
su existencia, a no ser más
un
macondeño perdido en
el
país de la canela y del petróleo; un dependiente del café de Pacto o de Loja. Ambos deliciosos pretextos
para endulzar la vida y además de reflexionar en lo que sucedía. Esta vez
había un motivo especial: “Las movilizaciones indígenas
habían concluido”, escribió. Y _él expresaba hacia sus adentros_ es una preocupación constante y voraz, que sucedieran estos acontecimientos envueltos en manipulaciones del mundo político y la corrupción de esta.
El ciudadano es un tanto culto y otro tanto vulgar. Porque a pesar de haber sido formado se iba
imaginándose sobre el futuro impredecible,
pero
este se iba enterando
de la realidad nacional con cierto esmero e interés. Se disponía a iniciar
una larga travesía
por el mundo y sus alrededores menos indicados del momento
acuciante y bochornoso del país en materia de tendencias políticas y obsoletas.
El hombre vestía
con traje negro,
botas y correa
de cuero legítimo. Era alto y simpático. Olía a colonia
inglesa en su cuello ennegrecido por el sol de medio
día. Le gustaba alimentarse con churos
serranos y ceviches costeños. Siempre estaba puntual en sus citas con algún
amigo que lo esperaba. Es alguien que viajó desde Macondo, el lugar imaginado
por García Márquez, en un tren que ya no existe, viajaba junto a la ventana,
para ir contemplando la construcción férrea iniciada por Gabriel García Moreno
y concluidos por el legendario Eloy Alfaro, el viejo luchador.
El hombre, el macondeño, era taciturno y le gustaba
beber cerveza artesanal
envasada en algún monasterio colonial. El fantasmagórico viajó desde las
tierras de Pedro Páramo, lugar mítico y llegó a la ciudad que tiene un clima
frío, (un tiempo que prefiere volverse de inmediato a las sábanas térmicas que
le da descanso y paz), pero no deja de ser mágico el rincón colonial porque muy
en la mañana tenía que salir a la calle con una bufanda y observaba a
personajes que vienen de otra dimensión, donde no hay control del tiempo y del
espacio, sino que el hombre siente
el viento que silva
y se esfuma por el tejado envejecido.
Siempre que él pasaba por la plazoleta
de piedra pensaba sobre la leyenda de Cantuña. Cantuña se idea que para
construir de manera rápida y de terminar la construcción del atrio de San
Francisco debía de hacer un pacto con el diablo. Y el contrato
con el diablo fue de la siguiente manera: Que unos instantes
antes que se escuche el primer canto del gallo, ya
debían haber concluido la edificación, pero los diablitos colaboradores se
olvidaron de ubicar la última piedra traída desde las faldas del majestuoso
volcán Ruco Pichincha. Pero la versión original consistió que Cantuña había
extraído la piedra y lo escondió para que no fuese llevado su alma por el
diablo.
El hombre se dirigió reflexionando en su
destino e iba llegando hacia el corazón
del escritor que se trasnochaba por avanzar en la escritura de su historia construida con
amor y pasión.
Lo primero que hizo es sentarse en la
tercera grada de aquella plaza y empezaba a entonar el canto: ¡El pueblo unido, jamás será vencido!
¡El pueblo unido, jamás será vencido!
Mientras la señora
que vende la
espumilla hecha a mano _gritaba con voz potente_ ¡espumilla!,
¡espumilla!. Después, el macondeño también escuchó y vio a
los poncheros que bajaban con su carrito adecuado para ofrecer esta delicia del
ponche, que contiene huevo, mezclado con malta y azúcar que, si se sirve al
borde de una de las plazas de Quito, es bastante placentero y de degustación.
En este momento, el macondeño se encontraba en una de las esquinas de la Plaza
Grande y analizaba que si lo mece el ponche lo pierde todo porque se reduce a dos gotas de líquido,
por eso es importante
se decía a sí mismo que hay que servirse esta delicia sin mecer y directamente
lo llevas la cucharada de ponche hacia la boca y ahí ya lo disfrutas como un amante de este tipo de majares. Las preguntas surgen:
¿Quiénes son los
poncheros? ¿Por qué se dedican
a esta actividad? ¿De dónde han venido, hasta aquí?
El cielo empezaba
a dar señales que iba a llover
y hay que guardar la ropa del
colgadero de su terraza amplia
y de cemento armado pensaba el aventurero de Macondo,
porque no había quien haga esta actividad doméstica, ya que el tiempo no le alcanzaba
para hacer todo eso y además
le queda contados minutos para tomar el bus y evitar llegar atrasado a su
puesto de trabajo. Era profe.
No quiso creer que el macondeño pudo
vender hasta las plantas que habían crecido
de unas semillas
de pepitas de mandarina de Patate o de algún otro lugar de la Costa.
El macondeño pensaba en aquellas señoras
que lo habían comprado unas plantas
de limón o de mandarina
(Birmania y Rosa estaban
paradas, allí esperando que pase el tiempo. Una corpulenta afro esmeraldeña y
la otra que usaba lentes como de botella de vidrio) Eran ocho plantas
de mandarinas que fueron puestas
en recipientes de plásticos
grises. Y todas las vendió a escasos dólares.
Aquel hombre contemplaba a las mujeres
que cruzaban no solo por las calles, sino en todos los espacios que visitaba en
la metrópoli y disfrutaba de los movimientos de las sombras de cada mujer, de
cada mirada que penetra en el alma más dulce del ser. Inmediatamente, el hombre siguió
la calzada e iba a prisa porque
tenía que ingresar
en el lugar de su trabajo
al mediodía y caminaba más rápido, mientras
pensaba en su deuda pendiente con un banco privado y
con cierta incertidumbre
especulaba qué pasaría en el futuro, si ya no tenía dinero
y, _se preguntaba_ ¿Con qué pagaría el puta arriendo? porque todo estaba
caro y solo _se ideaba en cómo buscar
más dinero_, porque
ya no le alcanzaba para
comprar panes hecho con maestría en los marginales de la urbe.
Las iglesias iluminadas de tal forma en la noche apacible
y fraterna daban un aspecto conventual y noctámbulo,
donde el olor a canelazo con dual (puntas den
trago, traído de Mindo o de Tulipe)
era penetrante a las fosas nasales. “Quien no haya probado las puntas de estos lugares, es porque no mismo conoce los rincones donde se destila éste “licor bendito, que calma las cuitas de la existencia” como dice la canción.
De pronto, el macondeño, se detenía en
el chaquiñán y miraba a tres señoritas sospechosas y se fijaba que la una era samba, la otra tenía cabello
lacio, la que sigue era una joven que aparenta ocultar su tristeza porque ya se había quedado a exámenes de supletorio del colegio público. Sus dedos temblorosos de una de
las chicas eran signo de sentirse nerviosa, con recelo y, _dijo que gracias por
la fotografía hecha_ El mancondeño, quien tenía un temperamento fuerte, nunca
perdía la
oportunidad de hacer una imagen, lo importante era llevar
recuerdos no solo en su cámara de su Tecno Pova, sino que lo hacía en la memoria
para nunca olvidar el instante de contemplación de las jóvenes que
fueron sorprendidas en su último día de colegio. La nostalgia se había
convertido en alegría momentánea con un tanto de cerveza y con otro
tanto de gaseosa comprado en tiendas barriales.
Nuevamente, regresaba su recuerdo
a Macondo y pensaba en sus
personajes mágicos e invisibles que mordían pedazos de oro macizo que han
abandonado en los límites del desierto del pueblo mesoamericano, donde habían
llegado los españoles y las desposaron a las indígenas. Las desfloraron sin piedad y compasión. Los españoles cambiaban
por pedazos de espejos fundidos en
algún sitio europeo. El oro brillaba en las montañas del interior de la selva, mientras tanto, el
macondeño se consideraba discípulo más querido del hombre que había redimido a
millones de humanos desde el año uno en el que empezaba
la era después de Cristo.
En aquel tiempo, el macondeño empezó a
dar clases por zoom y por teams. Cumplía cierto horario de clases y si no
cumplía mencionado contacto era sancionado o al menos amonestado por
autoridades del establecimiento público y todo quedaba archivado en la carpeta
del que “aquí puse y no aparece”. Y por no estar atento a llamadas de padres de familia impertinentes se perdía una plaza de trabajo en el
establecimiento particular. El macondeño también vivía en las márgenes
del perfil costeño donde solo se respiraba a marisco podrido cuando amanecía y
cuando anochecía a cerveza que habían regado los amantes de esta bebida.
Las olas sonaban acompasadas a un solo
golpe. Además, él contemplaba el horizonte
del mar, la arena caliente
que quemaba la planta
de los pies. Y solo pensaba en el pasado,
en las consecuencias del pecado carnal. Seguidamente, el macondeño
observaba una película en Netflix titulada “En Alta Mar”, una cinta cinematográfica
de misterio y reflexionaba en el
asesinato de las personas que mueren sin saber por qué y se adelantaban al destino más
evidente de “La muerte”. Estaba cansado de tipiar en su computadora Gateway. Estaba cansado
de beber el mismo café
en la misma taza, el ver el rostro enojado de la dama que
iba presurosa a comprar en la tienda más cercana y cuando no tenía dinero,
arriesgadamente fiaba. Aquella
señora _Buenas tardes
vecina, decía _ si
le puede fiarle papas, frutas y frutos secos, porque necesitaba llevar para mis hijos, ya que nunca ellos dejan de desayunar, almorzar
y cenar_ y otras
comidas complementarias que se servían, siempre, ya que los adolescentes
estaban creciendo no solo en
alma, sino en lo corporal. Los adolescentes debían de apreciar sus
existencias desde pequeños y de pronto aparecía un muchacho que relataba haber
viajado en barco hasta las costas de Miami.
El macondeño _recordaba sus experiencias
dolorosas_ de su niñez sentado en las gradas de un mercado donde ofrecía un
plato de plástico con zanahorias amarillas, también verde o maduro. Estos
productos les vendían a siete sucres y sino realizaba esta acción, la “baldada” no le
daba el almuerzo y si lograba vender no solo le daba el almuerzo sino también
le brindaba un helado de mora y leche. El niño saboreaba el “aice cream”, luego seguía su explotación infantil por su
familiar que vendía en la calle Colón de Ambato City.
Recordaba que el niño estaba sediento
y no solo se quemaba
la coronilla de su cabeza,
sino que se quemaba la espalda. El clima era cálido seco y hasta cierto
punto inaguantable.
El desierto de la existencia era
alejarse de los demás para examinar de los pecados que cometía a diario, no
solo de pensamiento sino de obra, meditaba el macondeño, cara de cerdo y de
caballo. El hombre se sentaba en una silla negra. El escuchaba la triste
historia de que su amada había tenido un aborto y el muchacho pensaba
tenerlo, pero hoy en día ha
dejado de participar el hombre en esas decisiones que la mujer puede decidir
sobre su cuerpo, la palabra del hombre ya no vale en las decisiones de la mujer
y con esto se ha puesto fin al machismo latinoamericano de paísuchos como me
dijo un amigo que se gradúo en Boston en Teología,
que allá actúan libremente en su inclinación afectiva y sentimental y estos nos han catalogado a las sociedades del primer mundo, donde todo marchaba las cosas de
buen estilo y excelente economía, los entendidos afirmaban que la cuestión financiera en USA es diez veces
mejor y excelente
que el resto del mundo,
por eso hay trabajo para millones
de migrantes de todo el globo terráqueo.
