Recorrido por la Paz de la Provincia del Carchi
RELATO DEL VIAJE A LA PAZ Por:
Segundo Ángel Tituaña Criollo
Salimos a la 01 de mañana y
20 minutos desde el Terminal Quitumbe, en un bus que realizó un recorrido por
la avenida occidental hasta el terminal Carcelén, ahí el bus se parqueó hasta
las 02 y 30 de la mañana, después de ésta parada ya empezamos el viaje más
largo hasta que llegamos a las 05 y 30 a la entrada de la Paz, es decir, ya
estaba amaneciendo, pero como estábamos cargados de mochilas negras y solo la de
mi hija era rosada, entonces, estuve marcado a mi hijo de dos años, quien
dormía y lo cuida concentradamente del frío carchense.
En ese momento, comencé a
contemplar y observar a personas que iban con azadones de cabos de madera
alargados en sus hombros, algunos se dirigían a pie, unos en motos, otros en
camionetas, vi que arreaban animales como vacas, terneros y cuando iban a
atravesar la panamericana atajaban a sus animales porque era peligroso que lo
atropellaran a sus animales.
Mientras esperábamos un
carro que nos baje hasta la Gruta de la paz, un señor de mochila negra y con
celular en mano llamó a un transportista conocido, y las 06 y 30 de la mañana
ya estábamos en el Monasterio de la Paz, de las hermanas clarisas, escuchamos y
participamos en la Eucaristía, celebramos la fiesta de la Asunción de la Virgen
a los Cielos. La eucaristía fue concelebrada.
Mientras participaba en la
misa sentí que era un momento de recogimiento y estábamos en ese lugar porque
así estaba destinado que sea así. Había regresado a la Paz después de mucho
tiempo, hace unos 32 años atrás, sin embargo, fuimos recibidos por la reverenda
hermana clarisa Teresa, quien conocía a mi tía Sor María Eugenia de San Miguel.
(Nombre que lleva en esa vida contemplativa de clarisa, y de ahí su nombre
original, es Nieves Angélica Tituaña Caiza, porque así los cambian para vivir
en la vida consagrada. En este lugar se hizo monjita una de mis tías).
Nos invitaron cordialmente
a un café en leche, huevo y pan. Gracias por su generosidad y que Dios les dé
mucho más a las reverendas hermanas clarisas.
Después de estos
encuentros agradables nos dirigimos hacia la Gruta de la Paz que nos es muy
lejos, íbamos bajando por una escalinata, pero antes de eso atravesamos un
pequeño túnel y ya en 10 minutos
estuvimos dentro de la Gruta que estaba muy húmeda y caían gotas de aguas a
menudos, pude observar placas de agradecimientos por milagros que ha recibido
los romeriantes o peregrinos de parte de la señora de la Paz y observe más detenidamente
muletos de madera y metálicos que creo que dejaron como ofrenda y huella de que
empezaron a caminar o se curaron de su imposibilidad de caminar. Misteriosa es
la grupa de la Virgen de la Paz.
Bueno como ya se había
comprado los boletos para ingresar a las piscinas a 2 dólares, ingresamos a las
piscinas que dista desde la gruta unos 5 minutos, el agua muy térmica, pero que
alivia el dolor de espalda, al menos eso fue lo que experimenté. Muy bien
cuidadas las piscinas. Había presencia de gente de otros lugar de Pichincha, de
Popayán, cerca de Cali.
Salimos de las piscinas a
las 14h00 y un poco más tarde, salimos pronto porque teníamos que ir a visitar
otros lugares ya no tan religiosos como son la Laguna del El Saldo, nombre que
le dieron a este sitio por la hacienda de El Salado.
También visitamos el bosque
de los Arrayanes, no es que alguien los sembró, sino que es que así es el
bosque, es natural, como Dios algún día lo hizo.
A continuación transcribo
una leyenda sobre la virgen de la paz, para quienes se interesen por este sitio
religioso, místico y muy acogedor:
APARICIÓN DE LA VIRGEN Y
SEÑORA DE LA PAZ A SOFONÍAS
Cuenta la leyenda que eran
tiempos de odio. Llegaban noticias y rumores de la primera guerra mundial. En
el Ecuador y el Carchi había frecuentes y sangrientos combates entre
conservadores y liberales. Y, justo en su casa, a la madrugada del sábado,
aquel viudo presenció la pelea de sus dos hijos que discutían por la herencia
materna.
