ENCIERRO
LOS CONSCRIPTOS QUE MIRABAN FIJAMENTE SU ENCIERRO
Desfilaban cuatro compañías de ciudadanos. En una de estas compañías el acuartelado también
estaba en formación y el recluta tenía duras penas tiene un hermano que no le importaba. Cuando
me acerqué al instructor de conscriptos, el militar estaba a cargo de ciento cincuenta y dos
ciudadanos, entonces, le pregunté por un muchacho, le dije: ¿Le conoce aquel muchacho de
apellido “Mendieta”? El militar me contestó: sí, lo conozco. En el momento que acabó de
preguntarle al clase vestido de camuflash, los otros ciudadanos hicieron eco de su voz: Mendieta,
Mendieta, me sonó al oído la información de que ya lo conocían, o era el muchacho ya popular,
por sus ocurrencias, o por su ingenuidad, pero de esto no era tan ingenuo, porque a lo que estudió
en el “San José” y, ahí, él era bien popular, lo identificaban profes y compañero. De inmediato, se
apareció el recluta, alias el “careloco”, vestía con camuflash usado y botas viejas, parecía un
mendigo.
Al mirar me dio ganas de llorar porque contemplé el sufrimiento en su rostro, de que se acuarteló
no tanto, por servir a la patria, sino porque en realidad, se lo observaba despistado en la existencia
y porque la monja y el trailero tomaron la decisión de enviarle al cuartel con el objetivo de que se
componga de su actitud malcriada; pero lo que escuché fue únicamente, lo que el recluta feo,
sinvergüenza y pecuecudo ya cuenta los días para que se acabe la pesadilla de pasar la existencia
con los militares.
Mendieta es huérfano. Tiene padre, pero, este no lo ha reconocido y nunca lo ha apoyado, ya que
de ser reconocido era de ser “Abadiano”. Realicé una selfi con un celular inteligente. Hice la
fotografía. Ya después que se reveló la foto, es ahí que se visualizaba un grupo de universitarios
en tremenda orgía y ya no les importaba ningún pudor, solo se veía la fuerza sexual de cada
estudiante que brotaba como cuando nace la planta de maíz dentro de la tierra, que, en vez de ir a
leer literatura francesa de Arthur Rimbaud, los estudiantes estaban así viviendo la existencia de
placer.
La impresión que le dio a mi acompañante fue obvia, ya que le conoció a Mendieta, desde que
cuando estaba en la escuela, después le compró un almuerzo para el recluta, mal amansado, este
lo disfrutó y luego eructó como señal de satisfacción.
Lo más cruel y triste es que se veían a ciudadanos que tal vez por la distancia o no sé, exactamente,
¿Cuál es el motivo?, ¿El por qué no lo visitaron? simplemente, entre, ellos jugaban o veían a los
demás que sí estaban con sus familiares comían. Tomaban jugo en funda. Y todo lo que se los
ofrecía se servían tan rápido y desaforados por el hambre y la ansiedad de estar acorralados,
ultrajados en este campus militar.
Ya estás más tranquilo, yo le pregunté al que “vales menos que el perro. El me miró y sus ojos se
humedecieron de lágrimas como de lluvia devastadora, ya que nadie le había ido a visitar.
Le contesté que bueno en cierta parte que sí, ya estoy más tranquilo, sin embargo, me quedé
preocupado porque yo viví once meses en el cuartel en los 90 y no es nada agradable, porque aparte
de la sobrevivencia que hay que realizar, es una experiencia dura. Por ejemplo a mí me dieron en
la nalga con el machete por abandonar la cuartelería. Me fui sin avisar a traer sábanas muy blancas
porque los jueves se tendía la cama hasta la mitad de esta.
La violencia está presente todo el tiempo, esta vez un sargento me dio una bofetada en mi mejilla
por haber perdido el partido de boli y también me dio un patazo por haberle impedido que salga
con uno de los camiones militares, ya que no tenía permiso para hacerlo. Le dije: “Mi sargento
usted no puede salir porque no hay autorización alguna, así que no le quité la cadena de la puerta
de ingreso vehicular. Por haber ejercido bien el puesto de trabajo fui maltratado.Mi Tente. Juan Burgos, me dijo: recluta, no te preocupes. ¿Quién es el que te hizo esto? y le
contesté: Fue el Sargento Saquinaula. Así que el militar de alto rango lo arrestó ocho días, pero
cuando salió de su arresto cada vez que encontraba en uno de las calles de la brigada me hacía
flexionar de piernas, o de pecho. Así pasé en ese tiempo, si cumples bien tu encargo te insultan,
te maltratan. Qué injusta que ha sido la existencia de ser un recluta bachiller.
Otros primos, también se fueron al cuartel pero no me interesó ir a visitarlo, pues bien, el
acuartelado no es querido por la familia, aun así, si lo han visitado en el área asignada. Yo me fui
a visitarlo porque era una obligación moral y de mucho recuerdo, porque la Madre de muchacho
acuartelado apoyando en sus dos muletas metálicas y junto a la misma monja clarisa y el chofer
de vía Ambato-Santo Domingo, pero cuando era más muchacho. Esa foto de recuerdo ya se dañó,
pero está en la mente, ya que, en la mente, en el recuerdo jamás se va a olvidar, hechos, personas
buenas.
Están allí presentes en tu memoria el recuerdo de los reclutas mal amansados, hijos de puta, hijos
de la desgracia, del deber para con la patria mal entendido. Lo que yo viví fueron escenas de
violencia, aunque ahora balbucean por allí, que actualmente ya no hay maltrato alguno. También
los militares se han modernizado y ya no hay mucha violencia. Pero, pienso que no es así, porque
el muchacho acuartelado dijo que nos acompaña hasta una parte y de allí ya no quiso seguir
caminando. Lo visité al menos una hora reloj porque me fui con mis hijos. La que le gusta el fútbol
y pensó que iba a uno de esos partidos de futbol, pero no se dio cuenta que fue a ver a jóvenes
ciudadanos, que hace un mes han ingresado a servir a la Patria, dicen que no es obligatorio de
realizar esta actividad, a ciencia cierta no lo sé. Lo cierto es que me causó gran novedad de que un
muchacho como a quien lo visité le haya tocado vivir lo que yo viví.
Con esta historia que acabo de narrar, aunque me duele bastantísimo la cabeza, por haberme
comido un hornado quizá recalentado y unas papas tortillas muy agrias y maduras como han sabido
vender por las fiestas del “chagra”. Puedo pensar que la vida sigue su ritmo. Al muchacho
acuartelado le ha tocado vivir este destino de servir a la dichosa y gloriosa patria.
Solamente, se ve la sombra del acuartelado, rondando las frías noches, las noches de guardia, pero,
aun no hacen la guardia, aun ni reciben las armas, solo están en instrucción constante. La silueta
se pierde por la calle adoquinada del cuartel. El camuflah queda como brisa del viento crepuscular.
El encuartelado, al fin, sonríe.
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