Eran las veinte y tres horas con
diecisiete minutos de la noche y ya pensaba en dormir pero en este tiempo le
venía la inspiración para relatar la historia que le nacía desde su creatividad
para imponer sobre la destreza de entonar su guitarra al son del tambor que interpretaba un folklor
musical expresaba el caretuco,
alias el “macondeño”: /“De las peñas corre el agua/ de los
árboles el viento/ de tu corazón ingrata/ el mal agradecimiento”/, _alguien decía que_,
en vez de interpretar las melodías de los
Jarckas era preferible valorar el folclor ecuatoriano y seguía cantando el yucholomo: /“tienes que volar
paloma en tu propio cielo/ hay un palomo esperando en tu propio cielo”/ Su mente mente estaba loca como su corazón, que el macondeño iba
recordando sus amores del pasado y todo lo que pudo experimentar con cada una
de ellas, no solo pasaba la palma de su mano por las frondosas cabelleras,
además pensaba en su estatura, en la forma de sus labios, carnudos y gruesos,
pero también finos y azucarados; unas eran del Norte, otras, del Sur; algunas
eran de la Costa, otras, de la Sierra y Amazonía. La alegría y
ocurrencia por sentirse todo un “donjuán” o un J.J. Su imaginación corría como un vehículo
que solo se dirige al choque, hacia
la muerte del corazón
y su razonamiento lo llevaba a las verdades filosóficas aristotélicas y
platónicas cuando reaccionaba hacia la existencia cuerda y normal.
El macondeño se había enterado sobre el escritor del Ángel de la
Peste que revelaba que su primer interlocutor era su bella esposa que compartía su lecho veraniego
y solo se sentía observado
y confesaba que los
hechos reales llevados
a la literatura o narrativa
eran ya ficcionales. (el
espacio que existía entre ficción y realidad era tan corto o era tan largo
porque podía estar pensado en la realidad
que no existe o podía
pensar en la narración que
era cierta) y que alguna ocasión existía el conflicto entre la realidad y
ficción.
Ahora, lo importante pensaba que había
que seguir cruzando la calle de la Amargura, contemplando a monjes que se
habían consagrado a la vida, oración, ayuno y penitencia. Los franciscanos
habían hecho un altar de la virgen donde las devotas iban dejando sus centavos
como limosna, contribución económica
que no solo era para el cura sino para los
niños que están en el albergue. Alguien
pregunta _ ¿los curas y las mojas tienen su sueldo? _ La respuesta que consiguió el macondeño
era que no tenían algunos religiosos,
pero muchos que trabajan en colegios y universidades sí tenían, sino que era como no tener porque debían de dar a un fondo
común, (el hermano ecónomo era quien tenía en una cuenta bancaria) porque eso
lo dictaminaba el reglamento de la comunidad franciscana u otra afín)
_Alguien decía_: ¡queremos la libertad!, ¡deseamos la verdad! y el
hombre de Macondo se puso a reflexionar sobre estas dos palabras que tal vez
eran simples, pero tenían mucho significado que se imprimía en la memoria de
los pueblos que solo guardaba de cómo llegaron a fundarse, como la de Roma, con
Rómulo y Remo, dos hermanos que fueron amamantados por una loba que se afanaba no solo por el criar con de leche
que se conservaba en refrigeradores que quepan en un cuarto oscuro de la casa colonial y que permanecen frescas para saciar
la sed de estos dos niños, nacidos con sus destinos
encaminados para fundar el pupo del mundo, el centro de los montes de la fantasía
y sensibilidades del corazón.
Las venas estaban llenas de soledad y amargura del crepúsculo de todos los días.
Mientras el hombrecillo de Macondo,
alias el pateplayo, que parecía ser un duende que posa en las montañas de
Quillanpata y las riberas del río manso “guayas” que contemplaba los muertos de la peste
y de los moribundos que yacían después
de las protestas por la carestía de víveres y demás cosas necesarias para sobrevivir en este espacio
lleno de penumbra; porque el
cura de Ascázubi se olvidaba de dar la misa en latín en un lenguaje culto y
vulgar.
Los domingos y los jueves eran las
ferias de la mayoría de los pueblos de la sierra donde sacaban a vender sus
productos y animales a precios baratos para luego, comprar
ricos panes de Ambato en el mercado “Primero de Mayo” que no solo abastecía a los habitantes de la ciudad de los “Tres Juanes”, sino que llevaban a todas partes. El macondeño en ese instante se acordaba que en la calle Sucre y la
calle Flores en un zaguán colonial, aún venden
las variedades del pan ambateño:
sabrosos y
mantecosos. Y muchos
prefieren comer este pan con dulce de higos y queso sin sal.
Escuchaba el piar de las aves del campo,
contemplaba toda la selva, lo lineal del curso del río amazonas, donde
escuchaba gracias a la memoria colectiva de los habitantes de la selva, la leyenda
del Dorado que sus
diosas amazonas se bañaban no solo en sus aguas puras sino en oro derretido que escondieron en tinajas
de plata en “Los
Llanganates” y de “Cerro Hermoso” donde se
veía volar el cóndor, señor de los páramos y pajonales de más arriba
de Tolóntag y Píntag. El macondeño bien lejos del poblado, en el páramo apreciaba que a lo lejos se veían lobos que corrían
y se perdían monte adentro. El frío del páramo fue intenso, que no se lograba
identificar el sendero para bajar hasta el caserío. El recuerdo es uno de los
hechos complementarios de su fantasía y su verdad de acontecimientos sucedidos
en el eterno pasado. Se sentó una vez en aquella piedra que no se rompía ni con
dinamita que habían puesto los militares y policías
del lugar para dar paso al túnel
que había construido el concejo provincial. Observaba los ríos del oriente y de la
sierra como el
recordar el paraíso
de Adán y Eva, antes
que cayeran en el pecado habían
sentido vergüenza delante de la mirada del Ser Supremo.
El macondeño se autoflagelaba con recuerdos un tanto borrosos
y divagaba de las siguiente manera: -Yo pensaba sobre la escritura que
piensa en el atardecer de un viernes después de exámenes, era un tanto
ecologista, que tenía que clasificar la basura en muchos recipientes para dejar
de contaminar el ambiente y por la culpa del ser humano el mundo que se estaba
contaminando más y más_ y ya no había rastro del último venado que corría tan rápido como la corriente
eléctrica, eso se imaginaba
el macondeño al estilo de Nahún Briones en las inmediaciones del Cañar y de la travesía
del Tambo hasta
llegar a Naranjito. Solo pensaba que sean
las diecisiete y treinta de la tarde para dar el primer paso por la puerta
principal del colegio fiscal, porque
ya no aguantaba más el ambiente hostil de compañeros o enemigos del
escritor, que había empezado hacer sus construcciones literarias que iban
narrando historia un tanto borrosa o apegada
en verdaderas reflexiones de la caridad
y del amor al prójimo
que nunca había visto el dolor ajeno como ver la corrida de toros de Alangasí,
refundido en una hacienda del lugar que iba cayendo
las gotas de la última lluvia del atardecer, de la existencia del maestro de corbata y maleta negra y
zapatos charolados para no gastar los cincuenta
centavos, cuando había estado sentado en las sillas de los
lustrabotas de la plaza antigua.
El hombre de macondo alias el cachuley
no solo había venido a tomar café en la esquina de San Diego sino había venido
a tomarse un traguito con canela y ponche que iba regándolo y desperdiciando en
toda la plazoleta y también regaba esta bebida por las gradas de la catedral
metropolitana para decir que se ha roto el tanque
del ponchero, o las mojas del
Carmen Alto han obsequiado un exquisito vino de frutas,
de primera. El ambiente del centro se ha inundado de
ponche y mantequilla.
La música que escuchaba era la de los
Panchos y era la música de Julio Jaramillo que estas melodías
perforaban el recuerdo
del dolor y la
travesía de los grandes puentes colgantes del Pangui. Alguien que no oía
pasillos de J.J. es como que no se identificara con lo de ser ecuatoriano que había salido por desiertos
mexicanos y ríos caudalosos que arrastran
los muertos de migrantes, que durmieron profundamente en el sueño
americano, que nunca les fue posible cumplir y solo
arriesgaron su integridad y su existencia misma.
No era posible
pensar en las deudas que contrajeron por el sueño que jamás llegaron a ser realidad, lo verdadero y real era que por el paro y
las movilizaciones de este año se había comprado cebollas y huevos a precios
que ya no rinde el bolsillo de los moradores del Castillo de Ingapirca, del
Santuario de la Virgen de la Nube y de Nuestra Señora del Rocío. A mi oído
suena el soplo de los
orificios de la zampoña
y la quena. El arpegio de la
guitarra va como los dedos que siente en las costillas del hombre, que va
muriendo cada día con cáncer a la piel y con la condenación para toda la
existencia en el más allá, donde el rechinar de dientes era alarmante como
gritos de media noche cuando iban llevando todo el dinero y las
pertenencias de un hombre
que se había quedado del bus,
que lo transportaba desde el norte de la ciudad
o desde los valles que anochecen con sus lánguidas luces que
insertaban más miedo en la conciencia de los filósofos que siguen pensando en
la no existencia del poderío de alguien superior.
Nunca quería desaprovechar el tiempo en
conversaciones que nunca alimentaban el alma, sino que perjudicaban la conciencia limpia
del ser humano.
El tambor sonaba como bulla exorbitante
cuando el macondeño, alías el vaguito,
descansaba después de largas horas de trabajo
dentro de una biblioteca centenaria, donde el polvo había
sido capa del olvido de los
lectores, que ya han fallecido y simplemente mediante estos espejos mágicos
veían cómo se habían envejecido el papel de los periódicos del tiempo de Eugenio Espejo
cuando denunciaba a los corruptos
de entonces. Quería gemir
como estremece la noche frente al día de la matanza de los adolescentes de tantas periferias de las ciudades del cacao y del banano. Se sumergen sus caras
como ramas secas que vuelan
por el viento de julio y de agosto. El macondeño solo
pensaba en buscar hilo chillo para hacer muchas cometas y ofrecía a los niños
que iban al Panecillo a matar el aburrimiento
de las vacaciones que mal o bien pasaron el año después
de las clases cibernéticas. Las clases presenciales que igual eran tediosas por la
precaria metodología utilizada
por el profesor que sus años han caído en
su existencia y denotaban la sabiduría para los alumnos
reacios a los hábitos de estudio y conduta indeseable. Ya no quería tocar la
guitarra porque le traía recuerdos de las andanzas con su instrumento al hombro
por ciudades y pueblos de la Amazonía y de la Costa, donde tranquilamente tomaba café con azúcar y empanadas de viento y las papas fritas con sal y mayonesa al gusto y le llamaban
comensal de buen paladar,
porque degustaba, no solo eso sino la chicha de chonta. El vaso de plástico
estaba mezclado de mayonesa y ají y cuando se coloca en unas cuantas papas
crocantes. Los ojos del macondeño eran rojos
por haberse bañado con mucho jabón de
tocador, cuando se dirigía al trabajo y después, al retorno de su jornada
laboral. No era muy largo el tiempo de trabajo, pero era tedioso porque tenía
que sentarse horas y horas frente a los computadores para registrar todas las
obligaciones como profesional.