Apenas rayó el día, el
viudo metió en la talega tres puñados de tostado y un pedazo de panela, agarró
el bastón, abrió la puerta del corral de las ovejas y partió a pastar el
rebaño. Mientras las ovejas repelaban la hierba en el camino, su corazón estaba
traspasado, su mente era fría, oscura y húmeda. Era tal la soledad que sentía,
que hasta se oía el susurro del viento
y el arrastre de las hojas.
Llevaba fija la mirada,
dura la quijada y débil la parada.
Solo de vez en cuando
reaccionaba, intentaba poner de parte, meneaba la cabeza y hacía el ademán de
vencer a sus vencedores, pero nada era nada, todo estaba pintado de
resentimiento y crueldad.
Al paso de las ovejas
hambrientas y con los nervios destrozados, poco a poco, y casi sin darse
cuenta, llegó a la cueva de Rumichaca. Era algo más del medio día. Sacó el avío
y se sentó a comer, de repente una gran felicidad invadió su ser, sintió un
gozo inexplicable, irrepetible e insuperable. En eso estaba cuando, de pronto,
un fulgor apareció ante su presencia y, en esa luz, se presentó una bella
jovencita que traía en sus brazos un Niño. El anciano se quedó atónito de
alegría. Ella con ternura le habló: “Sofonías, mi hijo”, y él exclamó: “¡Virgen
Santísima, denos la paz!”
Al día siguiente, don
Sofonías se presentó ante el cura párroco y primero le saludo: “Alabado sea
Jesucristo, Padre”, y el clérigo le contestó: “Por siempre sea alabado, hijo”.
Seguidamente Don Sofonías le contó lo sucedido y el párroco, conocedor de lo
que se trataba de un hombre bueno y piadoso, le creyó. Terminaba la Santa Misa,
al momento de los avisos parroquiales, hizo público este acontecimiento
maravilloso. En ese mismo instante, casi todos los moradores de la parroquia de
la Paz, bajaron corriendo a ver lo acaecido. Cuando llegaron a la gruta, se
encontraron con el hecho de la verdad, ahí estaba la Madre de Cielo, con el
niño en brazos, vestida de celeste y un velo blanco en la cabeza. La llamaron
entonces “Nuestra Señora de la Paz”
Don Sofonías hizo
costumbre de llevarle flores silvestres todos los días. Pero un buen tiempo
dejo de ir, y a los tiempos, apareció de nuevo el viejecito con su marca de
flores y le dijo: “Discúlpame mamita de la Paz no he podido venir porque se me
complicaron estas reumas y, que dolores, no podía caminar”. ¡Oh prodigio!,
apenas pronunciadas estas palabras, prendió la mirada en el socavón y vio como
de las paredes calizas brotaron manantiales de agua caliente, se acercó a
ellos, se bañó las piernas y le quedaron completamente sanas.
Con el paso del tiempo
nombraron a otro señor párroco y él, de buena fe, cambió aquella imagen por
otra más grande. Pero la Virgen no quiso. Fue entonces sucedió algo inesperado,
por la noche, mientras el clérigo que se trataba de un acto cometido por
fanáticos inoportunos y, molesto, fue y la trajo. Esta escena se repitió todos
los días de la semana hasta que, el domingo, desde el púlpito, amenazó con
excomulgar a quienes se opusieran a sus decisiones. Pero todo fue inútil,
mientras en el día él la llevaba, por la noche, ella se regresaba. Hasta que en
sus sueños, la Virgen le reveló su voluntad de quedarse en la gruta. Y ante
esta explicación, el hombre de Dios para nada se opuso. Al contrario, en su
fiel y ejemplar devoto.
Es un relato elaborado por
el Padre Edin Hurtado. (Recopilado por Lic. Segundo Ángel Tituaña Criollo, El
Carmen Alto, Centro Histórico. 17 de Agosto del 2017).
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