El macondeño, quien estaba bastante
pensativo y preocupado porque la dueña de casa que exigía el pago puntual del
arriendo, el pago de la luz, el agua y el internet, se iba de mañana con su hijo a una cancha
de básquet cercana porque ya al medio
día debía de irse a su trabajo.
Ahora, lo esencial era fomentar la cultura y la historia
del deporte que queda guardada en la repisa
y las paredes de la casa amplia
y con mucho amor y dulzura.
Mientras estaba acostado en la recamara,
mirando con los ojos fijos al techo recordaba cuando se cayó de
espalda a gran velocidad en la escasa agua del Tobogán de la Chorrera.
El macondeño salió a
buscar al hombre del coche que vino desde
la Martha Bucarám a pararse en la Iglesia de la calle Chimborazo porque ahí le contratan para tomarse un cafecito y su paga lo valoraba
con alegría porque el dinero
que se tenía no era cosa que dure para siempre sino era algo que te servía para
tu vida personal. Después, se sentó en una silla cómoda y escuchó el pasillo: “El Ángel de Luz” que era una canción
con muchas metáforas que le hacía sentir la nostalgia y del amor que cada ser
humano sentiría, (si es que el amor ha visitado
la puerta de su corazón
y si no le ha llegado
este sentimiento tan humano e inspirador)
al que escucha esta melodía que el amor era como fuente cristalina que
emanaba de la tierra y se relacionaba el pensamiento de este amor tierno y sincero con la
fertilidad de la mujer comparada
con la fertilidad de la tierra, la
Pachamama. Buenas noches le dijo al fantasma de la media
noche de la calle Rocafuerte y García Moreno.
El fantasma que estaba arrinconado en la bodega polvorienta con trajes de matón y con trajes
de obispo que había
salido de su obispado para visitar a los
más pobres de lugar, el obispo les
ha llevado grandes trozos de pan y vino y en sus dos manos iban transportando
hasta llegar a visitar aquella familia que nadie
tiene un trabajo duradero, ya que tenían que salir a las calles a ofrecer
medias y relojes esperando que alguien los compre para con ese dinero (cushqui,
money, platita, popularmente utilizando el lenguaje castellano ecuatoriano popular) Se pudiera comprar mucho fideo y un pedazo
de queso para dar sabor a la sopa de medio día. Escogió mi corazón este amor
equivocado se decía por dentro de su más íntimo del pensamiento. Su sentir iba al ritmo de este sanjuanito que ha durado por
mucho tiempo en las radios y ahora en YouTube como música nacional.
Nunca pensó amanecer cerca del Ilaló
donde aún se puede escuchar el canto del mirlo y del ruiseñor. Las mariposas de
todos los colores van de flor en flor, de
yerba en yerba. Las abejas que absorben
el néctar del polen de cada flor dulce y bella. ¡Qué bellas son tus obras! son
del arquitecto del universo y las huellas
del amor quedaban como pisadas en la arena que con el paso
del tiempo desaparecerán,
pero perdurará en la memoria de quien lo recordará por
siempre.
El macondeño como jesuita que medita en la quinta semana de
los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, el santo por excelencia, iba
pisando las piedras del sendero e iban percibiendo el aroma de mujer. La
textura y el color de las
moras silvestres y olor a eucalipto eran penetrante
a su nariz y se relajaba su mirada del estrés de la ciudad
que observaba la matanza de Eloy Alfaro o del Indio
Daquilema, de las ofensas a Tránsito Amaguaña, el progreso de Matilde Hidalgo,
entre otras damas que han cambiado este sitial, en materia de derechos y
ventajas del ser más sublime: La mujer.
Había
llegado el momento
de proclamar y le entregaba sus brazos para el mundo
abrazaba también pensaba
en sus adentros como pompas de jabón que desvirtúa
su personalidad y carácter colérico
de la existencia del Hades, esto era como un sueño que tuvo el macondeño, hombre diestro para
declamar y orar con temas que reivindique la dignidad del indio, la belleza de
la mujer: talento y revolución.
Te hablo desde la prisión
era una salsa que también
le iba y venía en su oído
acústico de artista y disfrutaba con ritmo y sabor mientras tomaba un vino
añejado español y su boca era tan amarga y causaba el tufo de la desgracia de
haber empezado a tomar la primera copa que terminaría generando en maltrato
verbal y psicológico a quienes rodeaban su celda de la existencia, que
toda la noche pensaba en sus andanzas y matanzas de tanta gente que hizo
desaparecer como furia de viento o de agua. Nunca dejaría de escribir la única
historia que tal vez se publicaría antes de morir, antes de dar su último
suspiro en este mundo injusto, porque por sus asesinados le dieron condena de
treinta años para reflexionar y cambiar de una vez por todo, porque la
existencia solo le da una oportunidad más para ser mejor, el arrepentimiento
sincero del macondeño no bastara
para la paz de los familiares, ya que por más dinero que reciban sus familiares como
indemnización del estado, nunca regresarán a tantos jóvenes y señoritas secuestrados,
violentados por todas partes del globo terráqueo.
Cuando
tú te hayas ido me envolverán las sombras y los cristales
humanos llorarían sin cesar hasta la parusía
del Señor que trasciende
noches más oscuras
del destino que gritará en la soledad
de la noche, que era la luz del mundo para quienes no lo conocen
y siempre su luz lo llevará
hacia el más allá de la existencia porque no haya tanta dicha sentir la
presencia de un Señor de señores, maestro de maestros. Quería gritar justicia
para vivir, quería gritar: “extradición”, “extradición” esas fueron palabras de los más rebeldes
de las sociedades no solo ecuatorianas y peruanas sino de toda Latinoamérica, siempre
hay que hablar de la verdad
frente a los poderosos del de las sociedades neoliberalistas y que el pueblo
realiza grandes filas para conseguir un trabajo en el sector de la limpieza de las céntricas
y periféricas calzadas de la ciudad. “Todo trabajo es digno, el problema es que no hay
trabajo, digno y esperanzador.
Píllaro
viejo tierra querida
donde mi vida he dejar
también pensaba en sus
remotos pensamientos de cantautor de la tierra de las flores y de las frutas.
Después de haber estado pensando en tantas canciones amaneció otro día para seguir imaginando la historia
comprometida con el público lector interesado en sus obras
primigenias de su escopeta inspiradora de los sonidos acompasados de muchos
géneros musicales que ya no quería elegir una más.
2
Realidad que ya pasó
El mancodeño siempre se levantaba
temprano para observar después de abrir la puerta si es que va a llover o no.
El clima gélido le acompañaba en la meditación de las mañanas y las tardes.
Siempre él tomaba un vaso de vino por las noches y sentía en su paladar
el sabor y el
placer de la misma existencia.
¿Qué te pasa? - Le preguntó aquella
dama.
El macondeño le contestaba -No me pasa
nada, solo que estos días me ha sucedido muchas cosas que tienen que ver con mi
brazo y mi mano. Me duele y eso es todo lo que me sucede.
La mujer le seguía interrogando y le
decía ¿Por qué te suceden estas cosas?
El hombre le decía que tal vez sea por poca concentración en la utilización del sartén en el momento que
lo freía el pescado, porque hay que saber poner el aceite en la paila, ya que
si se utiliza mucho y si lo manipula la espumadera con fuerza y con despiste
podrías causar un accidente, parecido al que ocasionó. El quemazón del
antebrazo derecho será la consecuencia dolorosa. El aceite caliente saltó al
brazo izquierdo y le produjo una quemazón
de primer grado. El macondeño sigue reflexionando
sobre cada situación dolorosa o de alivio que le pasa en esta existencia don cada ser humano aprende a valor cada instante de su vivencia
ya sea solo y también frente a los demás, cuando los escucha y los comprende y jamás lo juzga, jamás lo discrimina.
El sol cae sobre el piso mojado porque toda la
noche ha llovido. Y el pensamiento del hombre se concentra
en el dolor de su brazo izquierdo porque fue intenso. Los pensamientos y sentimientos fluyen
como el agua del manantial
más cristalino y sus aguas toma un matiz diferente por innumerables guañas. Las
guañas son una especie de peces que sino sabes comer te lastimaría la lengua y
el paladar, ya que tienen muchas
espinas de hueso. Para servirse este tipo de comida hay que
tener maestría o tal vez cierto cuidado para disfrutar este sabroso plato. Una
maestría que solo sabe el habitante de la zona donde se cultiva la canela y el verde. Y
de estos amigos que se topa tal
vez una vez en la existencia hay que aprender de su
sabiduría gastronómica y su legado desde sus ancestros del lugar.
El macondeño morador de un pueblo, alias
el palomo, que nunca existió en el mundo sino solo existe en la mente de miles
de lectores que lo han leído y experimentado las vivencias del escritor que se
acercó a prepararse en la principal ciudad de aquel país cafetero y por motivos
de los medios periodísticos no alcanzaban más que a inventarse pueblos
que nunca existieron sino solo en la mente del hombre de letras
mecanografiadas o solo plasmado en taquigrafías que existían en aquel, entonces.
El macondeño quiere pensar en las más angostas calles
de Grecia y Roma, porque según Miguel Ágreda:
los romanos se habían aprovechado
de la sabiduría y mitología de los griegos. El escritor macondeño seguía
pensando en el mito del Cíclope que de alguna manera le
impresionó observar un gigante con su ojo en la mitad de su frente y los amigos
de Ulises, no el Ulises Estrella, sino quien navegó por el Mar Mediterráneo.
Para escaparse del poderío de su cueva, al Cíclope lo embriagaron con mucho
vino para que los soldados pudiesen escapar puestos en sus espaldas el pelaje
de ovejas y el Cíclope mareado no solo de tanto vino sino de la angustia
y la soledad de la cueva, se confundió y no se dio cuenta de que los compañeros de Ulises se escapen de mencionado escondite. Y cuando ya se habían escapado del gigante del pensamiento de
Homero, alguien le había preguntado _ ¿Quién te ha estacado en el ojo? y le
respondía: _Nadie_, entonces, el hombrecillo de Macondo se quedaba impresionado
por semejante hecho, que no era más el recuerdo de sus clases que había
recibido hace más de 20 años atrás y lo había leído en uno de los
tomas de la gran Odisea de Homero,
cuando el macondeño se consagraba a leer en mesas tan
límpidas y tan conservadas en un ambiente de investigadores de aquella época de
los 90.
Alguien que pueda escarbar el
pensamiento con silogismos filosóficos, el juego de los contrarios o también analizar
desde el
psicoanálisis la existencia de cada ser humano que desde su
violencia o desde sus traumas
y pretende ser liberados y curados con plantas y flores,
hasta con bastante hoja de coca y marihuana, expresaba
aquel hombre de los misterios de Latinoamérica, alias
el cabeza de toro cebado.
El hombre macondeño se trasladó en Flota
Imbabura hacia la ciudad de Azogues donde pudo contemplar una fortaleza incaica
que fue construida desde tiempos inmemoriales, disfrutaba de un baño en yerbas
frescas junto a las vírgenes
del sol, en la piscina
del Inca, que hoy amenaza ruinas y solo queda la huella de este spa del Inca del pasado, solo a lo lejos
de la piscina del inca se contempla la cara del inca que quedó plasmada de
manera natural en una punta de una montaña del Ingapirca.
Luego de visitar esta construcción viajó
en un bus que le llevó hasta el Santuario del Rocío donde hay una imagen de la
Virgen María y desde ahí pudo contemplar la belleza de Biblián, la tierra de los jaboneros.
Después de ingresar a un bar que hay en
la calle principal del cantón disfrutaba de un hervido
de mora, que fue una mezcla de esta fruta con trago puro de caña. El hombre
macondeño subió rápidamente las escalinatas desde la avenida de la Virgen de la
Nube e ingresó a este
templo misterioso de gente campesina de San Marcos, Bayas y
muchos otros pueblos que rodean la ciudad de Peleusí, donde como hasta ahora
cuando llovía los zapatos se llenaban de tierra arcillosa
por las mañanas y por las
tardes, después de jugar un partido de fútbol en el estadio de la ciudad. La catedral construida en la antigüedad fue testiga de la presencia del seminarista de los ojos
negros, con olor a romero e incienso bendito y las voces de los más de 30
seminaristas de cantaban acompasados himnos y salmos de la Biblia y sobre todo los cantos portentosos en honor
a la patrona de esta población. Y los frailes franciscanos se han reunido con
el representante del Padre de General de la Orden al capítulo de las esteras
para elegir al Nuevo Padre Provincial que dará su guía y mandato con su báculo de poder de hermano menor. Y
entre recuerdos y ruidos
de los sonidos de los cantos
gregorianos en capilla espiritual de oración
para que a través
de los votos se elegía
al nuevo provincial que por más de dos ocasiones aplicaba, contribuía y
expulsaba a frailes enredados en el pecado de la carne y del adulterio fruto
del pecado de Adán y de Eva que los llevó a pecar como insensatos.
Mientras se acordaba de estos recuerdos dolorosos y bochornosos meditaba
sobre la muerte del padre castrense y primer subteniente de la policía que lo encontraron muerto en su parroquia, luego de haber
pasado sus últimos instantes con un amigo en una piscina y todo quedó en silencio así como cuando murió Eloy Alfaro
que lo habían quemado en el parque del El Ejido, porque no era de los nuestros,
muchos fueron cómplices del uso del poder clerical y conservador de la época
dorada en que la educación religiosa era la que encaminaba a la sociedad de
entonces.
Las montañas se tornaban más verdes y
también amarillas por la sequía que se extendían desde los pueblos abandonados
de Loja. Nunca puedo olvidar de la gente que cruzaba de un lugar a otro por
querer observar la diablada
pillareña, tanto en las fiestas
de su fundación en Julio y de las fiestas de año nuevo donde
desfilaban entre guarichas y parejas
de bailarinas. Los capariches simulaban estar barriendo las calles céntricas de los antiguos pobladores
denominados atipillaguazos. Todo esto iba recordando en sus momentos de ocio el
macondeño, alias el nacido de la dinastía de Titicaca y Mamaoccllo.
Reflexionaba porque todos los seres
humanos habíamos tenido una ascendencia desde dos, tres, cuatro y cinco
generaciones a la actual, como en el relato del libro de las crónicas, donde se va detallando nombres de habitantes del pueblo Israel,
hasta llegar a David y luego de Jesús,
a quién le condenó, por blasfemo y declararse hijo del
Altísimo y el se declaró
quien venía a instaurar la nueva alianza,
que el secularismo
posmodernista lo opaca con valores más materialistas y el idealismo de los
hombres ya no cuenta y solo es algo que pasó dentro de la historia de esta Humanidad.
Los Llanganates eran conocidos como el
lugar concreto donde habían dejado el tesoro escondido en la selva, por las
tierras de los toros bravos que bajaban a pasearse en su corrida de las Fiesta
Taurina de la Virgen de la Merced.
El mancondeño se quedaba admirado de
tanto híbrido de cultura que existe en el país que la línea equinoccial
atravesaba.
Todo
esto que contemplaba solo había sido una pesadilla piadosa y desenfrenada de su mente tan confundida y hedonista
del pasado que bordeaba el presente
que invitaba a la santidad
de la existencia. Mientras
el mancondeño hacía reflexiones de esta experiencia de pensar en el
mundo y realidad
que ya pasó y se proyectaba a internarse en el túnel más
oscuro donde se experimentaba el mundo de los ciegos de Saramago
que contemplaba la perspicacia de este mundo como un mar de leche que se
imaginaba la textura de un árbol de pino o de un
eucalipto sembrado en la
sierra central o en las laderas de la Hacienda de Catchuqui.
3
Estepas del páramo
Sentado
estaba en su cama con muchas almohadas
pensando en el autor Gabriel
García Márquez, meditando por mucho tiempo en la abundante capacidad de
escribir y de pregonar a diestra y siniestra su identidad con relación
a su pueblo de Macondo. Pensaba
en los Buendía sobre todo en
Melquíades. Macondo era como un lugar sagrado en el tiempo de los israelitas que vagaban desde Egipto por el desierto
más largo antes de llegar al
monte Sinaí. Macondo no era un destino solo para los Buendía, tal vez
era destino para todo hombre de buena voluntad, un sitio
misterioso y lleno de oscurantismo de las letras.
Macondo era la historia de miles
de generaciones, generaciones de zapateros, de artesanos, no tanto
de artistitas del repujado, sino del arte de talabartería.
Macondo
era un lugar misterioso, era como hablar
de la Huasangó, con cola de cerdo, que aparece a los hombres enamorados. En Limones,
una población de esmeraldas, los moradores relataban
que le habían visto a la
Huasangó no solo en la película ecuatoriana: Sueños en la Mitad del Mundo, sino
en los manglares de éste primer puerto del Pacífico. La Huasangó la arrastraba
hasta la mitad de la selva y lo hacía desaparecer al hombre que había estado de
turista en este lugar.
Macondo más que ubicarse en un mapa real existe en el
espíritu de cada hombre que se santigua
cada cuarto de hora al
pasar por muchas iglesias que adornan el centro
colonial y el centro moderno de la carita Dios. Al igual que la Huasangó
también los limoneños sentiían la presencia de la Tunda, quien va a llevar para
siempre a esconderse en el lodasal del manglar
costero. La tunda se los lleva a los
niños quienes aún no han sido
bautizado.
Nuevamente, el macondeño lleno
de expectativa de un nuevo
día de aventura salió con su mochila, llevaba 28 canicas chinas, un yoyo
tomate con verde eléctrico y una piola café que por el uso y el contacto
con la tierra ha quedado así. Cargaba también una pelota de tenis, un
balón desinflado de fútbol, una pelota saltarina con puntos verdes. Se olvidaba
de contar que llevaba un trompo de madera con punta metálica y con sus
dos metros de piola que lo había recomendado la señora de
la ferretería. Algunas mañanas antes
de las ocho ya debía de
estar saliendo a tomar el bus, el trole y cuando había
disposición de dólares utilizaba el taxi que cobraban lo que marcaba el
taxímetro. En esta ocasión el taxista que se dirigía por la Avenida Naciones
Unidas, le decía el Mancodeño al taxista que si es que tenía vuelto de veinte
dólares, porque muchos de los transportistas
no tenían sueltos
para dar un cambio, por eso es que lo había
preguntado y el chofer con curiosidad le dijo ¿A dónde se va el macondeño? le contestaba que al parque “Metropolitano”, pero no le había entendido
porque se había estado dirigiendo su nave hacia el Hospital Metropolitano, _le
dije_, ¿A dónde va? y _me respondió_ al
Hospital Metropolitano, entonces, le dije debía llevarme al parque
metropolitano, pero que se debía pararse
para comprar algo y cambiar
el billete, entonces, así fue se dirigió hacia una tienda de la entrada del
“parque metropolitano”, porque en la existencia y viajes en taxi habría que ser claros para dejar de pagar
más por el uso de este tipo de transporte y además dejar de perderse en el trayecto laberíntico del
norte de la ciudad. El niño que iba con el macondeño estaba renegado porque
no quería caminar
porque decía:
¿Dónde se ubicaba el parque? El parque metropolitano era un
bosque anterior del antiguo Batán, donde prácticamente era un bosque abandonado
y desolado. Muchos que subían a es este sitio llevaban sus macotas, es decir, perros
de distintas razas,
el macondeño distinguió a los que canes que
deambulaban por ahí: pastores alemanes, salchipapas, runas y cruzados.
El macondeño se disponía a seguir por el
camino del Inca porque por ahí puede ir contemplando todo tipo de árboles,
romerillo, estepas del páramo. Puede ir no solo pensando en lo que tiene que decir o comer, sino va interiorizando su existencia, sus
actos que le permitieron arrepentirse de toda su existencia. Iba por el camino del Inca meditando y contemplando todo
tipo de flores y mariposas de todos los colores. No solamente ve mariposas,
sino pajaritos.
4
Enredado entre sus problemas
El macondeño no dejaba de pensar en sus
antiguos grandes maestros de la Universidad, que por cierto ya había pasado mucho tiempo,
porque empezó en la Facultad de Ciencias Filosóficas, pero como había tenido un
excelente maestro de Filosofía en la ciudad de Peleusí cuando estuvo en la
secundaria porque se acordaba del mundo de las ideas, del mundo del conocimiento, de la razón y del ser que debía reflexionar sobre la verdad de los entes.
El Raciocinio, el juicio, los silogismos que concebía
en su mente no tanto teóricos sino como premisas constantes de la reflexión y
el pensamiento filosófico, como una ciencia que iba a
desaparecer y que el estudiante de colegio que seguía
ciencias sociales no iba a progresar económicamente. El mancondeño contemplaba en sus sueños muchos
maestros como por ejemplo se acordaba de la profe que daba Gramática Normativa,
que muchas de las veces no estaban familiarizadas de los distintos sintagmas,
el nominal, el preposicional, el sintagma verbal, la maestra les indicaba con cierta
destreza magistral el poder reconocer estos distintos sintagmas dentro del contexto
de la oración gramatical. El recuerdo
del maestro que daba literatura hispanoamericana que aparte de la panorámica impartida sobre
todo el Modernismo, de sus características nutridas en significados de la
literatura, sobre todo de la imagen literaria que se tenía del representante
del Modernismo como es de conocimiento universal la existencia de Rubén Darío.
Recordó
como un recuerdo
no deseado lo de la docente que le tiró la puerta en la cara porque había
llegado atrasado unos minutos tarde a sus clases magistrales de literatura
precolombina, el tema de la literatura indígena, pero con una panorámica desde
la literatura desde los aztecas, desde los mixtecas, desde la literatura de los
incas, del poema de
Atahualpa Huañui, que relataba la agonía del último inca
inofensivo pero que fue condenado por los colonizadores de la vieja España.
Seguía
pensando en la docente de literatura clásica
se aferrada al Oráculo de Delfos, o a la Historia de
Medea o la trágica historia de Edipo Rey. Al macondeño le impresionaba tal
sabiduría ya que era una maestra que daba clases
en el Juniorado Jesuita y también en la Universidad, pero eran muchas las lecturas, pero muchas de las veces por
cansancio o pereza no alcazaba a leer, magistrales historias del teatro griego
entre otros géneros. El Macondeño y su amigo leyeron el Fantasma de Canterville y el producto
final constituyó componer
un canto porque
íbamos caracterizando al personaje principal, este fantasma iba
arrastrando cadenas por el pasadizo que al pisar fuerte crujía las tablas del
piso.
El Ecce
Homo fue una obra que interpretaba el profe
que se sacó un doctorado en
Paris, la ciudad de las letras y significados hondos.
De esta forma llegaba a soñar en el
maestro de maestros, quien era experto en crítica literaria de la obra Huasipungo,
quienes le conocían más a este
experto de la Lingüística y la disciplina conocida como
Sociolingüística, porque consistía en considerar la manera propia
de cada uno cómo se
expresaba.
Estuvo dormido porque había viajado
desde lejos desde de una casa descuidada por la pandemia tan larga de los
últimos años, solo acariciaba a los perros sobrevivientes de que habían
resistido a esta enfermedad. Y de pronto el fraile le comenzó a contar que amigos de ataño
les ayudaron a sobrevivir en esta ciudad llena de incertidumbre y mucha
lamentación porque sus familiares ya no están en esta tierra cruel y llena de infección
a causa de la peste.
El macondeño le dijo _qué pasó en aquel
tiempo de contagio_ el hermano le respondió al hombre de cicatriz en su cuerpo que él supone
que se contagió en la radio porque,
ahí, manipulaban el periódico
para leer las noticias diarias.
Mientras tomaba nuevamente el desayuno
comenzó a conversar con el sacerdotico sobre experiencias del pasado, cómo le
habían botado del sendero franciscano por mujeriego que no eran amistades
maliciosas porque eran, realmente, ingenuas, llenas de novedosas curiosidades
del auténtico sentido del amor, era solo de juego que le costó reorientar su
sendero al macondeño que se había leído veinte mil libros
en Arequipa Mario Vargas Llosa. También el macondeño en ese instante
que se le cayó la taza de
cerámica al suelo por poca destreza que tenía en sus manos recordó en una parte
de Rayuela de Julio Cortázar hace alusión a la sexualidad. El macondeño solo se
puso a pensar en estas realidades de temas
literarios de referentes de la literatura latinoamericana como pretexto
de deleite y placer estético
que en las materias de las letras mientras pueda imaginarse.
Además, pensó en las nuevas tendencias
de las letras latinoamericanas como pensar en el contenido de las peticiones
del padrenuestro. El discurso
que dominan en esta época
es el retórico frente la ciencia y a la parte ficcional.
Muchas de las veces hay que respirar y
seguir y no llegar a la nueva navidad enojado o peleado, pero el macondeño se
puso a lamentarse con una exageración pasajera. Le hablaba de silencio y de
hipocresía frente a los compañeros de trabajo. Me quedaba claro que los demás
hablaban porque no le alcanzaban a lo que la otra persona había
alcanzado con su esfuerzo o constancia en la misma existencia y profesión.
Era preferible afirmar y aceptar que uno también tenía equivocaciones humanas y lo que quedaba era apreciar los caracteres de los demás: unos
son fuertes, otros, débiles.
Los jóvenes de esta época fueron
frágiles o como cristales que puedan romperse con la mirada o una palabra
de ofensa, _reflexionaba el macondeño_ El macondeño hurgaba
en el Matarata y avanzaba
a leer una remembranza de César Chávez, de estudios de abogado, pero
tenía el oficio de escritor y bibliotecario. César era Tulcán y había escrito
algunos libros y en uno de estos libros el mismo predecía sobre su muerte de la
manera de ya no soportarla, la existencia misma,
porque las enfermedades están llenas de padecimientos y de muchos
medicamentos que calman
por un momento, ahora, lo importante es que el destino más seguro es la
muerte, como concebían, los griegos.
El acabose de una vez por todas, el
viaje sin retorno. Hay dos caminos: el paraíso o el hades,
ya dependerá de nuestra existencia y comportamientos.
Los espíritus llegarán y contemplarán para siempre
la luz de la eternidad, solo quedarán las obras
escritas, las letras que trascienden en el tiempo, no
obstante, un libro puede deteriorarse con el tiempo y finalmente desaparecerse
para siempre. La esperanza de todo ser humano era que al menos
permanecía en el recuerdo. El macondeño iba bajando por las escalinatas de la
imaginación al fondo del Hades y lo buscaba por si acaso y de pronto lo
encontraba a César sentado y pensando en la biblioteca que lo cuidaba como su
casa y se solo quedó cerrada la puerta para siempre.
_No puedo de dejar imaginar_ se dijo el
macondeño, tal César no tomaba la cruel decisión de que
finalmente se quitara la existencia, a lo mejor ya no quiso estar en este mundo
soportando la apariencia incierta de tanto encuentro incierto de escritores y camaradas de las letras revolucionarias y
constantes.
Alguien le hablaba al macondeño de que
no hay que estar resentido o enredado en sus problemas íntimos y psicológicos.
Se pregunta a sus adentros o es verdad que tengo un excelente carácter o tengo un suave carácter
que nadie lo respeta. Esto de sopesar
el desorden de la existencia es algo que no me cuadra porque
tienes que firmar
un acta compromiso por dejar
de respetar a una mujer que también a irrespetado
la
voluntad del varón y cómo puede hablar de equidad de género cuando el irrespeto
está por delante.
5
El ruido
del rondador
El macondeño cuando se le fue el sueño
empezó a compartir los enlaces por medio del WhatsApp
y dejó de seguir en las sábanas
calientes. Se levantó y se sentó al borde de la cama hecha de eucalipto que ya le ha
durado veinte años. Por dos ocasiones se fue a buscar al carpintero para que le
compusiera el larguero de la cama, porque por más de dos ocasiones se rompió.
En esa cama, él pudo haber compartido como dice alguien que la cama no solo es
para sentir el amor y la dulzura de una mujer sino sirve para pensar en lo que
hay que hacer durante la temporalidad de la existencia. Era el primer día de
trabajo que se fue con alegría, se arriesgó
a salir con su computadora hacia el sitio de una unidad
fiscal de educación, donde se encontró con un amigo que le iba relatando la
historia Pedro Carbo que es una localidad alejada, donde se cree que muchos que utilizan las motos por esta carretera, según testimonio de sus
moradores que son robadas,
pero los montubios se arriesgan a utilizar ya que no
hay mucho control policial.
El caballero no había estado
presente en sus casas y todos tenían caras de malos y tenían machete en
mano, porque salían así para vigilar sus propiedades y sus animales para impedir a los cuatreros que llegaban
de otras localidades. Pero, había sido época de misiones, semana santa, habían
ido profesores y alumnos de un colegio particular religioso a pregonar la
Palabra de Dios. Pero toda esta comitiva de misioneros tenía la indicación que
no podían comunicarse con las mujeres con dudosas intenciones, sin embargo, debían
relacionarse a pesar de las
indicaciones de quienes guiaban el tiempo de las misiones.
Además,
el amigo que le contaba
esta anécdota al Macondeño que se apresuraba a seguir escribiendo su
novela que pude ser que tenga un tinte ficcional o realista. El macondeño se había quedado
dormido y soñaba en que las mujeres que vivían con
estos vaqueros eran jóvenes y bellas, de veinte y dos años afirmaba el amigo
del macondeño, porque precisamente, él había estado presente
con la cantidad de profesores y
alumnos, que iban con la ilusión y la expectativa de
realizar unas buenas misiones por este lugar pintoresco de la costa.
El Macondeño era el más arriesgado
porque no le importaba lo trascendental consta en disfrutar de la naturaleza
desde su paisaje hasta el baño en sus aguas
cristalinas de los vados del lugar, donde el silencio
y la distancia de kilómetros y kilómetros del pueblo más cercano. No le
pasaba nada si se bañaba en trajes menores, esto es, porque disfrutaba de sus
aguas tranquilamente mientras su amiga le esperaba. El ruido del rondador y de la zampoña, el bombo, el charango y
de la guitarra le zumbaba a su oído que ha descansado del ruido de un aula de clases
y del tumulto de la gente que
va en bus por los túneles de San Juan.
6
El último individuo del horizonte
La existencia del macondeño era incierta porque
tenía que realizar varios viajes a distintos lugares
del centro del país por medio de sus conexiones fluviales hacia el río Amazonas
como la aspiración de todo escritor comprender, descifrar y volver a relatar la
leyenda del Dorado. El arriesgarse e irse a otros lugares le abría nuevos
horizontes de comercialización de sus primeros escritos que de alguna manera le
han financiado para solventar ciertos gastos personales _ pensaba hacia sus adentros_
Nunca
dejó de pensar en su ciudad donde nació y le acompañó
en su infancia y que en sus recuerdos está que viajaba más dormido que
despierto ya que eran, momentos que ni siquiera alcanzaba para para
pagar doble pasaje
y durante el viaje le tocaba colocarse junto a la señora
de chalina y tejida con agujeta.
Más recuerdos que abundaban en su
subconsciente. Esta vez se fue su imaginación se fue a Mira que es una
población que es encantada por la creencia de las brujas, historias narradas
por sus inventores y sus paisajes eran tan descritos como historias verdaderas
de la existencia de sus habitantes.
La historia que me cuentan
consistía en que, a la media
noche, la mujer y el esposo habían estado descansando y a las altas
horas de la noche, cuando los gallos empiezan con su kokorico que dan señal que
la existencia sigue después de un sueño profundo. El marido se da cuenta que su
esposa se levantaba ya por más de dos ocasiones estaba a la expectativa de qué
mismo pasaba con las levantadas a cada rato. Se preguntaba a sí mismo –¿A dónde mismo se va mi
esposa? Una de esas noches cuando se le levantó sigilosamente y salió de su
vivienda para poder descubrir o acercarse a la realidad,
tuvo que salir descalzo y pisaba
la tierra fría de la noche y sentía el frío en la planta
de sus pies, pero lo que
le importaba en aquella noche era salir y adentrar
en esos mundos mágicos
y de pronto entró por una cueva y a lo lejos se veía un ambiente de brujas en aquel espacio. Su esposa ha
sido un personaje importante en ese concejo de brujas. El esposo se quedó
contemplando este congreso de brujas y se quedó anonadado y de la emoción de
apreciar este acto mágico, pero a la vez real.
Luego de recordar estas historias se fue
de viaje el macondeño a la sultana de los Andes y se fue en bus desde las ocho
de la mañana, recuerden que promocionaba su literatura, entonces, se subió al automotor
con cierta duda de que apenas
se había enterado de que el hospedaje en el San Felipe Neri había sido reservado por otra persona.
Bueno, el macondeño respiró profundamente y en vista de esto, la decisión del
hombre de las dos mochilas en la una llevaba sus obras literarias y en la otra
se lleva unos cuantos calzoncillos para bañarse y seguir en su experiencia de
escritor y vendedor de libros, tipo mochilero.
Se había acordado
de que había conversado antes
por WhatsApp con el superior de los franciscanos, pero el fray le pidió
al macondeño que
se regresará a las seis de la tarde porque,
sí le prometía darle posada,
pero solo la noche y de esa manera pueda hacer la promoción de sus obras
durante todas las misas del domingo, antes de la bendición. Así fue, pero hasta
que sea las seis tuvo que regresar por la calle Argentinos donde queda el Monasterio de la Concepción y así avanzó hasta la calle Juan de
Velasco por donde es la entrada del colegio jesuita,
ahí pasó en la esquina ofreciendo sus obras y tal vez le
escuchaban o se hacían que le escuchaban algunos moradores del sector, pero
eran gente campesina, con sus atuendos de indígenas, tal vez el macondeño tenía
tintes de rechazo a los indígenas como seres que no entienden mucho de letras,
peor aún de obras literarias con tinte testimonial. Ahora ya se cansó de estar
de vocero de sus propias obras. _Llévese la promoción de libros inéditos, del escritor de la tierra
del General Rumiñahui, pero nadie le decía
una jota por que ciertamente, no les interesa la literatura, mientras tanto, ya
era hora que se vaya de esa esquina porque nunca vendió nada.
Estas tardes estaban frías y le afectaba
la salud del macondeño, tanta historia fantasmal, tantos inventos del Quijote moderno
de la historia,
ya no es el que piensa que está luchando contra soldados
sino contra molinos de viento, ahora el Quijote había estado contemplando el
mundo robótico. Los hombres de esta modernidad solo pensaban en las redes
sociales en la que hay demasiada información y desinformación. La existencia
del macondeño continuaba paso a paso, iba de experiencia a otra experiencia.
Los hombres sedientos de la literatura, siempre irán por el destino a buscar nuevos temas, seudos
temas de civismo y de la peculiar existencia de personas que vivieron en los
años 1700 y 1800, donde todo era más definido los estatus sociales, de los que
tienen más dinero y reputación y de los que menos poseían,
la diferencia entre los hacendados o terratenientes y a los
indígenas se les consideraba como incapaces de emprender, aprender, se les reconocía
como incultos e ignorantes
y hacer nuevas actividades sin perder
la esencia de ellos mismos. Nunca había que desesperarse por ser el letrado, el
intelectual, el psicólogo para comenzar a comprenderles a los seres humanos que
van cometiendo no solo los errores de la existencia sino van escarbando por los
caminos de
piedra y de cemento descubriendo las ideas existencialistas, las sabidurías
populares, la defensa por el protagonismo y el papel revolucionario de la
mujer, la mujer de estos tiempos va saliendo del hueco, del fango del machismo exagerado
que imperaba en la sociedad.
Todas estas ideas que
había pensado estaba en la mente y recuerdo del hombre solitario que va camino por las ruinas
poco vistas desde las rieles
del tren que por el tiempo
se ha oxidado, se ha desaparecido el sendero del destino y se ha dejado invadir por la tristeza,
pero a la vez, se ha llenado
de mucha alegría
porque sabe que hay cierta esperanza en la existencia,
porque al menos saborea un come y
bebe lleno de vitaminas para el cuerpo que necesita y nunca hay que debilitarlo, nunca hay que dejar de apreciar las ilusiones que están
en lo más adentro del interior de los hombres
que se sientan junto al volcán
del existir, del río que se había inundado no solo del agua cristalina sino de las penas
que persiste en holocausto del devenir del tiempo exacto del Ser Supremo.
Saborear el vino que había puesto como
una bebida que le enciende el pretexto para compartir lo que se está realizando
en este
tiempo postpandémico, tiempo
de calmar la ansiedad y el menosprecio de la gente que nunca deja de llenarse de panes que contienen
el polvo del placer, el polvo que le cubría la desdicha del pecado más negro,
pero también el pecado blanco que percibe por la necrópolis de la urbe del
Hades (sitio esperado de los hombres que jamás se dieron por vencido y
disfrutan del néctar del placer, el líquido bendito de la mirada tan
primigenia, tan límpida de intenciones clandestinas que perdurarán hasta cuando
se acabe el último individuo del horizonte).
7
Un caudal demasiado incrementado
Nuevamente, me pongo a seguir pensando
_afirmaba el macondeño_ reflexionando no solo en los pasajes de la biblia,
sobre todo del pasaje que le observaba en la personalidad del nazareno que les
corrige a quienes se habían reunido
en la puerta del templo para convertir
la casa del Señor, en cueva de ladrones y comerciantes.
Se encontraba con una amiga que se había forjado
de escritora en otro
país y escribió Hecatombes donde aborda sobre el respeto a la mujer y otras experiencias que le habían
marcado como ser humano en un ambiente rico en letras, con significado durante
el trayecto de sus viviendas que les reúne para pensar cómo
escribir la siguiente novela que le influenció
durante su permanencia por catorce años fuera de la tierra
de la
máchica y de las totoras. Crecer y educarse bajo un sistema
establecido de valores que le llevaba por un sendero de realización.
Un nuevo encuentro con la misma pista de
trote que se había convertido en testigo de su porvenir en la fuerza y ritmo
del trote que no solo le producía en el sudor de su masa corporal, sino que lo
renueva de sus malas inclinaciones del pecado masturbatorio no solo del
desenfreno sexual, sino del desenfreno mental que es lo más peligroso para el
ser humano.
Seguía
escuchando la melodía
de los Visconti que decía:
“Yo me conformo señora por no decir lo que siento” era una tonada que delataba que está eternamente enamorado de la existencia que trasciende por los
rincones de los canales que a traviesa la sangre que quema e iba y venía
esquivando la grasa que se había acumulado en años de nostalgia y alegría de la
existencia y el amor que nunca jamás podría olvidar en el recuerdo de los vivos
a que se habían despertado para servirse en vasos de barro colada morada
que por tradición habían dejado sobre pedazos de cemento maltratados por el paso del
tiempo que transcurre como el curso del río más grande y más largo de la
América de los sueños. Los pueblos
de aquella comarca que contempla casas de guadúa y esteros
con gran contaminación y pestilencia a mariscos.
La mente se llenaba de muchas
inclinaciones o si bien te declaraban idealista que se contraponía al evolucionismo. Ser idealista se confundía con el rezo y el que recibe
la correcta y santa evangelización pasaba escuchando y creyendo. Y el evolucionismo te conviertía en
percibir la realidad que existía
desde el materialismo, desde la perspectiva científica. Todo esto que se
contrastaba entre la fantasía y la realidad lo encamina al macondeño con sus dudas que eran producto de una profunda reflexión no solo de la
existencia sino del fenómeno religioso, que percibe cuando baja aquellas mil escalinatas del destino de los hombres
que pasan meditando en las
cuitas que aparecen al amanecer y se esfuman como humo del fuego en el rancho
solitario del páramo donde se escucha el silbido del viento que aviva el fuego
del pensamiento y la inspiración del poeta que ansía escribir un verso perfecto
al estilo de los poetas del siglo de Oro.
Mientras el macondeño iba desilusionando
por la concepción pragmática de la vida, introducía la mano derecha
en su prenda gruesa que se puso para combatir el frío que a
traviesa el hueso descalsificado.
La angustia de saber que la vida
consumiendo en la humildad de un colegio periférico es lo que le atormenta, pero más es la motivación que le mantiene que hay que sobrevivir tomando el café de la
tarde un pan de huevo o poco de arroz que calma el hambre momentánea. Se queda
observando la punta del lápiz que da forma a una letra capital del escrito que
empieza a dar su significado que se impregna en la hoja blanca del libro que anhela publicar
algún momento. La luz del foco cae tan directo
a sus ojos cansados de observar el horizonte del paisaje de invierno, en
el que las nubes han descargo
la furia de su corazón
adolorido por la partida
de su niña que le busca porque su progenitor le apoye sin miedo hasta el fondo
del Hades o en el altar del paraíso donde se encuentra su amada bella y
esbelta. La lluvia ha humedecido las zuelas de su zapato porque por la oscuridad del camino tuvo que pisar en cochas
de agua y con pocas esperanzas de que calme la lluvia.
El macondeño sigue pensando en las
guitarras que le hicieron hace años y se vaya consumiendo su habilidad de
entonar este instrumento y ya dejar de cantar porque la perspectiva de la
existencia ha cambiado a raíz de pensar en la fantasía
y no combinar con la realidad
de ver las cosas en la descarga de las emociones en la travesía humana
de cada quien. Nunca dejamos de saber sobre los rincones de los barrios
populares de la gran ciudad. Mientras escucha la radio se imagina las historia
de cada persona que se esfuerza por llevar la manutención a la familia a como dé lugar, contempla
al arquitecto que cada vez desafía a la
física y le resulta una construcción de verdad, una construcción de los valores que mínimo los aprendió a practicar desde el seno de la familia de la cual proviene o de profesores que le
introducían estos principios para llegar a culminar etapas precisas del clímax
de la pasión por la lectura de libros usados o nuevos. El macondeño soñaba con
una sociedad más digna y más justa.
El mancodeño que quiere seguir
por el sendero del Inca que como quien dice baja desde Venezuela,
Colombia, Ecuador, Perú y Chile. El hombre se iba caminando apresuradamente, iba pateando piedrecillas y
también iba jugando con las piedras labradas por el golpe
de los ríos que a traviesa la serranía tan verde como aceitunas y potreros
vírgenes que aún no han sido pisoteadas por alguna vaca o toro de la hacienda
de los antiguos pobladores de Sevilla, radicados
cerca de la tierra de Rumiñahui.
Mientras recorría como un canillita y
como atleta del Incario. La vida de estos pobladores era precaria porque en esa
época imposible las comunicaciones, siempre andaban sudando la gota gorda y sus
cuerpos quemaban como sol de
medio día que devoraban las aguas cristalinas de distintas cascadas de la zona
amazónica y costera de lo que hoy es el paisaje que inspira a miles de artistas
que dejan impregnado sus huellas de predilectos de la existencia.
La vida es una etapa que los seres humanos
desarrollan todas sus capacidades que el ser supremo les ha dado_ se decía
hacia sus adentros el macondeño_ precisamente por
estas circunstancias, se puso a seguir reflexionando en un pasaje de la biblia
sonde se relataba que la viuda dio sus dos únicas monedas como contribución y
qué increíble es dar todo lo que uno es y realiza,
es decir, dar al máximo
en el cargo que uno tenga en la
sociedad que nos permita la existencia. Nunca debes decir a nadie que
la existencia es una náusea,
sino una oportunidad para ser feliz
realizando lo que a uno le agrada, es decir, desarrollar el arte que lo
facilita para expresar lo que uno piensa, siente y se emociona.
El hecho de andar con mascarillas desde hace muchos
años atrás ya uno se acostumbró a soportar este objeto en cada rostro
que evitaba el polvo,
las pelusas que estaban a la intemperie. El sol de medio día estaba
sofocante y hubo que pasar la calle concentradamente, porque el semáforo cambió rápido y los transeúntes
aventuraban de llegar al otro costado de la calle. Los vendedores ambulantes de
aquella travesía le susurraban al oído “tabacos” “tabacos”, para qué voy
a comprarlo se respondía él mismo, si hace años dejó el hábito
de fumar, no obstante, los policías municipales controlaban diariamente con barras y la presencia de
ellos mismos para que dejen de producir un caos más. Y cerca de la avenida
principal se encontraba un mendigo
que siempre se acostaba y muchos les regalaban:
jugo, pan, comida y comía acostado como que la piedra se había convertido en un
colchón cómodo. Y el sol cada vez se impregna en el rostro del macondeño que se
apresura para subir el bus que pertenece al urbano San Carlos que lo trasladaba hacia su trabajo
de docente y pasaba
apresurado las calles que denotan
peligrosidad por la delincuencia que se
ha desatado en estos márgenes de la ciudad grande.
Mientras esperaba el cambio
de la tercera hora de clases, pensaba en las reacciones frente a los
resultados del partido de fútbol de la Selección Ecuatoriana versus Arabia Saudita.
La existencia pasaba esperando que hay
que vivirla, disfrutarla, antes de que sea demasiado
tarde, porque el presente está,
pero el futuro era incierto. El río tenía un caudal demasiado
incrementado, llevaba troncos, hojas que caían de los árboles
que adornaban el paisaje de lo que el
macondeño observaba mientras
recordaba que antes de este tiempo del encierro le acontecía o experimentaba,
corriendo por caminos donde aún hubo polvo y lodo arcilloso que se pegaban a
las zapatos que lo prestó el campesino que existió desde hace mucho tiempo
atrás.
8
Aceptar el destino seguro
En este lugar colonial y ecuatoriano, no
hay una actividad que se valore, pero el hecho que a esta dama le gustaba el
café, que se prepara como en la Amazonía y en Loja, el café mientras más
caliente y concentrado lo contempla con maestría de un dependiente, pero con
elegancia es este café que hasta en
las canciones se ha escuchado que para aplacar la tristeza o el duro vivir de
ésta existencia es preferible tomarse una taza de café y si es a partir de las
cuatro de la tarde, hay muchas maneras que la dama que lo acompaña al macondeño disfruta
del mejor café. El café lo mezclaba con leche perjudicando al calcio del lácteo.
El café mientras cuidaba la oficina del teniente coronel lo preparaba de manera al estilo colombiano, “el tintico”. El tintico es una clase de café enteramente concentrado y lo
disfruta en un vaso tan diminuto de cerámica. Los especialistas del café lojano
según se cuentan que posee una combinación del café con el haba y sabe espectacular para el paladar que degusta y no tanto por dependencia o por tradición
de la familia lojana. Desde
que se recuerda el macondeño se tomaba una taza de café para empezar el día
porque si no descansó bien el día anterior, automáticamente, se servía un café
bien caliente y era con una funda de
bizcocho y con queso de hoja, que es un producto lácteo de leche de chiva. El macondeño disfrutaba cada vez
que puede su café y cuando ya se acaba el café en la repisa de su cocina sufre
porque se ha terminado el café y tiene que irse a la puerta de la iglesia de
los jesuitas porque aparte de vender el periódico como canillita, era infaltable el café en recipiente de vidrio con tapa roja de plástico. Y el
macondeño promocionaba sus primeras obras y con ese dinero compraba este café
colombiano. El café brillaba con color café brillante y era bastante tentador.
El café sabe a descanso, el café sabe a placer de pueblo antiguo
y que reúne a un amigo
de hace tiempo, alguna vez me
serví se decía el
mancodeño que se sirvió un “ruso negro”, que no era una mezcla de café con licor
bendito de los dioses
y héroes del antiguo imperio de los incas. La pregunta que se hizo el macondeño
al contemplar a la dama que no solo era adicta al café sino disfrutaba como reina de un palacio
lejano de la América: ¿Qué sería si en
el mundo y la dama no bebiese café del más puro y bien hecho? Muchos de los amigos de la dama disfrutaban de manera aniñada, “un
americano” o un capuchino. Los hombres
que nunca hayan probado café sería que les
faltó de este sabor tan fragante y penetrante a las fosas nasales de cada
hombre con espíritu cafeíno.
El macondeño se ha empapado por tan
tremenda lluvia y se ha olvidado de que estaba con su gripe que no le deja
respirar normalmente sobre todo en la noche, pero es más el cansancio de duro
trajinar. Le ha podido doblegar el carácter de un adolescente mal educado con la
indiferencia, haciéndole caer en la cuenta que no es que el
profesor es malo, sino que los valores siempre han dicho que viene desde el
seno familiar. El profesor debe poner orden y manejo de grupo en el momento que
ingresa al salón de clases, como si fuera la primera clase, esa es la
definitiva, sino estará
esperando que se termine
el año, para que desde
el inicio se pueda poner aquella disciplina no tanto el conductismo sino
el hecho de que el profesor debe ser un guía, un padre como se reconocía en loa
antigüedad, hoy en día al estudiante hay que tratarle como un hijo que ha
salido desde sus mismas entrañas, las entrañas que le da un sentido de valores
y caminos que llevan hacia la buena convivencia armónica y llena de paz
como para retirarse de aquel lugar como
un Edén donde ya no hay malicia. La
malicia muchas de las veces se originan de las mismas conciencias de quienes lo
rodean, lo perforan con falsas esperanzas o
de inquietudes que lo llevan
a mal pensar de los demás. No está demás de causar una reflexión, porque la existencia
tiene límites y una disculpa y volver
a empezar es la
consigna del macondeño que ya se está acostumbrando a nuevas aventuras
y experiencias que le ponen activo lleno de fortaleza y entusiasmo de ver las estrellas del firmamento y de que toma conciencia de que ha dejado de llover y solo quedan
las calles húmedas y listas
para ser pisadas nuevamente por los transeúntes y personas que acaban sus
calzados.
El macondeño se quedó contemplando el atardecer y el clima que
era más frío que calor.
El frío que hiela los huesos y produce una
carraspera en la garganta, le impulsó hacerse vacunarse
contra la influenza. Él se miraba al espejo y observaba que sus ojos eran rojos
como el ají rocoto
que daba una picadura penetrante de este elemento
y natural. Caminaba
y descansaba, caminaba y llegaba a
observar hacia el horizonte, distinguía con su mirada
el horizonte que delinea el paisaje andino
y cálido seco. No pudo dejar
de pensar en que la joven se iba dejando a su padre tan viejito, tan decrépito,
sino que se iba a encontrarse con su querido amigo, que el macondeño quería
saber qué mismo pasaba con esta quinceañera que prefiere
como ella decía,
sino me dejan salir a conocer la ciudad, las personas, ¿Qué será de mi
existencia? Hoy los padres de familia se han modernizado y ya nadie les controla, que hagan lo que ellos crean conveniente.
Se quedó pensando
en este hecho, en esta ocurrencia de la
juventud. Dice el adagio “Dios averigua menos y perdona más”
La juventud es el camino nuevo que la sociedad anhela, afirmó el macondeño. Un camino donde la esperanza
es el último mal que se esfuma en el tiempo de la nostalgia y la
incertidumbre del ser que ha intentado amar
a todas las que el ser supremo
le ha permito, seguía manifestando el ensoñador hombre. El hombre sigue hojeando los últimos
libros que ha llegado a sus manos, uno de esos es Taco Bajo del autor Vizcaíno,
un ecuatoriano que, según los entendidos de la personalidad de esta magnitud, pensar en el villar, en el juego del villar,
que alguna vez también
fui por las cinco esquinas de esta ciudad, no solo era de insertar las bolas de villar sino de tomar cerveza
en vasos de cristales hasta perder el conocimiento y la cordura de la
existencia misma.
El macondeño ardía en fiebre y
la incomodidad de estar acostado en su cama de madera era más de un acontecimiento vivo de sentir el dolor más agudo de la cabeza, un dolor
como se revienta, un mal estar que invade todo el cuerpo del ser humano que
casi en mucho tiempo le cogía las consecuencias de un gran resfrío por el clima
tan hecho pedazos.
Dura es
la existencia decía el macondeño
porque por más que
se afanaba en escribir y en inventarse una de las historias que cautive
al lector, se frustraba porque no encontraba la historia ideal, la historia
que le haga pensar en un
final trágico o un final feliz.
Ya al atardecer el macondeño se sentó en
aquella que quiere quebrarse por el mal uso y abuso del tiempo,
y solo disfrutaba de la música
de un dúo de saxos ¡Qué espectacular! ¡Qué armonía de escuchar a estos
músicos que por su arte han logrado viajar por los países europeos!
Sigue el concierto de saxo, pero más
romántico, que la música le permite inspirarse más y más en su vida, en su conjunto
de reflexiones del porvenir y el macondeño se expresó
con alguien malcriado quién se expresó con una de las hijas que en sus escritos de alguna materia
lo había puesto como pie de página, que la información de mencionado deber había
sido tomado desde sus mismos
apuntes de colegio,
que al ver eso escrito,
al macondeño como padre que se muere
por el amor de sus hijos es capaz
de violentar porque sin tintes machistas, que le venga a faltar el respeto a
una de sus hijas, la hija es lo más sagrado que nadie puede violentar su nombre
o no interesarse en el hecho que daba sobre la importancia de realizar un mapa
de ideas que por cierto se diferencia de un mapa conceptual , en que entre los
recuadros o maneras de presentarse en relación
al tema de mapa de ideas que es una técnica que le puede ser útil para explicar algún tema que
concierne a aplicar este tipo de organizador gráfico.
Entonces, así como exageras
al reclamar de una actitud
insolente por parte de un maleducado, sale provechosa la reflexión, ya
que estos guambras desconocen de la existencia y a las malas deben de aprender,
ya que enseñar dista mucho aprender. El macondeño después de haber causado temor por el grito
ruidoso como que le causó miedo al ofensor de mi hija, ya los ánimos volvieron a su
propio cause.
Las tardes, ya después del trabajo, son
frías. La soledad de la noche llega instantáneamente y permanecerá durante
la noche mientras
el espíritu se renueve
ya con el alba del siguiente día. El pensar
y el sentir del macondeño
es internarse en la conciencia de todas las personas malas, necesita describir la maldad del corazón y de los
ánimos de la conciencia.
La noche que viene con su sombra
negra y se inserta en el interior del macondeño que busca la razón de su tristeza y su preocupación por
andar soñando en un ambiente favorable, en un ambiente
donde no se desvirtúe lo propio y sencillo
de cada hombre, el ambiente
que redescubre su yo interior,
el del alma. La existencia que vive el macondeño es como de pánico por sus
actos, por sus atrasos a las responsabilidades de su profesión por disfrutar
los penales del mundial que son atractivos y novedosos. El pánico se desprende
desde las autoridades, desde sus informes chuecos y corruptos. El demonio te
sigue inundando de muchas preocupaciones, de temores
porque de pronto
te crearán dificultades para el futuro. El macondeño recuerda no haber sido cumplido en
la hora de iniciar la clase magistral o la clase invertida.
Nunca hay que decir, de esta agua no he
de beber afirmó el macondeño preocupado por tanta novedad y momentos que se
pueda reflexionar, hondamente. El macondeño se encuentra con una patucha y le
entabla la conversación a cerca de la apreciación del arte y de la existencia
misma de su autor. Le dice la patucha, qué piensas del arte en la actualidad, el arte es una expresión
estética. El macondeño le responde: “el arte no más que un pretexto para tallar la madera y la
piedra”, plasmar motivos
de grandeza y belleza. Patucha
le insta con más interrogantes:
¿Acaso, macondeño, puedes vivir del arte? No le dice el
macondeño, en otras partes he escuchado que sí se puede. Patucha siguió
haciendo su comentario: El arte no es más que una distracción al pintar, al
bailar, al esculpir, al escribir un poema de amor, al sentir una música que le
haga volar hacia el infinito o tal vez al hacer una fotografía artísticamente
bien
tomada en primer plano, en segundo plano o desde arriba o
desde hacia abajo, ya depende mucho de la creación y aptitud de cada artista.
El cine ya la sucesión de fotografías artísticamente realizadas.
El macondeño impresionado de su sabiduría
y conocimiento de las
artes decide practicar uno de ellos, empieza
primero a bailar
muchos ritmos andinos: Otavalo
manta cuna, chimborazo, bomba, danza amazónica, folclore cañarejo, chola
cuencana.
El macondeño se presentaba con energía y
caballerosidad en distintos lugares de la ciudad, plazas, plazoletas, barrios,
ciudadelas, Iglesias, centros militares y policiales, en ferias y
acontecimientos importantes de cada persona que necesita o le urge rescatar el
arte del baile, de la armonía en su ritmo
y musicalidad. El macondeño recordaba al profesor Rodrigo Sánchez,
oriundo de Pujilí,
quien llevaba en sus adentros el ritmo acompasado “Cayambe”. El ritmo Cayambe representa
la cultura de las localidades del norte de la provincia de Pichincha.
A estas
horas el clima en estos
lugares bastante sol que quema y produce paspa en la piel del rostro de
los moradores que siguen sobreviviendo en el sector rural,
que no es más que viven en las huellas
de antiguas y modernas
haciendas, donde el heno se confunde con el olor de
estiércol de las vacas lecheras. El macondeño no solo contempla el paisaje,
sino que indaga se va hasta la última casa de estos sitios donde se escucha el canto de los pájaros, donde aún el agua es tan cristalina
y
no contaminada que baja desde el
“taita” Cayambe. El macondeño ingresa solo percibiendo el
olor a mantequilla y exquisitos bizcochos, queso de hoja, que al paladar
satisface con su sabor y cocción de su masa en horno a leña, que aún hay en casas de
adobe o de ladrillo que perdurarán por siempre.
El macondeño aún tiene tiempo para
visitar las ruinas de Cochasquí y cómo no saborear el chocolate espeso con
queso salado cayambeño. Después llegó a la laguna de San Pablo donde la brisa
del ambiente se siente como tan natural que da la impresión de estar en alguna
playa del pacífico.
Nunca puedo dejar de recordar las calles
de Otavalo, aún empedradas, aún polvorientas en verano dijo el macondeño. La
Patucha de aparece de sopetón y le dice, ¿Qué te acontece sinvergüenza, qué
andas haciendo sin permiso
alguno para que visites estos
espacios llenos de cultura,
lleno de folclore? Los atuendos de las longas otavaleñas siempre desplacerán
como banderas blancas y de azul marino. Sus huashcas son abultadas de color
rojo o atomatado. Sus bayetas que aún no se han envejecido por el tiempo. Sus
alpargatas tan límpidas como calzado de monja
que vive en el convento
alfombrado. El cura franciscano
da su homilía convenciendo a indígenas y mestizos que han aprendido a convivir de acuerdo a su clase
social. El sacristán se afana en su contexto para dar atención adecuada
al fraile porque
dice que el orden debe ser
como el
franciscano lo requiera, albo. Los varones se visten
de camisas y pantalones blancos. El poncho azul
marino es más elegante de esta cultura. La patucha de pronto se asoma y
comienza a relatar sobre los “Saraguro”,
“chaupi punchapi, tuta
yaku” (anocheció en la mitad del medio día).
La cultura de los saraguros tiene sus orígenes
desde muchos años antes que lleguen los españoles.
Lo característico de este grupo
representativo del Ecuador guardan el luto
a uno de los
últimos incas “Atahualpa”. La Patucha
solo de escucharse sobre el inca alto y de cuerpo
esbeltico se quedaba
anonadada no solo las virtudes de su cuerpo sino la inteligencia de
velar por su capacidad de dominio y de conducción de un pueblo que agoniza por
la presencia de una nueva civilización. El mestizaje que se ha escuchado en distintos artículos que
proporcionan una nueva generación de personas con costumbres disímiles.
El macondeño después de chupar una
bizcotela que era un caramelo de menta lo adormece en el cansancio de la
jornada de trabajo.
Patucha
que está sentada
al filo de un precipicio pensando
en las demás personas
que estaban al borde de la muerte,
pensando no en alarga
la existencia sino en acortarla por el drama
de su ser. Ella afirmaba
que el profesor de urbanidad recordaba a los cien alumnos de las provincias que al menos en la hora del almuerzo o de la cena no se debe hablar de la
muerte porque como que está demás hablar de este tema de
crisis existencial, de la no
existencia del ser como un ente positivo y
que aspira a una perfección de la sociedad, de la familia, de la política.
Macondeño le pregunta a Patucha: ¿Por qué en vez de aceptar la realidad de la muerte
no se habla del ambiente
de desolación y consolación
de que si hay o no manera de controlar el desánimo o la parte emocional del ser
humano? Patucha agrega que la realidad de la muerte es incierta en alguna
parte escuché que la muerte
es como el nacer, por el hecho
de sentir la omnipotencia del hombre que se ha dejado llevar de la
presencia salvífica del Señor.
Macondeño le pide a Patucha que describa
que piensa sobre el fenómeno o destino
que es la muerte. Patucha
le contesta de esta manera: La muerte es una realidad que
sucederá en el largo o corto plazo, ya depende de cómo venga el sino de la
existencia. Cada día que amanece es un continuo despedir de esta existencia
porque hay dos corrientes, la idealista que el alma trasciende hacia la
eternidad, en cambio, lo de la corriente evolucionista que se percibe en el
sentido de cumplir un ciclo como las plantas, los animalitos, es decir, de
nacer, crecer y morir. Y se acaba definitivamente para siempre. No hay otra
dimensión que hay que aceptar el destino seguro que es la muerte.
9
La tarde veraniega
En la espalda del macondeño se produce
un estrés tan grande, puede ser consecuencia que la Patucha
se ha refugiado en su trabajo y no
tiene tiempo o para estar
un poco más cerca de su amado. La Patucha
está cada vez más preocupada porque el macondeño
se está envejeciendo, ya en su cabeza se ven como rayos blancos
que necesitan una mano de tinte
para disimular la edad que la misma naturaleza le da.
El macondeño se pregunta que por qué la
edad ha pasado y la Patucha cada vez se siente decepcionada de que su amado
tiene canas que hasta le caen en el plato
de la sopa y más en
la leche que ha puesto
a hervir para servirse como desayuno con dos huevos cocinados a fuego lento.
¿Qué te pasa? Le dice la patucha. ¿Por
qué andas cabizbajo en este tiempo? De inmediato le contesta, lo que pasa que
empensado ha reflexionar en que nuestro amor ya no puede continuar porque
nuestro amor ha sido un engaño, una falsedad. El macondeño le escucha con atención y mucha preocupación y le dice: “Han pasado
más de veinte años” y recién
vienes a confesar la verdad de que todo ha sido un engaño. Los
que se amaban se van camino al
odio. Hay un dicho que dice: “del amor al odio hay un pequeño estrecho”. Y
puede ser al revés “del odio al amor hay un corto espacio de su existencia misma”. Nunca hay que dejarse arrastrar por sentimientos infundados,
hay que resistir hasta más no poder. Pero si hay una increíble inclinación a la
violencia del hombre hacia la mujer es preferible que ya basta de contemplar un
cuadro de crónica roja, porque, los femicidios están invadiendo los hogares de
cada latino americano. El femicidio, muchas de las veces, nace en la maldad
misma de cada ser humano, de la envidia, de la mala fe de cada ser humano que
dice amar, pero en realidad lo que tiene en el fondo su corazón es lo que le
emana como surge del manantial agua diáfana, acá desde el interior del que
aparente ama, hay desolación, violencia, celos, machismo mal infundado por sus
propios progenitores. El macondeño
frente a esta reflexión se queda sorprendido, por qué hay tanta maldad,
pero a la vez mucha bondad,
pero muchas de las veces la maldad quiere imponer en la bondad que sí lo existe
en cada hombre del mundo que contempla
este duro trajinar
de la existencia misma del ser
que ama, pero a la vez que odia.
Mientras Patucha prepara la comida y se
mezcla el perfume comprado en Yanbal y otras marcas con el olor de ajo y de
cebolla perla piensa que la cotidianidad de las mujeres
cada vez en incierto porque tiene
que seguir en muchos de los casos sumisas a
los hombres, por el pánico o la ideología
del sistema establecido, este sistema que opaca la verdadera
intención de la conformación de la familia. Muchos dicen que la familia es
la célula de la familia y del progreso de los pueblos,
porque desde las familias provienen desde
su seno, los valores y virtudes de cada individuo. Patucha sigue recordando sus
momentos que sufrió en la costa, sierra y oriente porque había tenido tres
compromisos y cada hijo tenía una genética diferente, cada habitante, de cada
espacio se presentaba como tal, el serrano cada vez acomplejado de su desdicha
o maravillosa existencia, el costeño con sus alegría y que directamente se
expresa y manifiesta lo que siente, lo que perdura
es su don de gentes y también
ha existido un prejuicio del costeño que con su machete o revolver se ha
hecho respetar.
El macondeño mientras la Patucha iba
reclamando de sus tantas infidelidades, de su existir del pasado, de sus
complejos y traumas del internado y abadía del pasado. El abrazo que viene del
nazareno se iba confundiendo entre lo pederasta de los más grandes consagrados que por mantener su
castidad, pecaban cada noche, cada instante de su vivir aquellos carismas
que era como ilusión pasajera
y se volvía monótona con el paso del tiempo.
El macondeño ha hecho una pausa en su imaginación inquietante y peligrosa, se ha confundido entre lo que es mágico
y lo que es real, solo algunos escritores que profundizaron
entre lo uno y lo otro, para comprender y entender
lo que se pueda concebir
estas dos dimensiones
de las letras
que se ahogan en un vaso de cerveza artesanal
que te marea y en vez de pensar
en convertirte a la existencia abstemio, se ha internado
en la Ronda de los recuerdos y de las velas encendidas, donde
se vuelve al pasado a
arrepentirse de sus locuras y sus desenfrenos que su cuerpo le gobierna al
espíritu, porque estaba al servicio del dios del placer y del vino, Baco.
Entre juegos y otros juegos se va
contemplando en un espejo su pasado y su porvenir, porque entre los sueños y sus realidades no puede estancarse sus
experiencias de la maldad y bondad de las actitudes humanas resumidas en un
rincón de la cabaña más fresca al borde las playas más silenciosas solo donde
se escucha el golpe de las olas que trasciende al hombre que ha pisado la arena
más caliente como el hecho de pisar en el cemento a medio día, donde el calor
lo lastima la piel de la frente del macondeño.
El macondeño piensa que no va a llegar a
la meta de escribir minuto, tras minuto, no quiere perder de cada instante de
la descripción y narración que le da desde su inconsciente que es como un
cuarto abandonado en pleno calor de valle, donde el esfuerzo es menor en el
proceso de sentir el clima cálido y hasta húmedo que lo entusiasma a despojarse
de su camiseta que le resulta un horno dentro de un espacio tan reducido
donde se siente
el olor a carne ahumada,
a la paciencia de la braza que cueza la carne y pollo que
han decido comprar para festejar el
pretexto de la navidad que se ha tornado consumista y
vanidosa y que se pierde en centros
comerciales donde se busca un estilo del vestir y que los vendedores deben ser cautos y no
perder las etiquetas porque eso le da valor
a las prendas seleccionadas para obsequiar a quienes han realizado
un favor de acompañar en este tiempo de peligrosidad a estudiantes que reciben
la instrucción en la tarde veraniega.
10
Con tus virtudes y defectos
Es la copa que derramó la gota, en todo
lo que haces con tus virtudes y defectos mi estimado macondeño, afirmó y
finalizó la Patucha. Dijo eso y se marchó para siempre donde hay un sitio
lejos.
La copa que derramó la gota simbolizan
nuestras emociones que son inaguantables, que son poco comunicadas hacia los
demás, y mas bien, el macondeño lo guardaba hacia sus adentros,
que nunca dejaba
sus expresiones sobre la mesa sino que guardaba debajo de la almohada.
La copa que derramó sobre la existencia
misma simbolizan los sentimientos que expresan
la mentira y la traición
de los amigos, y quienes lo traicionaron, ellos, los otros
se alejan porque ya no tiene sentido la amistad que supuestamente era profunda
y bella.
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